viernes, 30 de octubre de 2015

Venecia: EL DIFUNTO MATÍAS PASCAL, de Luigi Pirandello

"... estando en Venecia tropecé con un anciano gondolero que se empeñó en que yo era alemán o austríaco..."

(Fragmento del capítulo 12: De noche, mirando al río)

Había ya consumado de pies a cabeza mi transformación exterior; todo afeitado, con unos lentes de color azul claro y el pelo largo, artísticamente revuelto, ¡parecía enteramente otro! Me detenía a veces a hablarme a mí mismo delante de un espejo y no podía contener la risa.
 
- ¡Adriano Meís! ¡Para ti es la vida! ¡Qué lástima que tengas que ir hecho un adefesio! ... Pero, después de todo, ¿qué más te da? Ruede la bola. Si no fuera por este ojo que conservas de aquel otro, de aquel bestia, no resultarías tan feo, después de todo, pese a lo estrafalario de tu figura. Cierto que mueves a risa a las señoras. Pero de ello no tienes tú, en el fondo, la culpa. Si aquel otro tío no hubiera gastado el pelo corto no te verías obligado ahora a llevar tu melena; y también me consta que no vas así de afeitado como un cura por tu gusto. ¡Paciencia! Cuando las bellas rían... ríete tú también; es lo mejor que puedes hacer.»
 
Vivía, por lo demás, conmigo y de mi sustancia. Apenas si cruzaba la palabra con los fondistas, camareros y vecinos de mesa, y jamás entablaba con ellos conversación seguida. Es más: de la cortedad que experimentaba hube de inferir que no era yo dado a la mentira. Esto aparte de que tampoco los demás mostraban mucha gana de pegar conmigo la hebra, acaso porque, al ver mi rara estampa, me tomaban por extranjero. Recuerdo que estando en Venecia tropecé con un anciano gondolero que se empeñó en que yo era alemán o austríaco, sin que hubiera forma de sacarlo de su error. Yo había nacido en la Argentina, sí, señor; pero de padres italianos. Mi verdadera «rareza», digámoslo así, era muy otra, y sólo yo la sabía: que yo no era ya yo; en ningún registro civil constaba mi persona, excepto en el de Miragno, sólo que como muerto y con otro nombre.
 
 
Luigi Pirandello (Italia, 1867-1936). Obtuvo el premio Nobel en 1934.

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