(Fragmento del tercer acto, escena VII)
Flaminio: Tal vez me vaya a Venecia, donde he estado ya, y enriqueceré mi pobreza con su libertad, porque al menos allí no está en las manos del primer favorito o favorita el matar a cualquier pobrete; únicamente en Venecia tiene la justicia su balanza en equilibrio; allí el solo temor a la caída de otro, no te induce a adorar a quien el día anterior reñías por un miserable; y el que de su mérito dude, mire de qué manera Dios la exalta. Verdaderamente, Venecia es la ciudad santa, el paraíso terrenal. La dulce comodidad de aquellas góndolas es deleitoso recreo para los ratos de ocio. No se hable allí de cabalgar. ¿Para qué? Cabalgar, es azote de calzas, desesperación de criados y quebradero de cuerpos.
Valerio: Dices bien, y además la vida está allí más asegurada y en potencia de ser más larga que en ninguna otra parte; pero hallo que los días se hacen pesados e interminables.
Flaminio: ¿Por qué?
Valerio: Por faltar la conversación de virtuosos.
Flaminio: Estás mal enterado. Los virtuosos y la gentileza de espíritu residen sin duda en Venecia, como la villanía y la envidia en Roma.
Pietro Aretino (Italia, 1492-1556).
(Traducido de la lengua toscana por Fernán Xvarez en 1607).
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