(Fragmento)
Ninguna mujer puede retenerlo mucho tiempo en sus brazos, ninguna regla puede persuadirlo de permanecer entre las fronteras de cualquier país, ninguna ocupación puede importarle más allá de un período breve. Escapa de los calabozos en Venecia porque prefiere poner en riesgo su vida a dejar que las cosas se tornen amargas. Todos sus talentos, todas sus habilidades, todos sus poderes, todo su valor y su genio, para mantenerse día tras día a merced de la fortuna, su diosa. Esa es la razón por la que su existencia permanece tan mutable como el agua que corre, ahora aparece ante una fuente espumosa que brilla bajo el sol, ahora es el torrente de una cascada que se precipita ominosa en el abismo más oscuro. De la mesa de un príncipe, de la vida fácil de un manirroto con dinero en la bolsa hasta aquel que sólo puede conseguir comida empeñando su abrigo, de seductor a rufián, se mueve siempre con ligereza gracias al espíritu de su naturaleza mercurial, carece de sentido común en los días de buena fortuna y permanece ecuánime ante la adversidad, siempre lleno de valor y confianza.
Stefan Zweig (Austria, 1881-1942).
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