sábado, 27 de junio de 2015

Circe: LA ENÉIDA, de Virgilio


(Párrafos iniciales del Libro Séptimo)

Tú también ¡Oh Cayeta! nodriza de Eneas, diste con tu muerte eterna fama a nuestras playas; aun hoy tu memoria protege estos sitios, y tu nombre declara, si algo vale esta gloria, en qué lugar de la grande Hesperia descansan tus huesos.
 
Celebradas las exequias conforme al rito, y erigido un túmulo de tierra, el piadoso Eneas, luego que se sosegó el hondo mar, dio la vela y abandonó el puerto. Era de noche; soplaban las auras blandamente; la blanca luna los alumbraba en su rumbo y con su trémula luz rielaban las aguas del mar. Pasan las naves rozando la orilla del país circeo, donde la opulenta hija del sol hace resonar sus repuestos bosques con perpetuo canto, y en sus soberbios palacios quema oloroso cedro a la luz de la luna, mientras teje con sutil lanzadera delicadas telas. Allí se oyen, a deshora de la noche, rugido de leones luchando por romper sus cadenas; cerdosos jabalíes y osos, que se embravecen en sus jaulas, y aullidos de espantables lobos, a quienes la cruel Circe, a favor de poderosas yerbas, trocó la figura humana en semblante y cuerpo de fieras. Para que impelidos al puerto no experimentasen semejantes transformaciones los piadosos Troyanos ni tuvieran que pisar horribles playas, Neptuno hinchó sus velas con favorables vientos, y los impulsó en rápida fuga para sacarlos de aquel hirviente estrecho.


Publio Virgilio Marón: Publuis Vergilius Maro (Imperio romano, 70 a. de C.-19 a. de C.) 

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