viernes, 30 de enero de 2015

Enero: VIDA Y OBRA DE WILLIAM SHAKESPEARE (sobre Calígula), de Víctor Hugo

"Drusila, muere, y él exclama: Que se decapiten a aquellos que no la lloren, pues es mi hermana..."
 
 (Fragmento del capítulo II)

Calígula, el hombre que tuvo miedo; el esclavo que llegó a ser amo, tembloroso bajo Tiberio, terrible después de Tiberio, transformando su espanto de ayer en atrocidad. Nada iguala a este loco. Un verdugo se puede equivocar y matar a un inocente en lugar de un culpable; Calígula sonríe y dice: El culpable no lo merecía más. Hace despedazar a una mujer por los perros, por el simple gusto de ver el espectáculo. Se acuesta, en público, sobre sus tres hermanas desnudas. Una de ellas, Drusila, muere, y él exclama: Que se decapiten a aquellos que no la lloren, pues es mi hermana, y que se crucifique a quienes la lloren, pues es una deidad. Designa pontífice a su caballo, así como más tarde Nerón hará dios a un mono. Ofrece al mundo este espectáculo siniestro: el menoscabo de la inteligencia ante el poder omnímodo. Prostituido, tramposo en el juego, ladrón, destructor de los bustos de Homero y de Virgilio, coronado con rayos de sol como Apolo, con alas en los pies como Mercurio; frenéticamente dueño del mundo, deseando el incesto a su madre, la peste a su imperio, el hambre a su pueblo, la derrota a su ejército, su propia semblanza con los dioses y una sola cabeza al género humano para poder cortársela, tal es Cayo Calígula. Obliga al hijo a presenciar el suplicio del padre y al esposo la violación de la esposa y, a ambos, a reír de ello. Claudio es un embrión que reina. Es un cuasi hombre convertido en tirano. Es una tachuela coronada. Se oculta, lo descubren, lo sacan de su cueva y lo arrojan, atemorizado, sobre el trono. Ya emperador sigue temblando, en posesión de la corona pero dudando si conservará la cabeza. Por instantes la tantea, como si la buscara. Nace su confianza y decreta tres letras más al alfabeto. Semejante idiota ya es sabio. Estrangulan a un senador, y dice: No lo había ordenado, pero ya que lo han hecho, está bien. Su mujer se prostituye en su presencia; la mira y dice: ¿Quién es esa mujer? El apenas existe; es una sombra; pero esta sombra aplasta al mundo. Finalmente, llega su hora de marcharse. Su mujer lo envenena; su médico termina con él. Dice: Estoy salvado, y muere*. Después de su muerte acuden a ver su cadáver; mientras vivió sólo había sido visto su fantasma.
 
 
Víctor Hugo (Francia, 1802-1885)
 
Cayo Julio César Augusto Germánico fue asesinado el 24 de enero en el año 41 de la era cristiana.

jueves, 29 de enero de 2015

Enero: CALÍGULA o el triunfo de la belleza, de Aldous Huxley

"... se resbala desde César por las escotadas piernas hasta el mar azul entre los navíos."
 
(La historia consigna que el emperador romano Calígula fue asesinado un 24 de enero)

Proa tras proa, los barcos flotantes
tienden un puente sobre el azul abismo; el abismo está trazado;

y en un caballo picazo César
se pavonea con toda su cabalgata.
 
Ebrios de su propia marcha acelerada marchan.
Las olas centellean como con ojos que todo lo ven;
los picados acantilados imitan su velocidad,
y ellos los cielos vacíos han colmado
 
de Dioses y Virtudes danzarinas, se coloca
Eolo, con sus gritos rugiendo,
concluido el templo de Vesta sobre el cabo
da vueltas como un tiovivo.
 
Con el enrollado caduceo en mano,
y con alas de oro por espuelas,
el joven César como Dios vestido mira
y vitorea a sus alegres marineros;
 
saluda cuando ellos tiran por el puente
a los viajeros de la ciudad costera;
se ríe mientras golpean las temblorosas cabezas,
empujándolas hasta ahogarse burbujeando.
 
Una combada espiral de movimiento se extiende
desde el cielo alegórico;
belleza, como el deliberado relámpago, que traspasa
el tronco enervado de Jove y el muslo de Juno,
 
que se desliza por el costado de Marte y toma
desde la cadera de la Virtud un recodo vertiginoso,
besa una nube y arremolinándose se inclina
hacia la tierra hasta el puño alzado de César.
 
 Desde el puente un diputado cae rodando
de cabeza, y la apresurada Belleza se resbala
desde César por las escotadas piernas
hasta el mar azul entre los navíos.


Aldous Huxley (Inglaterra, 1894-1963)
 
(Traducido al español por Jesús Isaías Gómez López)

miércoles, 28 de enero de 2015

Enero: CALÍGULA, de Paul-Jean Franceschini y Pierre Lunel


(Fragmento del capítulo 63)
 
Roma, 24 de enero del año 41

La chanza no le alegró la expresión. En aquel tercer día de juegos palatinos, 24 del mes de enero, acababa de dar comienzo la pausa del mediodía. En la arena, los mozos arrastraban los cadáveres con las puntas de unos largos ganchos y recubrían con tierra limpia los regueros de sangre. Una tropa de enanos hacía gansadas. De las gradas populares, donde todos se quedan en sus puestos por miedo a no recuperarlos, brotaban carcajadas. La masa color de barro de esos espectadores pobres ascendía hasta el remate del gigantesco edificio.
 
Calígula pensó con amargura que había soñado con reconstruir Roma con aquel légamo. Los dioses no necesitaban a los hombres. O se era dios o no se era nada.
 
 
Paul-Jean Franceschini y Pierre Lunel (Francia, 1947)

La ilustración corresponde a la portada del libro en la edición de Anne Carriére.

martes, 27 de enero de 2015

Enero: CALÍGULA, de Alexandre Dumas hijo


(Fragmento del acto V)
 
Escena VI

Calígula. Claudio levantando un tapiz. Luego Junia y Aquila.
 
Claudio: ¿He oído mal ? Creo que esa mujer hablaba en voz baja de asesinos que amenazan la vida del emperador; ¿cuál será su objeto? ¿Acaso la libertad de Roma ó una nueva esclavitud? Si pudiese huir antes que me viese alguno en este sitio... ¡Oh, desgracia! , ya no es tiempo; el tapiz de la alcoba se levanta. ¿Si estaré soñando ?... ¡Oh no! (Aquila y Junia han salido un momento antes colocándose aquella a la cabecera y ésta a los píes del lecho).
 
Aquila: (Volviendo a poner sobre un pedestal la lámpara que ha tomado para mirar a Calígula). Es él. (Deteniendo a Junia que hace un movimiento para herir a Calígula).
 
Aquila: Detente. (Le echa la cuerda alrededor del cuello. Junia apoya el puñal sobre su corazón).
 
Junia: César, despierta.
 
Aquila: Despierta, César.
 
Calígula: ¿Quién me llama?
 
Junia: Yo.
 
Aquila: Yo.
 
Calígula: ¿Cómo habéis tenido la audacia de entrar hasta aquí?
 
Aquila: Míranos cara a cara; ¿no nos reconoces?
 
Junia: Yo soy Junia.
 
Aquila: Yo Aquila, el amante de Stella.
 
Junia: Yo su madre.
 
Calígula: ¿Y qué buscáis aquí a estas horas?
 
Aquila: ¿No lo sabes? Venimos a matarte.
 
Calígula: ¡Socorro!
 
Aquila: Las paredes están sordas como nuestros corazones.
 
Calígula: (Cogiendo el brazo de Junia). Te engañas, ya vienen, ¡por favor, por favor!
 
Junia: (Procurando desasirse). ¡Ah!
 
Calígula: No, Júpiter no quiere que yo muera; ya se acercan.
 
Aquila: No conseguirán mas que apresurar el instante de tu muerte.
 
Calígula: ¡Por favor!
 
Junia: Inútilmente gritas.
 
Calígula: Yo soy vuestro emperador.
 
Aquila: (Ahogándole). Mientes, ya no lo eres. (Calígula cae arrastrando tras de sí a Aquila, quien le pone una rodilla en el pecho).
 
Calígula: (Espirando). ¡Ah!
 
Aquila: Ahora, quien quiera que sea, que entre. Ya nada temo.
 

Alexandre Dumas hijo (Francia, 1824-1895).

lunes, 26 de enero de 2015

Enero: YO, CLAUDIO, de Robert Graves


(Fragmento del capítulo XXXIII)
 
El gran Festival Palatino comenzaba al día siguiente. Ese festival en honor de Augusto había sido instituido por Livia a principios de la monarquía de Tiberio, y se celebraba anualmente en el patio meridional del palacio viejo. Comenzaba con sacrificios a Augusto y una procesión simbólica, y continuaba durante tres días con obras teatrales, danzas, canciones, juegos de manos y cosas por el estilo. Se levantaban tribunas de madera, con asientos para sesenta mil personas. Cuando terminaba el festival las tribunas eran desmontadas y se guardaban para el año siguiente. Ese año Calígula prolongó los tres días a ocho, intercalando entre los espectáculos carreras de cuadrigas en el circo y fingidas batallas navales en la dársena. Quería divertirse continuamente hasta el día en que zarpara rumbo a Alejandría, o sea el veinticinco de enero. Porque pensaba ir a Egipto a estudiar el paisaje, reunir dinero por medio de su inconmovible rigor y de las mismas artimañas que había usado en Francia, hacer planes para la reconstrucción de Alejandría y finalmente, así se jactaba, poner una nueva cabeza a la Esfinge.
 
Comenzó el festival. Calígula hizo los sacrificios a Augusto, pero en forma más bien superficial y desdeñosa, como un amo que en una ocasión cualquiera tiene que hacer un favor insignificante a uno de sus esclavos. Cuando terminó con eso, proclamó que si algún ciudadano presente pedía una merced que estuviera en su poder conceder, la concedería graciosamente. Últimamente estaba enojado con el pueblo por la falta de entusiasmo demostrada en las luchas de animales feroces, y les había castigado cerrando los graneros públicos durante diez días. Pero quizá  les había perdonado, porque acababa de arrojar dinero desde el techo de palacio. Entonces se escuchó un alegre grito: "¡Más pan, menos impuestos, César! ¡Más pan, menos impuestos!".
 
Calígula se enfureció. Envió un pelotón de germanos a que recorrieran las hileras de bancos, y los germanos cortaron más de cien cabezas. Este incidente inquietó a los conspiradores. Era un recordatorio de la barbarie de los germanos y de la increíble devoción que tenían hacia Calígula. Para entonces era difícil que hubiese un solo ciudadano que no ansiara la muerte de Calígula, o que no lo hubiese hecho añicos con ganas, como se dice. Pero para esos germanos era el héroe más glorioso que había existido nunca. Y si se vestía de mujer, o se alejaba de pronto, al galope, de su ejército en marcha, o hacia que Cesonia se presentara desnuda ante ellos y se jactaba de su belleza; o si incendiaba su más hermosa casa de campo de Herculano, so pretexto de que su madre Agripina había estado presa allí durante dos días, cuando se dirigía a la isla en que murió. Estas actitudes inexplicables lo hacían más digno de su adoración, lo convertían en un ser divino. Solían mirar y, asintiendo, se decían: "Si, los dioses son así. No se sabe qué harán en un momento dado. Tuisco y Mann, en nuestra querida patria, son como él".
 
Casio era osado y no le importaba lo que pudiera sucederle a él personalmente, siempre que Calígula fuese asesinado, pero los otros conspiradores, que no tenían sentimientos tan enérgicos, comenzaron a preguntarse cuál seria la venganza que se tomarían los germanos en los asesinos de su maravilloso héroe. Empezaron a presentar excusas, y Casio no logró que aceptaran un plan de acción conveniente. Sugirieron que era mejor dejarlo en manos del azar.
 
Robert Graves (Inglaterra, 1895-1995)

La ilustración corresponde a Claudio, un emperador romano (1871), de Sir Lawrence Alma Tadema.

domingo, 25 de enero de 2015

Enero: CALÍGULA, de Óscar Cerruto

"Crees ver centuriones de niebla entre la niebla..."

(La historia consigna que el emperador romano Calígula fue asesinado un 24 de enero)

Es la hora que más odias,
cuando la tarde cae
como si se desplomara del tejado.
Lobregueces rastreras
corren bajo tus pies y sientes
que eso que pasa enfriándote la cara
no es el viento.
Comienzas a oír voces
que nadie más oye.
Crees ver centuriones de niebla entre la niebla,
manos que flotan,
lenguas arrancadas, y disolverse en la noche
la tediosa muralla que te aísla.
Tu sombra acobardada te precede
por los polvorientos salones del palacio.
Y llegas a tu lecho
en los hostiles dormitorios
sabiendo que allí sólo te aguardan
sueños enemigos.
Sueños con dientes sin fatiga,
puntuales, pertinaces
como la oscura rata que noche a noche
roe en las tablas del piso.
 
 
Óscar Cerruto (Bolivia, 1912-1981).

sábado, 24 de enero de 2015

Enero: CALÍGULA, de Albert Camus

 (La historia consigna que el emperador romano Calígula fue asesinado un 24 de enero)

ESCENA XIII
 
Gira sobre sí mismo, hosco, y se acerca al espejo.
 
Calígula: ¡Calígula! Tú también, tú también eres culpable ¡Entonces, ¿no es verdad?, un poco más, un poco menos! ¿Pero quién se atrevería a condenarme en este mundo sin juez, donde nadie es inocente? (Con acento de angustia, apretándose contra el espejo.) Ya lo ves, Helicón no ha venido. No tendré la luna. Pero qué amargo es estar en lo cierto y llegar sin remedio a la consumación. Porque temo la consumación. ¡Ruido de armas! La inocencia prepara su triunfo. ¡Por qué no estaré en su lugar! Tengo miedo. Qué asco, después de haber despreciado a los demás, sentir la misma cobardía en el alma. Pero no importa. Tampoco el miedo dura. Encontraré ese gran vacío donde el corazón se sosiega.
 
Retrocede un poco, vuelve hacia el espejo. Parece más tranquilo. Reanuda el discurso, pero en voz más baja y concentrada.
 
Todo parece tan complicado. Sin embargo, todo es tan sencillo. Si yo hubiera conseguido la luna, si el amor bastara, todo habría cambiado. ¿Pero dónde apagar esta sed? ¿Qué corazón, qué dios tendría para mí la profundidad de un lago? (De rodillas y llorando.) Nada, en este mundo ni en el otro, que esté a mi altura. Sin embargo sé, y tú también lo sabes (tiende las manos hacia el espejo llorando), que bastaría que lo imposible fuera. ¡Lo imposible! Lo busqué en los límites del mundo, en los confines de mí mismo. Tendí mis manos (gritando), tiendo mis manos y te encuentro, siempre frente a mí, y por ti estoy lleno de odio. No tomé el camino verdadero, no llego a nada. Mi libertad no es la buena. ¡Nada! Siempre nada. ¡Ah, cómo pesa esta noche! Helicón no ha venido; ¡seremos culpables para siempre! Esta noche pesa como el dolor humano.
 
Ruido de armas y cuchicheos entre bastidores. Calígula se levanta, toma con la mano un asiento bajo y se acerca al espejo respirando con fuerza. Se observa, simula un salto hacia adelante y frente al movimiento simétrico de su doble en el espejo, arroja el asiento al vuelo, gritando: ¡A la historia, Calígula, a la historia! El espejo se rompe y en ese momento, por todas las puertas, entran los conjurados en armas. Calígula los enfrenta con una risa loca. El viejo Patricio lo hiere en la espalda, Quereas, en medio de la cara. La risa de Calígula se transforma en estertor. Todos lo hieren. Con un último estertor, Calígula, riendo, grita: ¡Todavía estoy vivo!
 
Albert Camus (Francés nacido en Argelia, 1913-1960). Obtuvo el premio Nobel en 1957.

viernes, 23 de enero de 2015

Enero: LA MALDICIÓN DE LOS CÉSARES, de Stephen Dando-Collins


(Fragmento del capítulo XI: El asesinato de Calígula)

Los conspiradores habían convenido asesinar a Calígula durante la primera jornada de los Juegos Palatinos. Ahora bien, llegado ese día, a casi todos los conspiradores se les encogió el ombligo y el asesinato fue aplazado, primero hasta el día siguiente y luego hasta el otro. El plan siguió sin ejecutarse. La noche del 23 de enero, cuando sólo restaba un día de festival y Calígula tenía previsto partir muy pronto a Alejandría para realizar una gira de inspección por Egipto, el frustrado tribuno pretoriano Casio Querea convocó a los demás conjurados a una reunión secreta donde dijo que debían actuar ahora o resignarse a dejar pasar esta oportunidad. Puesto que era el oficial al mando de la cohorte de la guardia pretoriana que estaría de servicio el día 24. Querea, harto de las burlas de Calígula, que le llamaba viejo, blando y afeminado, se ofreció voluntariamente para ser el primero en herir al joven emperador desquiciado, siempre y cuando todos los demás cumpliesen su parte del plan.
(...)

Cabe señalar también que su relación con Calígula no era la mejor, puesto que el caprichoso emperador le provocaba con cierta frecuencia, acusándole de ser una damisela cuando mostraba un exiguo entusiasmo ante las torturas que padecían las víctimas inocentes de la arbitrariedad y los estados de ánimo variables del emperador. Cuando, siendo el oficial al mando durante el día, Querea solicitaba conocer el santo y seña de los guardias de la ciudad para la jornada siguiente, Calígula se burlaba de él dándole contraseñas del estilo «amor», o nombres de diosas y figuras mitológicas de sexo femenino. Así las cosas, por motivos tan idealistas como personales, Casio Querea estaba dispuesto a extirpar ese cáncer llamado Calígula del corazón de la sociedad romana.

El día 24 de enero al alba, decenas de miles de romanos acudieron en masa a los juegos. Accedieron por la única puerta habilitada para el acceso del público al teatro provisional de madera que se construía todos los años en terrenos del Palatium con ocasión del festival. También llegó Calígula, un apuesto joven de veintinueve años, de tez pálida, esbelto y con una incipiente calva, accediendo al recinto por una segunda entrada que utilizaban los músicos y los actores del teatro. Esta entrada comunicaba directamente con el Palatium de Calígula, un palacio de nueva planta edificado en el monte Palatino e independiente del palacio original de Augusto, aunque conectado con el mismo, que ahora era conocido como el Viejo Palatium, y situado ligeramente por encima del emplazamiento del palacio que construyó su padre, Germánico.
(...)

Al filo de las dos de la tarde, Asprenas se acercó de nuevo y sugirió que tal vez el emperador recuperaría el apetito luego de hacer una visita a los baños. Los autores no se ponen de acuerdo en la hora exacta del hecho -Josefo lo sitúa durante la novena hora, alrededor de las dos de la tarde, siendo así que el menos fiable Suetonio nos habla de la séptima hora, esto es, algún momento entre el mediodía y las 12:45-.
(...)

De acuerdo con Suetonio, el emperador recibió hasta treinta heridas de espada, algunas incluso en sus genitales. Mientras agonizaba en el suelo, el centurión Aquila le asestó el golpe definitivo, escribe Josefo, poniendo fin a tan «virtuosa carnicería». De este modo el emperador Cayo César Germánico fue brutalmente asesinado. Según Dion Casio, mientras moría Calígula «supo por propia experiencia que no era un dios».


Stephen Dando- Collins (Australiano nacido en Tasmania, 1950)

La ilustración corresponde al Palatium del emperador en el monte Palatino.