lunes, 15 de diciembre de 2014

Páginas ajenas: DOMINGO LOCO, de F. Scott Fitzgerald

 
 (Fragmento del segundo capítulo)

Joel no oía muy bien la canción; se sentía feliz, amigo de toda aquella gente, gente valerosa y trabajadora, superior a una burguesía que les ganaba en ignorancia e inmoralidad, y capaz de conquistar una posición de primera importancia en una nación que durante una década sólo había querido que la entretuvieran. Le gustaba... Le encantaba aquel mundo. Oleadas de buenos sentimientos recorrían a Joel. Cuando el cantante terminó su número y los invitados empezaron a acercarse a la anfitriona para despedirse, Joel tuvo una idea. Podría cantarles Dándole forma, una composición suya. Era su único número para las fiestas, había alegrado más de una y quizá le gustara a Stella Walker. Dominado por aquel deseo, mientras le bullían en la sangre los glóbulos escarlata del exhibicionismo, buscó a Stella.

- Por supuesto —exclamó ella-. ¡Te lo ruego! ¿Necesitas alguna cosa?
 
- Alguien tiene que hacer de secretaria, se supone que le estoy dictando.
 
- Yo seré la secretaria.
 
Cuando llegó la noticia al vestíbulo, los invitados que ya se ponían los abrigos para irse se apresuraron a volver, y Joel se vio frente a las miradas de una multitud de desconocidos. Tuvo un ligero presentimiento, porque se había dado cuenta de que el hombre que acababa de actuar era un famoso artista de la radio. Entonces alguien dijo «Chissss» y Joel se quedó solo con Stella, en el centro de un siniestro semicírculo indio. Stella le sonrió con expectación, y él comenzó. Su parodia se basaba en las limitaciones culturales del señor Dave Silverstein, un productor independiente; se suponía que Silverstein dictaba una carta esbozando el tratamiento de un guión que había comprado.
 
- ...la historia de un divorcio, los generadores más modernos y la Legión Extranjera -oyó que decía su voz, con el acento del señor Silverstein-. Pero tenemos que darle forma, ¿sabe? Una aguda punzada de incertidumbre lo atravesó. Las caras que lo rodeaban a la luz suavemente modulada reflejaban interés y curiosidad, pero no encontró ni la sombra de una sonrisa; exactamente delante de él, el Gran Amante de la pantalla le dedicaba una mirada feroz y tan penetrante como la mirada de una patata. Sólo Stella Walker lo contemplaba con una radiante sonrisa que nunca desfallecía.
 
-Si lo hiciéramos estilo Menjou, conseguiríamos una especie de Michael Arlen pero con ambiente de Honolulú.
 
En las primeras filas no se oía una mosca, pero del fondo llegaba un susurro, un perceptible desplazamiento hacia la izquierda donde estaba la puerta.
 
- ...entonces ella dice que él le atrae, le atrae sexualmente, y él se calienta y dice: «Ah, sí, sí, sigue deshaciéndote...» En algún momento oyó la risa contenida de Nat Keogh y aquí y allá le pareció ver alguna cara alentadora, pero al terminar tenía la desagradabilísima impresión de que había hecho el ridículo ante un importante sector del mundo del cine, de cuyos favores dependía su carrera.
 
Se encontró en medio de un confuso silencio, roto por la migración general hacia la puerta. Sentía la corriente de burla que resonaba entre los comentarios en voz baja; y entonces -todo en el espacio de diez segundos- el Gran Amante, con la mirada dura y vacía como el ojo de una aguja, le silbó, lo abucheó, y Joel sintió que aquel abucheo expresaba el humor de toda la sala. Era el resentimiento del profesional hacia el aficionado, de la comunidad hacia el extraño, los pulgares vueltos hacia abajo del clan. Sólo Stella Walker seguía a su lado y le daba las gracias como si hubiera logrado un éxito incomparable, como si fuera inconcebible que a alguien no le hubiera gustado. Cuando Nat Keogh lo ayudaba a ponerse el abrigo, lo invadió una oleada de irritación consigo mismo, y se aferró desesperadamente a su principio de no revelar jamás una emoción inferior hasta que ya no la sintiera.
 
- Ha sido un fracaso -dijo a Stella, sin darle importancia-. No te preocupes, es un buen número si se sabe apreciar. Gracias por haberme ayudado. La sonrisa no abandonó la cara de Stella. Joel hizo una especie de reverencia ebria y Nat lo arrastró hacia la puerta...
 
Francis Scott Fitzgerald (Estados Unidos, 1896-1940)
 
 
 Domingo Loco (Crazy Sunday) provee un ejemplo excelente de la manera en la que Fitzgerald incorporaba incidentes autobiográficos a la ficción. El incidente acontecido en el té de los Calman estuvo basado en una exhibición impulsada por el alcohol por parte de Fitzgerald, en una reunión de la que Irving Thalberg y Norma Shearer eran los anfitriones. Fitzgerald canto una canción humorística: el actor John Gilbert y la actriz Lupe Vélez lo abuchearon; luego, Shearer le envió un telegrama para reanimarlo.
 
Mary Jo Tate en su ensayo crítico sobre F. Scott Fitzgerald
(A Literary Reference to His Life And Work).
 
 
(Traducido al español por Justo Navarro).

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