En contraste con los autores sudamericanos -Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Ernesto Sabato-, de quienes ya hemos visto se refieren al mes de enero con los calificativos propios del verano, Camilo José Cela, desde su perspectiva hispana inicia su Divagación ante la navidad subrayando la presencia de la nieve como una suerte de requisito: "Si la navidad, sin albo sombrero aquí en el hemisferio norte, virase con el mundo cualquier mañana para presentársenos de pronto florida y primaveral, un temblor de desasosiego recorrería, tembloroso, como un ciempiés con sus mil patitas dormidas, el espinazo de la humanidad."
Animada por esa misma idea parecería la siguiente descripción que aparece en su novela La colmena: "Han pasado tres o cuatro días. El aire va tomando cierto color de Navidad. Sobre Madrid, que es como una vieja planta con tiernos tallitos verdes, se oye, a veces, entre el hervir de la calle, el dulce voltear, el cariñoso voltear de las campanas de alguna capilla."
Siendo la hispanofilia una de las características recurrentes en su trabajo literario -Juan Carlos Mainer advierte "una alacena de desplantes castizos" en su obra-, su perspectiva iberocéntrica no constituye ninguna sorpresa. Sobre todo si se toma en cuenta que siempre radicó en España. A diferencia de otros escritores notables, Cela permaneció durante casi toda su vida anclado en su patria. Sin embargo, bien valdría la pena recordar su fugaz aventura hispanoamericana. Con mayor razón tratándose de un personaje polémico, acusado legalmente de plagio debido a su novela La cruz de San Andrés, con la que obtuvo el premio Planeta en 1994, por parte de María del Carmen Formoso, autora de Carmen, Carmela, Carmiña (Fluorescencia).*
Su hijo, de nombre Camilo José Arcadio -cuyas reminiscencias garciamarquianas son inevitables- Cela Marín, escribió una obra de carácter biográfico: Cela, mi padre. En ella presume que su progenitor, "en el mes de mayo de mil novecientos cincuenta y tres, mi padre cruzó el Atlántico a bordo de un avión de hélice, con cien pesetas en el bolsillo y un divieso en la nalga izquierda", para luego agregar que "El joven y ya famoso escritor español sobrevivió en Colombia, Ecuador y Venezuela como los soldados de la gloriosa Infantería: a fuerza de improvisar sobre el terreno con los recursos que le iban saliendo al paso." Desafortunadamente para el vástago del premio Nobel, no tomó en cuenta que el viajero mantenía al tanto de su itinerario a García de Llera, director de relaciones culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores y el diario ABC, en su edición del 24 de mayo de 1953, anunciaba que Cela viajaba como invitado oficial del Ministerio de Educación Nacional de Colombia, y que el modesto avión de hélice al que se refiere -por aquella época no había de otros-, era nada menos que El Colombiano, de Avianca, un Constellation de reciente modelo al servicio de la presidencia, "y lo que lo espera al otro lado del Atlántico no es el improvisado destino de un inmigrante ni los rigores de las cordilleras y las selvas americanas, tan temidos por los soldados de la gloriosa Infantería. Lo esperan los cócteles y agasajos para un huésped de honor de la República de Colombia, lo esperan los tules y las sedas de la vida diplomática...", señala Gustavo Guerrero en su bien documentado ensayo Historia de un encargo: La catira de Camilo José Cela, indispensable para conocer este episodio. Por cierto, existen abundantes testimonios gráficos de Cela brindando en banquetes con funcionarios de los países anfitriones de su gira: Colombia, Venezuela y Ecuador. Por lo tanto, la imagen romántica que pretende construir su hijo, del humilde escritor que sale a la aventura hacia países lejanos y desconocidos, no es más que una falsificación permeada por la nugacidad.
Entrando de lleno a la anécdota de la novela La catira, una de las obras menos difundidas de Cela, como epígrafe de su ensayo, Gustavo Guerrero incluye la definición de la palabra por parte de la Real Academia Española: "catire, ra (De or. cumanagoto.) adj. Am. Dicho de una persona: Rubia, en especial con el pelo rojizo y ojos verdosos o amarillentos, por lo común hija de blanco y mulata, o viceversa." Sobre la mujer que inspiró al personaje del que proviene el título de la novela, se sugiere que se llamaba Amelia Góngora y era la hija de un inmigrante español.
A su paso por Venezuela, en ese 1953, Cela se encontró con que el dictador en turno, el coronel Marcos Pérez Jiménez, quien había derrocado a Rómulo Gallegos, trataba de borrar toda memoria posible de su antecesor y para ello le encomendó al escritor que lo visitaba, que escribiera un novela de carácter eminentemente localista que pudiera opacar a Doña Bárbara. Ese sería el génesis de La catira. Y hasta hay quienes aseguran que se le pagaron tres millones de pesetas por dicha tarea. Guerrero procura demostrar algo muy diferente. Finalmente, prevalece la idea de que se trató de una suerte de autoencargo para quedar bien con el dictador venezolano y, sobre todo, con el régimen franquista, del que Cela fue más que un decidido defensor, un informante y colaborador durante su juventud. De ahí que apoyados en dicha investigación de Guerrero, en la prensa española hay quienes -sería el caso del ya citado Mainer-, se han referido a la novela como un timo: "De los trancos de picaresca literaria protagonizados por Cela, el encargo de la novela La catira (1955), primera y única de sus «Historias de Venezuela», fue uno de los más pintorescos. Lo esencial lo sabíamos, porque Cela presumió de él: fue un encargo -mejor, un autoencargo, como se demuestra ahora- del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, pagado a peso de oro, que acabó en fiasco. La crítica americana despellejó la obra, aunque en España obtuviera un efímero éxito, pero el cómputo total de la aventura tampoco fue tan malo para su protagonista."
He rescatado un par de párrafos que se ocupan del invierno en la región del hemisferio sur en el que transcurre la acción de La catira, ya que, a final de cuentas, era la intención original del presente texto: "Cuando las lluvias se abren sobre la tierra y por el cielo retumba la maraca áspera del invierno tropical..." (página 92) Y por último, tan sólo un par de páginas más adelante: "Durante el invierno, allá por junio, por julio y por agosto, el chicuaco y el pato real -yaguazo, le dicen los llaneros- cruzan el aire de la sabana, graznando amargamente..." (página 94)
Jules Etienne
* Es posible abundar en dicho episodio en un texto previo de este blog:
http://mitosyreincidencias.blogspot.ca/2010/09/coincidencia-o-plagio.html
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