sábado, 28 de diciembre de 2013

Páginas ajenas: EL DÍA DE LOS INOCENTES, de Josip Novakovich


(Fragmento)

Balanceaba piedras más grandes, haciendo que los trenes se golpearan cada vez más, hasta que un mediodía le atrapó un policía y lo abofeteó de tal modo que sus huellas quedaron grabadas en las suaves mejillas del niño toda esa tarde (las huellas eran tan claras que un adivino podría haber leído en ellas cuántas esposas, niños, años y dinero disfrutaría o sufriría). Para evitar la riña de su madre, permaneció lejos del hogar. Se arrastró al interior de un búnker de la Segunda Guerra Mundial, a unos veinte metros de la colina de las vías ferroviarias. Las telarañas de la parte superior y las ortigas de la parte inferior hicieron que su entrada fuera molesta. En el interior reinaba una total oscuridad. Al caminar a lo largo de la pared, sintió que se había hecho un corte en el dedo índice, a causa de un fragmento de proyectil, que era parte de una estructura de hormigón. Se estremeció pensando en serpientes y esqueletos humanos alrededor de él en la húmeda oscuridad.
 
Tras un instante, su miedo se disipó. Cogió un cráneo con un agujero en la parte superior de la cabeza y lo envolvió en papeles de periódico, como si fuera una sandía. Escondió el cráneo en el ático, imaginando que sería como el habitáculo de un espectro. El fantasma del hombre ejecutado visitaría lo que le quedaba de cuerpo y quizás saldría con su cráneo por la noche para fumar cigarrillos y echar un melancólico vistazo.
 
Por la noche, mientras acudió al lugar donde dejó el cráneo, Iván lió un cigarrillo que había encontrado en la cuneta, fumó y tosió. No había señal alguna del fantasma e Iván se sintió desafiante. Tal vez no había fantasma, sólo almas y las almas se alejaban hacia el cielo o hacia el infierno. ¿Qué pasaría con la resurrección? Saboreaba el misterio en torno del cráneo.
 
Seguro de sí mismo, hizo una apuesta con varios chicos de su clase acerca de que él podría acostarse sobre los rieles bajo un tren en marcha. Un cuarto de hora antes de la hora prevista para que pasara el tren, se dirigió a la estación de tren y comprobó las vías en busca de cualquier objeto de metal, y no encontrando ninguna, se sintió lo suficientemente seguro como para tumbarse en ellas.
 
Cuando el tren apareció alrededor de la curva, pensó que podría haberse añadido otro vagón, con un gancho de metal colgante que aplastara lentamente su cráneo. Saltó de los rieles a la cuneta un segundo antes de que el tren le alcanzara. Los chicos se rieron de él. Iván los persiguió porque odiaba parecer ridículo, pero esto sólo hizo más grotesca la situación.
 
 
Josip Novakovich (Croata nacionalizado canadiense, 1956)

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