miércoles, 21 de julio de 2021

Venecia: LA MANO DEL MUERTO, de Alfredo Possolo Hogan

"... al puerto, en cuyas argollas estaban amarradas centenares de góndolas de todos los tamaños."
 
(Fragmento inicial del capítulo XXXIV)
 
Venecia

A principios del año 1814 hallábase en Venecia un joven francés, que sin pertenecer a la clase distinguida y elevada de París, era hijo de una buena familia y poseía una educación esmerada, que le daba una distinguida posición social. Este joven se llamaba Maximiliano Morrel. Estaba casado con la hija de un antiguo magistrado francés, descendiente por línea materna de la ilustre familia de los marqueses de Saint-Meran.
 
Maximiliano y Valentina, casados recién hace dos años y medio, vivían en perfecta armonía. Valentina aún no tenía hijo alguno. Maximiliano no tendría más de veinti- nueve años y Valentina no más de dieciocho.
 
Habiendo vivido siempre en Francia, tenían ahora el vivo deseo de ver y examinar otras sociedades, otras costumbres. Venecia fue su primer punto.
 
En la hora en que el sol reflejaba sobre la antigua catedral sus últimos rayos, descendiendo raudo y ocultándose tras las montañas del Tirol, Maximiliano y Valentina atravesaban la Piazza a lo largo del antiguo Poroglio se encaminaban al puerto, en cuyas argollas estaban amarradas centenares de góndolas de todos los tamaños.
 
- Querida -dijo Maximiliano- las noches tranquilas y dulces invitan a gozar de la frescura de los canales, donde la luna parece mirarse con cariñoso misterio.
 
- Embarquémonos, Maximiliano -respondió Valentina, apretando dulcemente el brazo de su esposo y mirando al mismo tiempo con recelo a un hombre embozado en una capa y con el rostro oculto por las alas de su enorme sombrero.
 
Valentina marchó silenciosa al lado de Maximiliano en la dirección de las escaleras; pero su mirada inquieta parecía examinar todavía a aquel hombre extraño que no estaba lejos. En efecto, a pequeña distancia se veía una figura triste y pensativa que seguía también con los ojos los movimientos de los esposos.
 
- ¿Tu góndola está pronta, Giacomo? -le preguntó Maximiliano sonriéndose.
 
- Sí, excelencia, y tendré a gran honra recibiros en ella.
 
Abordaron la góndola y se sentaron; después, cuando el gondolero, manejando el remo con destreza, impelía la barca que pasaba por el muelle, Valentina volvió la cabeza y dirigió una mirada todavía inquieta a la Piazza.
 
Luego que la góndola se alejó del muelle, deslizándose blandamente a lo largo del gran canal, el hombre que los observaba se adelantó con precipitación hacia el muelle y dando un pequeño grito parecido al de una ave nocturna, esperó con impaciencia a alguien que le respondió del mismo modo.
 
 
Alfredo Possolo Hogan (Portugal, 1829-1865).

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