viernes, 4 de octubre de 2013

Exilio: HABLA, MEMORIA, de Vladimir Nabokov

"... contra un cielo de color melocotón..."

(Fragmento del capítulo duodécimo)
 
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Tuve inesperadamente noticia de su paradero alrededor de un mes después de mi llegada a la zona sur de Crimea. Mi familia se estableció en las cercanías de Yalta, en Gaspra, junto al pueblo de Koreiz. Todo parecía allí extranjero; los olores no eran rusos, los sonidos tampoco, el asno que rebuznaba cada atardecer justo cuando el muecín empezaba a cantar desde el minarete del pueblo (una delgada torre azul recortada en silueta contra un cielo de color melocotón) era sin duda vecino de Bagdad. Y allí, en un camino de herradura próximo a un cretoso lecho de río por el que diversas cintas serpenteantes de agua poco profunda discurrían sobre piedras ovaladas; allí me encontré a mí mismo con una carta de Tamara en la mano. Miré los abruptos Montes de Yayla, cuyos rocosos ceños estaban cubiertos por el karakul del oscuro pino táurico; y la franja de matorral de hoja perenne que separaba la montaña del mar; y el translúcido cielo rosa, en el que brillaba una presumida media luna, con una sola estrella húmeda en su vecindad; y aquel artificioso escenario me pareció como una litografía de una edición bellamente ilustrada, pero desgraciadamente resumida, de Las mil y una noches. De repente sentí toda la angustia del exilio. Estaba el caso de Pushkin, claro; Pushkin, que había errado por aquí, proscrito, entre estos cipreses y laureles naturalizados, pero aunque sus elegías llegaron quizás a estimularme, creo que mi exaltación no era simple pose. A partir de entonces y durante varios años, hasta que la redacción de una novela me alivió de esa fértil emoción, la pérdida de mi país fue para mí lo mismo que la pérdida de mi amor.
 
 
 Vladimir Nabokov (Ruso nacionalizado estadounidense, 1899-1977)
 
La ilustración corresponde al llamado Nido de la golondrina, en Gaspra, península de Crimea.

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