domingo, 11 de agosto de 2013

Páginas ajenas: LA DALIA NEGRA, de James Ellroy

 
(Fragmento del prólogo)
 
Tomás dos Santos se revolvió y murmuró algo.
- ¿Inés? ¿Inés? ¿Qué Inés? -Blanchard fue hasta un armario y encontró una vieja manta de lana que le echó por encima. El calor prestado por la manta pareció calmarle; sus balbuceos se apagaron-. Cherchez la femme -dijo después.
- ¿ Cómo ?
- Buscad a la mujer. Incluso con media botella dentro, el viejo Tomás no es capaz de olvidar a Inés. Te apuesto diez contra uno a que cuanto entre en la cámara de gas ella estará justo allí, a su lado.
- Quizá tenga éxito con la apelación. De quince años a cadena perpetua, y en veinte años a la calle.
- No. Es hombre muerto. Cherchez la femme, Bucky. Acuérdate de eso.
Recorrí la casa en busca de un sitio donde dormir y al fin me decidí por un dormitorio de la planta baja con una cama demasiado corta para mis piernas y un colchón lleno de bultos. Al tenderme en ella, escuché sirenas y disparos a lo lejos. Me fui quedando dormido poco a poco, y soñé con mis mujeres, demasiado escasas en número y con demasiado tiempo entre una y otra.
...

Y, por supuesto, nos convertimos en compañeros. Cuando vuelvo la vista hacia atrás, sé que él no poseía ningún don profético; se limitaba a trabajar para asegurar su propio futuro, en tanto que yo avanzaba con un caminar incierto hacia el mío. Lo que continúa su acoso en mi mente es su voz ronca e inexpresiva cuando decía: Cherchez la femme. Porque nuestra relación no fue nada, sólo un torpe camino para llevarse a la Dalia. Y, al final de ese camino, ella acabaría poseyéndonos a los dos por completo.


Capítulo 34

Moví el cañón y deshice el peinado de Dalia que Madeleine llevaba para que pareciera sólo otra zorra más vestida de negro; le esposé las muñecas a la espalda y me vi en el arenal, cebo para gusanos junto con mi compañero. Las sirenas se acercaban a nosotros de todas las direcciones; las luces de las linternas hicieron brillar la ventana rota. Y en mitad del Gran Vacío, Lee Blanchard pronunció de nuevo su misma frase de los disturbios con las cazadoras de cuero:
 
«Cherchez la femme, Bucky. Recuerda eso.»
 
 
 James Ellroy (EUA, 1948)

(Traducido al español por Alberto Solé)

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