viernes, 29 de julio de 2022

Julio: DRÁCULA, de Bram Stoker

"A la sagrada memoria de George Canon, quien murió con la esperanza de una gloriosa resurrección, el 29 de julio de 1873..."
 
(Lápida de George Canon con fecha 29 de julio hace 150 años)
 
Evidentemente, esto era una broma del lugar, porque el anciano rió al hablar y sus amigos le festejaron de muy buena gana.
 
- Pero -dije-, seguramente no es esto del todo correcto porque usted parte del supuesto de que toda la pobre gente, o sus espíritus, tendrán que llevar consigo sus lápidas en el Día del Juicio. ¿Cree usted que eso será realmente necesario?
 
- Bueno, ¿para qué otra cosa pueden ser esas lápidas? ¡Contésteme eso, querida!
 
- Supongo que para agradar a sus familiares.
 
- ¡Supone que para agradar a sus familiares! -sus palabras estaban impregnadas de un intenso sarcasmo-. ¿Cómo puede agradarle a sus familiares el saber que todo lo que hay escrito ahí es una mentira, y que todo el mundo, en este lugar, sabe que lo es? Señaló hacia una piedra que estaba a nuestros pies y que había sido colocada a guisa de lápida, sobre la cual descansaba la silla, cerca de la orilla del peñasco.
 
- Lean las mentiras que están sobre esa lápida -dijo.
 
Las letras quedaban de cabeza desde donde yo estaba; pero Lucy quedaba frente a ellas, de manera que se inclinó y leyó:
 
- A la sagrada memoria de George Canon, quien murió en la esperanza de una gloriosa resurrección, el 29 de julio de 1873, al caer de las rocas en Kettleness. Esta tumba fue erigida por su doliente madre para su muy amado hijo. "Era el hijo único de su madre que era viuda." A decir verdad, señor Swales, yo no veo nada de gracioso en eso -sus palabras fueron pronunciadas con suma gravedad y con cierta severidad.
 
- ¡No lo encuentra gracioso! ¡Ja! ¡Ja! Pero eso es porque no sabe que la doliente madre era una bruja que lo odiaba porque era un pillo..., un verdadero pillo...; y él la odiaba de tal manera que se suicidó para que no cobrara un seguro que ella había comprado sobre su vida. Casi se voló la tapa de los sesos con una vieja escopeta que usaban para espantar los cuervos; no la apuntó hacia los cuervos esa vez, pero hizo que cayeran sobre él otros objetos. Fue así como cayó de las rocas. Y en lo que se refiere a las esperanzas de una gloriosa resurrección, con frecuencia le oí decir, señorita, que esperaba irse al infierno porque su madre era tan piadosa que seguramente iría al cielo y él no deseaba encontrarse en el mismo lugar en que estuviera ella. Ahora, en todo caso, ¿no es eso una sarta de mentiras? -y subrayó las palabras con su bastón-. Y vaya si hará reír a Gabriel cuando Geordie suba jadeante por las rocas con su lápida equilibrada sobre la joroba, ¡y pida que sea tomada como evidencia!
 
No supe qué decir; pero Lucy cambió la conversación al decir, mientras se ponía de pie:
 
 - ¿Por qué nos habló sobre esto? Es mi asiento favorito y no puedo dejarlo, y ahora descubro que debo seguir sentándome sobre la tumba de un suicida.
 
 
Bram Stoker (Irlandés fallecido en Inglaterra, 1847-1912). 

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