martes, 19 de marzo de 2013

Rudyard Kipling: KIM, aventuras de un irlandés en la India


Como si las peripecias de Guillén de Lampart que inspiraron la novela Memorias de un impostor, de Vicente Riva Palacio, y se deduce que también la creación del legendario Zorro o del batallón de San Patricio -bautizados por el habla popular como "los colorados", debido a lo llamativo que resultaban algunos pelirrojos que lo integraban-, que se cambió al bando mexicano durante la guerra intervencionista contra Estados Unidos entre 1846 y 1848, no fueran suficiente, también la ficción se ha servido de personajes de origen irlandés para protagonizar novelas de aventuras, como sería el caso de Kim, de Rudyard Kipling. Ante el entusiasmo que provoca la celebración anual del santo patrono de Irlanda, hoy concluiré la crónica emprendida ayer con algunos párrafos de esta novela en los que Kipling describe el carácter típico de los irlandeses. Ya desde sus primeras líneas establece el origen de su protagonista:

Kim era un niño blanco, si bien de la clase más miserable. La mestiza que lo cuidaba (fumaba opio y tenía una tienda de muebles usados en la plaza donde tienen su parada los coches de alquiler más baratos) les dijo a los misioneros que era hermana de la madre de Kim; ésta había sido niñera de la familia de un coronel y se casó con Kimball O’Hara, joven sargento del regimiento irlandés de los Mavericks, que fue después empleado en los ferrocarriles de Sind, Panjab y Delhi Y su regimiento regresó a Inglaterra sin él. La madre de Kim murió de cólera en Ferozepore, y O’Hara se volvió un borracho holgazán, que recorría la línea con aquel niño, de ojos penetrantes, entonces de unos tres años de edad. Asociaciones benéficas y capellanes desearon hacerse cargo del niño, pero O’Hara los despachó a todos, hasta que tropezó con la mujer que fumaba opio, aprendió ese vicio y murió como los blancos pobres mueren en la India.

Una vez que ha quedado establecido el origen del protagonista, Kipling resalta su temerario sentido de la aventura:

Kim lanzó al aire el paquetito de papeles doblados, que fue a parar al sendero, junto al inglés; pero éste lo pisó, porque en aquel momento pasaba un jardinero dando la vuelta a la esquina de la casa. Cuando desapareció el criado, el inglés recogió el paquete dejando caer una rupia -Kim pudo oír el sonido metálico-, y se dirigió a la casa sin volver la cabeza ni una sola vez. Kim se apresuró a recoger la moneda; pero, a pesar de su educación indígena, era lo bastante irlandés por nacimiento como para no conceder al dinero sino una ínfima parte del interés de la aventura. Lo que más le gustaba era ver el efecto de la acción; así es que, en lugar de marcharse, se escondió entre la espesura, y, arrastrándose como un reptil, se acercó a la casa.

En el capítulo XIII se encuentran un par de párrafos que valdría la pena citar. El primero de ellos es una descripción que dice: "Llevaban unas polainas que no eran inglesas, y unos cinturones muy raros, que le recordaban vagamente los dibujos de un libro que había en la biblioteca de San Javier, y que se titulaba Las aventuras de un joven naturalista en México." Lo anterior en clara referencia a la obra del francés Lucien Biart, publicada en 1870. Unas páginas más adelante subraya el temperamento que se suele atribuir a los irlandeses:

Era demasiado tarde. Antes que Kim pudiese apartar al lama, el ruso le alcanzó con un puñetazo en plena cara. Un instante después comenzó a rodar por la vertiente abajo, con Kim atenazándole la garganta. El porrazo había despertado en la sangre del muchacho todos los desconocidos demonios irlandeses, y la caída rápida de su enemigo hizo el resto. El lama quedó de rodillas, medio atontado; los culís cogieron sus cargas y treparon monte arriba, tan de prisa como un hombre de las llanuras puede correr por una superficie horizontal. Habían visto un sacrilegio incalificable, y eso les impulsó a escapar antes que los dioses y los demonios de las montañas acudieran a vengarse.

Como el protagonista ha crecido y se ha educado en la India, conserva una dualidad en su carácter. Por una parte, está lo que ha heredado a través de la naturaleza de sus padres, en tanto que por la otra, todo lo aprendido y aquello que ha podido experimentar en el entorno del país en que nació.

Durante una hora más estuvieron haciendo y rehaciendo sus pequeños planes ingenuos, mientras Kim temblaba de frío y de orgullo. Lo humorístico de la situación cautivaba por igual su alma de irlandés y de oriental.

Por supuesto que el autor no elude las inevitables referencias al característico color de Irlanda: "Y señaló la bandera, que ondeaba agitada por la brisa de la tarde, (...) la había adornado con el emblema de su regimiento, el Toro Rojo, que es el timbre de los Mavericks, el gran Toro Rojo sobre el verde del campo irlandés." Así como a su tradicional catolicismo: "Creía Bennett que entre él y el cura de la Iglesia Católica Romana (del contingente irlandés) existía un abismo infranqueable". Suficientes muestras del conocimiento que Kipling tenía en cuanto al carácter de los irlandeses y, sobre todo, las marcadas diferencias con sus vecinos británicos.


Jules Etienne

La ilustración corresponde al museo Lahore, construido en el año de1864
y del cual John Lockwood Kipling, padre de Rudyard Kipling, fue su curador.
Se le menciona varias veces en el noveno capítulo de la novela.

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