miércoles, 25 de julio de 2012

Páginas ajenas: LA REBELIÓN DE LOS COLGADOS, de B. Traven


(Fragmento)

Los finqueros se hallaban constantemente a la caza de familias indígenas, mano de obra indispensable para los trabajos de sus fincas, y empleaban los medios más carentes de escrúpulos para conseguir arrancarlas de sus pueblos y colonias.

La posesión de esas familias era disputada entre los finqueros, como si se tratara de ganado sin hierro cuya propiedad trataban de asegurar. Las disputas por la propiedad de las familias indígenas y de sus numerosos progenitores se eternizaban, se transmitían de padres a hijos y subsistían aun cuando el objeto de ellas hubiera desaparecido mucho tiempo atrás, no sabiéndose ya exactamente cuál era la causa del odio mortal entre algunos finqueros vecinos.

Los jefes políticos, así como todos los otros funcionarios de la dictadura, se hallaban siempre, naturalmente, del lado de los poderosos finqueros. Cuando se les pedía que despojaran a alguna familia indígena de su pedacito de tierra, declarándola desprovista de derechos y valiéndose de cualquier otro medio criminal, inmediatamente lo hacían, dejando a las víctimas a merced del finquero. Este se encargaba de pagar las deudas de la familia y las multas exorbitantes, pero que tenían como objeto ahogarla en deudas de tal manera que el finquero quedara en posibilidad de adquirir derechos absolutos sobre la familia.

El hecho de que un finquero fuera pariente o amigo de un jefe político o de que asegurara a éste o a cualquier otro miembro de la tiranía una existencia larga y fácil, era suficiente para que la mano de obra indígena no faltara jamás en su finca.

Cándido había podido conservar su independencia y vivir libremente, gracias a su innata cautela de campesino, a su buen sentido natural y a la línea de conducta que se había trazado, de no ocuparse más que de su tierra, de su trabajo y del bienestar de los suyos.

La ranchería estaba compuesta por cinco familias que, como Cándido, pertenecían a la raza tsotsil. Sus tierras eran pobres como la suya. Sus jacales eran de adobe, con techos de palma, miserables. Llevaban una existencia tan dura como sólo los humildes campesinos indígenas son capaces de soportar. Sin embargo, todos los esfuerzos de los finqueros para convertirlos en peones habían fracasado, al igual que con Cándido. Los indios no ignoraban que la vida en la finca les sería menos dura; pero preferían quedarse en su tierra árida, seca -por ello a la colonia se le llamaba Cuishin, que quiere decir ardiente-, y vivir su vida precaria, con la agonía constante de ver destruídas sus cosechas, a perder la libertad, aun cuando a cambio de su servidumbre se les hubiera ofrecido el Edén. Preferían morir de hambre libres, independientes, a engordar bajo las órdenes de un amo.


B. Traven: Ret Marut, Hal Croves o Traven Torsvan
(Escritor alemán nacionalizado mexicano; 1882-1969)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario