miércoles, 6 de abril de 2011

El abril de Ismail Kadaré


Durante mi primera navidad en Canadá, invité a una joven griega a celebrarla juntos en Victoria -capital de la provincia en la que vivo-, en la isla de Vancouver. Al empezar el año nuevo ya estábamos viviendo juntos. Y si bien la experiencia en el aspecto sentimental resultó peor que desafortunada, debo reconocer que fue muy estimulante aprender las costumbres de una cultura tan ajena a la mía. Migena era griega, aunque de origen albanés y muy joven, por entonces le doblaba la edad - tenía 23 años y yo 47-. Fue gracias a ella que leí por primera vez a Ismail Kadaré. En una librería multicultural por desgracia ya desaparecida, conseguí Abril quebrado traducida al español, en la colección denominada Biblioteca Kadaré, de Alianza Editorial. Magnífica edición, por cierto, ya que incluye notas de pie de página para explicar el lenguaje coloquial y las tradiciones del pueblo albanés que, me queda claro, son bastante peculiares. Poco después una amiga viajó desde México y me hizo el favor de traerme El palacio de los sueños. Para cuando la terminé de leer Megi -es decir, Migena-, ya se encontraba viviendo con otro individuo en la ciudad de Montreal. Fue, pues, un romance que no alcanzó a llegar ni al final de la segunda novela. Mi único consuelo fue su infidelidad con el otro sujeto, la cual tuvo el descaro de compartir conmigo a su regreso.

Kadaré, quien ha sido varias veces considerado candidato al premio Nobel de literatura, escribió Abril quebrado en 1978 y la publicó por primera vez en 1980, en plena dictadura. Como la acción se desarrolla en las montañas del norte, en la región de Myzequea (Myzeqeja), que conserva una de las culturas más primitivas de esa nación, resulta importante subrayar el peso del derecho consuetudinario, es decir, los usos y costumbres en dicha zona, por encima de la propia ley. Por ejemplo, algo que me explicaba Megi era que si una persona asesinaba a otra, los miembros de la familia afectada adquirían el derecho de asesinar a su vez a un pariente del homicida primigenio. Y podrían seguir así indefinidamente hasta que por fin alguien detenía las ejecuciones ofreciendo a una de las mujeres de su familia para que tuviera un hijo con sus rivales, y compensar de esa manera la pérdida inicial. Por supuesto que la mujer, en ese caso, no tenía voz ni voto.

Otra cosa que me explicaba -y espero haber comprendido cabalmente, puesto que mi inglés era más deficiente entonces; en cambio ella estudiaba en la universidad de Manchester cuando decidió venirse a radicar a Canadá-, era la manera en que una casa se puede convertir en una especie de santuario para el perseguido. Es algo bastante peculiar: si un sujeto fuese víctima de una persecución y en su huída tocara una puerta, el habitante de esa casa tiene la obligación de proporcionarle refugio e incluso, enfrentar a sus perseguidores. Lo que sí me quedó muy claro, es que podía darse el caso de que se llamara a la puerta de un enemigo y a pesar de ello éste no podía negarle su protección.

Con razón en aquella película basada en La tía Julia y el escribidor, de Vargas Llosa (en inglés llevó por título Tune in Tomorrow, filmada en 1990), el personaje de Pedro Carmichael, el escribidor, que interpretaba Peter Falk, se la pasaba culpando de todas las calamidades a los albaneses.

A reserva de ocuparme con más detalle de Abril quebrado, la novela de Kadaré, es un autor del que me voy a permitir recomendar su lectura. Con todo lo exótico que pueda resultar después de lo que acabo de exponer, su obra es por demás interesante. El palacio de los sueños parte de una premisa muy estimulante para elaborar una gran parábola no sólo de la dictadura albanesa en particular, sino de la naturaleza del totalitarismo en general. Espero poder comentarlo en un futuro próximo y en cuanto a Megi, se casó con un albanés y creo que todavía sigue viviendo en Vancouver. No nos hemos vuelto a ver.

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