miércoles, 23 de marzo de 2011

Páginas ajenas: LA TREGUA, de Mario Benedetti


(Fragmento)

Viernes 22 de marzo

Corrí veinte metros para alcanzar el omníbus y quedé reventado. Cuando me senté, creí que me desmayaba. En la tarea de quitarme el saco, de desabrocharme el cuello de la camisa y moverme un poco para respirar mejor, rocé dos o tres veces el brazo de mi compañera de asiento. Era un brazo tibio, no demasiado flaco. En el roce sentí el tacto afelpado del vello, pero no lograba identificar si se trataba del mío o el de ella o el de ambos. Desdoblé el diario y me puse a leer. Ella, por su parte, leía un folleto turístico sobre Austria. De a poco fui respirando mejor, pero me quedaron palpitaciones por todo un cuarto de hora. Su brazo se movió tres o cuatro veces, pero no parecía querer separarse totalmente del mío. Se iba y regresaba. A veces el tacto se limitaba a una tenue sensación de proximidad en el extremo de mis vellos. Miré varias veces hacia la calle y de paso la fiché. Cara angulosa, labios finos, pelo largo, poca pintura, manos anchas, no demasiado expresivas. De pronto el folleto se le cayó y yo me agaché a recogerlo. Naturalmente, eché una ojeada a las piernas. Pasables, con una curita en el tobillo. No dijo gracias. A la altura de Sierra, comenzó sus preparativos para bajarse. Guardó el folleto, se acomodó el pelo, cerró la cartera y pidió permiso. "Yo también bajo", dije, obedeciendo a una inspiración. Ella empezó a caminar rápido por Pablo de María, pero en cuatro zancadas la alcancé. Caminamos uno junto al otro, durante cuadra y media. Yo estaba aún formando mentalmente mi frase inicial de abordaje, cuando ella dio vuelta la cabeza hacia mí, y dijo: "Si me va a hablar, decídase".

Domingo 24 de marzo

Pensándolo bien, que caso extraño el del viernes. No nos dijimos los nombres ni los teléfonos ni nada personal. Sin embargo, juraría que en esta mujer el sexo no es un rubro primario. Más bien parecía exasperada por algo, como si su entrega a mí fuera su curiosa venganza contra no sé qué. Debo confesar que es la primera vez que conquisto una mujer tan sólo con el codo y, también, la primera vez que, una vez en la amueblada, una mujer se desviste tan rápido y a plena luz. El agresivo desparpajo con que se tendió en la cama, ¿qué probaba? Hacia tanto por poner en evidencia su completa desnudez que estuve por creer que era la primera vez que se encontraba en cueros frente a un hombre. Pero no era nueva. Y con su cara seria, su boca sin pintura, sus manos inexpresivas, se las arregló, sin embargo, para disfrutar. En el momento que consideró oportuno, me suplicó que le dijera palabrotas. No es mi especialidad, pero creo que la dejé satisfecha.


La ilustración corresponde a una fotografía de Mario Benedetti en un autobús.

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