Me quedé en la puerta de la tienda esperando a que saliera. Nuestros ojos se encontraron; los míos sonrientes y llenos de admiración pero los suyos, severos e inquisitivos. Luego, la seguí de cerca, admirando su belleza silvestre. En la Cornisa, nos sorprendió una ráfaga de brisa otoñal, mezclada con los tenues rayos del sol. Caminaba con paso rápido y decidido, y justo antes de entrar al edificio de Miramar, se volvió para mirar hacia atrás: tenía los ojos de color miel, exquisitos pero evasivos.
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