lunes, 24 de enero de 2011

Verne y Mozart: coincidencias de la genialidad


Hace ya casi dos meses, a principios de diciembre, emprendí la lectura de una investigación de Michel Lamy, la traducción literal de su título en inglés sería El mensaje secreto de Julio Verne, escrita originalmente en francés y que me parece lamentable que todavía no haya sido traducida al español. La única obra de Lamy que pude ubicar en nuestra lengua es La otra historia de los Templarios, publicada en 2006. Sin embargo, durante mi búsqueda me topé con un ensayo breve e interesante de José Gregorio Parada, titulado Una mirada al mundo religioso de Julio Verne, que incluso le mereció un premio literario en dicho género, en 2005.

La razón por la que he dilatado tanto en esta lectura, no se debe a su complejidad o al empleo de un lenguaje abstruso, por el contrario, me ha resultado de lo más amena, sin embargo, también ha estimulado mi deseo de investigar algunos de los aspectos que plantea. Por ejemplo, en el tercer capítulo, elabora una tabla que establece un minucioso paralelismo entre Las Indias negras (también conocida como La ciudad subterránea), con la ópera La flauta mágica, de Mozart, desde la perspectiva de que ambas fueron obras iniciáticas de la masonería. Me apena admitir mi ignorancia con respecto a la filiación masónica de Mozart, que según entiendo nunca ocultó, pero eso me sucede por andar creyendo que una película como Amadeus estaba apegada a su vida. Nada más lejano de la verdad. La obra teatral de Peter Shaffer que dio lugar a la respectiva adaptación fílmica, no tenía carácter biográfico, sino que a su vez se inspiraba en un breve drama, Mozart y Salieri, de Aleksandr Pushkin, escrito en 1830, cinco años después de la muerte de Salieri, y también sirvió como base del libreto de la ópera del mismo nombre de Rimsky-Korsakov.

Wolfgang Amadeus Mozart ingresó en la logia masónica de Viena a finales de 1784, con grado de aprendiz, y a principios del año siguiente ya era maestro. El caso es que entre los masones se suele considerar a La flauta mágica como su trabajo más hermoso -su escenografía está repleta de símbolos-, y Lamy sugiere que tal vez esa sea la razón por la que Verne, en su novela Los hijos del capitán Grant, permite que el personaje del geógrafo francés Santiago Paganel, nombre probablemente inspirado en el propio Papageno de La flauta mágica, escuche en el desierto el aria Il mio tesoro tanto, de Don Juan, y exclame: "Esa sublime inspiración del maestro de maestros", subrayando la admiración de sobra conocida que Verne siempre manifestó por Mozart.

Debo haber visto La flauta mágica hecha película por Ingmar Bergman, durante su estreno, que debió acontecer en la Muestra Internacional de Cine de la ciudad de México, en 1976. Desde entonces no la había vuelto a ver. De manera que me puse a buscarla y la encontré en el espléndido catálogo de Criterion, así como otra versión filmada de una representación en vivo, que tuvo lugar en Ludwigsburger, Alemania, en 1992. Tuve la oportunidad de obtener ambas a través de la biblioteca pública de Vancouver. Sin embargo, una vez relatado lo anterior, es fácil imaginarse el tiempo que me ha tomado ir avanzando en cada capítulo, ya que no me he conformado con la referencia de Lamy, sino que he procurado, en lo posible, obtener las obras que menciona, para confrontar o corroborar lo que está señalando y a su vez establecer el contexto en que acontece. La consecuencia es que todavía me encuentro leyendo el libro en cuestión.

Sin embargo, además de expresar el motivo de este retraso, también he querido aprovechar para ocuparme de Rudolf Glauer, mejor conocido como Rudolf von Sebottendorf, iniciador de la Sociedad de Thule, quien aparece en el capítulo trece, Noche y Niebla -con el que culmina la cuarta parte: Alguna vez fue rey de Thule-, por su curiosa relación con México. De esto me ocuparé mañana martes.
 
 
Jules Etienne

La ilustración corresponde a la escena del jardín con la Esfinge bajo la luz de la luna, segundo acto, escena 3, de La flauta mágica, diseñada por Karl Friedrich Schinkel, en 1816.

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