viernes, 10 de diciembre de 2010

Hermann Hesse: VIVENCIAS DE OTOÑO


Hermann Hesse nació y murió en verano, sin embargo, a lo largo de su obra se percibe cierto predominio del otoño que -por decirlo a la manera de Julio Cortázar-, "por un azar que no busco comprender", sólo lo consignaré como curiosidad, a pesar de que no creo que se trate solamente de una suma de coincidencias literarias.

Vivencias de otoño es un testimonio escrito por Hesse poco después de haber cumplido los setenta y cinco años y cuando ya era premio Nobel de literatura, con la fama y el prestigio que eso conlleva -lo recibió en 1946, a los 69 años-. Esperaba la visita, en su casa de Suiza, de un amigo de la infancia, Otto Hartmann, quien había sido su compañero de estudios en el seminario evangélico de Maulbronn, relación que quedó consignada en la novela Narciso y Goldmundo.

En los días previos a su arribo, Hesse se sentía inquieto por lo que juzgaba el contraste entre lo que había sido la vida de ambos: En mi interior, sin embargo, me preocupaba y molestaba otro pensamiento más mezquino y vergonzoso. Mi amigo de la juventud, primero abogado, luego alcalde de una ciudad, después por un tiempo alto funcionario del Estado, y ahora, ya retirado, pero aún honrado con cargos importantes, no tuvo una vida confortable y despreocupada. Bajo el régimen de Hitler como funcionario incorruptible pasó hambre junto a su numerosa familia, después vino la guerra, los bombardeos, la pérdida de casa y bienes, pero con coraje y valentía aceptó una vida espartana de pocas necesidades. ¿Cómo encontraría entonces mi vida aquí, a salvo de la guerra, en una casa cómoda y espaciosa, con dos lugares de trabajo, con sirvientes y muchas otras comodidades que tanto me costaría hacer a un lado? ¿No le podrían parecer lujos fuera de lugar?.

Pero se consuela gracias al entusiasmo que le provoca el futuro reencuentro y recordar el carácter alegre y ánimo conciliador que caracterizaron a su antiguo compañero. Hesse le relató entonces a su hijo Martin, cómo se habían conocido sesenta y un años atrás, cuando sus respectivas madres los inscribieron en el seminario ya citado, y acabaron siendo grandes camaradas. Al llegar su amigo, todas las preocupaciones se desvanecieron, convivieron algunos días en los que hasta el clima de aquel otoño fue cómplice, ya que Hesse menciona unos días espléndidos en que pudieron pasear y su hijo les tomó algunas fotografías.

Hartmann había cargado un voluminoso paquete con toda la correspondencia que Hesse le había escrito a su hermana Adela, desde 1890 hasta 1948. Y aquí hay un párrafo que me llena de nostalgia: De manera que no sólo me trajo la posibilidad de conjurar los hechos pasados con su conversación sino, también, un arcón repleto de pasado. Suelo insistir mucho con mis amistades que permanecen en Tampico, mi lugar natal, cómo desde la distancia -en mi caso, más de cuatro mil kilómetros y hace ya casi treinta años que dejé el implacable calor del puerto-, las referencias, los objetos, cualquier detalle, adquieren una importancia que tal vez para los que todavía se encuentran allá, no la tengan. Por eso me conmueve tanto lo que dice Hesse: Entre aquellos para quienes escribo este relato, pocos son tan viejos como yo. La mayoría de ellos no comprenden cuánto significa un objeto para una persona de edad, especialmente cuando su vida se desarrolla lejos del espacio y de las imágenes de su juventud. Y prosigue más adelante: un fragmento de mueble, una fotografía, una carta descolorida cuya caligrafía y papel abre e ilumina, al ser revisada, cámaras enteras de tesoros de la vida pasada y donde descubrimos nombres de fantasía y expresiones familiares que hoy nadie más podría comprender y cuya resonancia, aún para nosotros, exige un esfuerzo para entender.

Al momento en que Hartmann se preparaba para marcharse, es posible que los dos coincidieran en silencio. En la despedida nos reímos sin decir una palabra de lo que ambos estábamos pensando: tal vez esta sea la última vez.

Más adelante Hesse narra como los días se hicieron más otoñales, los días lluviosos cada vez más negros, la quietud siempre más fría y en muchas cumbres ya había nieve. Para culminar ese párrafo habla de un domingo especialmente hermoso: hubiéramos deseado poder compartir con él esta tarde, ese azul, oro y blanco de los lejanos picos, la calma cristalina del aire, los grupos multicolores de los viñadores en las terrazas. Y alrededor de esas horas, cuando descendíamos pensando en él, mi amigo murió.



La ilustración corresponde a una fotografía de Hermann Hesse,
en Montagnola, Suiza, donde recibió a Otto Hartmann, en 1952.

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