miércoles, 22 de diciembre de 2010

El futuro según Verne


De entre las abundantes predicciones de Verne, las más conocidas son aquellas que se refieren al Viaje a la luna y Veinte mil leguas de viaje submarino. En el primer caso, se adelantó más de un siglo y fue muy preciso en cuanto a la velocidad que debería alcanzar la nave espacial para rebasar la atmósfera terrestre (el cálculo de Verne era de once mil metros por segundo, la velocidad del Apolo fue de diez mil ochocientos treinta), así como el sitio desde el que debería efectuarse el despegue: la península de Florida. El lugar propuesto por Verne se encuentra a sólo 140 millas de distancia de Cabo Cañaveral. En cuanto al Nautilus, el primer submarino impulsado por energía atómica fue construido en 1955, y en su novela también aparecen buzos con escafandra, una campana submarina que equivaldría al batiscafo que inventó Piccard en 1948, y la tripulación del capitán Nemo habla una lengua que es la mezcla de varios idiomas, como el esperanto ideado por Zamenhof en 1887. En fin, la lista es inagotable y ampliamente conocida por todos, lectores o no, de la obra de Verne.


Sin embargo, su visión futurista de París en el siglo XX, no deja de sorprendernos, como su minuciosa descripción del metro: "Este largo viaducto que sostenía la vía férrea formaba una galería cubierta... Algunas casas ribereñas, transformadas en estaciones, comunicaban con las vías por medio de largas pasarelas; y de ellas ascendía la escalera doble que daba acceso a las salas de espera... El viaducto, sostenido por tan simples columnas, no habría podido resistir los antiguos medios de tracción, que exigían locomotoras muy pesadas; pero gracias a la aplicación de propulsores nuevos, los trenes eran muy livianos, pasaban cada diez minutos y cada uno llevaba mil viajeros en coches veloces y cómodos. Las casas ribereñas no sufrían por el vapor ni por el humo; por una razón muy sencilla: no había locomotoras."


Respecto a los automóviles: "La mayor parte de los innumerables coches que surcaban la calzada de los bulevares lo hacían sin caballos; se movían por una fuerza invisible, mediante un motor de aire dilatado por la combustión del gas". Y un párrafo más adelante dice de éstos: "El mecánico, sentado en su asiento, guiaba un volante; un pedal, situado bajo sus pies, le permitía modificar instantáneamente la marcha del vehículo".


"Qué habría dicho uno de nuestros antepasados al ver esos bulevares iluminados con un brillo comparable al del sol, esos miles de vehículos que circulaban sin hacer ruido por el sordo asfalto de las calles, tiendas ricas como palacios donde la luz se expandía en blancas radiaciones, esas vías de comunicación amplias como plazas, esas plazas vastas como llanuras, esos hoteles inmensos donde alojaban veinte mil viajeros, esos viaductos tan ligeros; esas largas galerías elegantes, esos puentes que cruzaban de una calle a otra, y en fin, esos trenes refulgentes que parecían atravesar el aire a una velocidad fantástica..." Sin embargo, no se conformó con describir el aspecto físico de ese París futurista, también hay algunas observaciones sobre la conducta social. "Se habría sorprendido mucho, sin duda; pero los hombres de 1960 ya no admiraban estas maravillas; las disfrutaban tranquilamente, sin por ello ser más felices, pues su talante apresurado, su ímpetu americano, ponían de manifiesto que el demonio del dinero los empujaba sin descanso y sin piedad." Y es que entonces "lo importante no era alimentarse, sino ganar con qué alimentarse".


Verne habla de una sociedad dedicada por entero a los negocios, que aprovecha el uso del fax: "... nuevos perfeccionamientos permitían una correspondencia directa con los destinatarios; el secreto se podía así guardar y los negocios más considerables tratarse con seguridad a la distancia. Cada casa poseía sus cables propios...", por lo que: "Innumerables valores que se cotizaban en el mercado libre se inscribían por sí mismos en los paneles situados al centro de las Bolsas de París, Londres, Francfort..." (y un largo etcétera que incluye a Nueva York y Pekín). Otro de los inventos es un telégrafo fotográfico, "que permite enviar cualquier parte del facsímil de una escritura autógrafo o dibujo, y firmar letras de cambio o contratos a diez mil kilómetros de distancia."


"Tienes dieciséis; serás mayor de edad a los dieciocho", le dice su tío Huguenin a Michel Dufrénoy, el adolescente protagonista de la novela. En cuanto al aspecto cultural señala: "Aunque ya nadie leía, todo el mundo sabía leer", así como que "el latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino enterradas".


También se ocupa de la electrónica aplicada a la música, ya que en un concierto se puede escuchar "¡Un piano con la potencia de doscientos!", además de una profecía más bien macabra: "Ya no cortaban la cabeza a nadie. Le fulminaban con una descarga". Lo cual me hace pensar en que Harold Brown, el empleado de Edison a quien se adjudica la invención de la silla eléctrica en 1888, debió agradecer a Hetzel el que hubiese rechazado la publicación de la novela, ya que alguien pudo habérsele adelantado partiendo de la idea de Verne, y éste, además, se evitó futuras manifestaciones de los activistas en contra de la pena de muerte frente a la que fue su casa en Amiens, incluida la quema pública de ejemplares de París en el siglo XX, lo que haría su pronóstico respecto a la desaparición de los libros y sus lectores, todavía más cercano a nuestra realidad.


Jules Etienne


La ilustración corresponde a un cartel para la exposición de modelos basados en las obras
de Verne, de Jean-Marc Deschamps, en el Museo Jules Verne, de Nantes.

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