miércoles, 10 de noviembre de 2010

Variaciones sobre un mismo tema



Ayer martes, muy temprano, incluí en mi blog El Mono Epigramático, un texto titulado Cratilo, que dice:

Sordo es el que no oye
ciego quien no puede ver
amnesia la ausencia de memoria
¿cómo se les llama a los que no aman?

De inmediato un amigo me expresó su inconformidad por lo que considera un plagio a Jaime Sabines. Ante todo, quiero agradecer su atención a la lectura de mi epigrama, y procedo a responder. El poema al que se refiere, A Medianoche, lleva ya varias semanas considerado como la entrada más popular aquí, en Mitos y Reincidencias, y este es el fragmento que provocó su inquietud:

"Cada día, hijo mío, que se va para siempre, me deja preguntándome: si es huérfano el que pierde un padre, si es viudo el que ha perdido a la esposa, ¿cómo se llama el que pierde a un hijo? ¿cómo, el que pierde el tiempo? Y si yo mismo soy el tiempo, ¿cómo he de llamarme si me pierdo a mí mismo?"

Podría aducir lo que en términos literarios es válido, sin que se considere plagio, como una paráfrasis. Pero me parece que mi modesto epigrama, dada su naturaleza, ni siquiera alcanzaría esa condición por su propia brevedad. Además de que la pregunta que planteo es otra, según yo, muy diferente. Debo confesar, sin embargo, que la idea ni siquiera me vino de la lectura del poema de Sabines, sino del epígrafe de Carlos Fuentes para su cuento El Robot Sacramentado, que recién acabo de reseñar: "¿Qué es primero? ¿El nombre, o la cosa?", del diálogo Cratilo, de Platón. La curiosidad me llevó a tratar de leerlo y en un sitio encontré un facsímil del original, y fue leyendo este diálogo entre Cratilo y Hermógenes, ante la presencia de Sócrates, que me surgió la idea. Coincido con la inquietud de Sabines: ¿cómo se llama al que pierde a un hijo?, pero no creo que la mía sea menos legítima. A propósito de Fuentes -quien, por cierto, mañana cumplirá 82 años-, ante este tema de los plagios, alguna vez respondió: "No hay libro que no descienda de otro libro".

Y ya que he mencionado la validez de una paráfrasis, tal vez la más famosa sea la que Pablo Neruda hizo de Rabindranath Tagore. La historia es más o menos la siguiente: Él tenía una amiga que era gran admiradora de Tagore y entonces, con la intención de agradarle, reescribió el poema para ella. Esto no tiene nada de extraño, se acostumbraba mucho en la antigüedad y ya en otra ocasión me referiré al asunto. El caso es que Neruda se basó en la traducción de Tagore que hiciera en 1917, Zenobia Camprubí -esposa de Juan Ramón Jiménez, más tarde también premio Nobel-, y logró su cometido de provocar la admiración de la joven. Si la poesía no sirve para eso, me pregunto, ¿entonces para qué otra cosa puede ser útil?

Incluyó dicho texto entre los 20 Poemas de amor y una canción desesperada, que entregó a sus editores en 1924. Contaba el propio Neruda que cuando el volumen ya se encontraba en el proceso de impresión, recordó que no había hecho la advertencia de que se trataba de una paráfrasis. Al intentar añadir la correspondiente nota aclaratoria, un amigo suyo, el también poeta Joaquín Cifuentes, se lo impidió con el argumento de que los libros de poesía se venden muy poco y una acusación de plagio podría ayudarle a ganar popularidad. Sin embargo, una discípula de Vicente Huidobro -quien siempre mantuvo una gran rivalidad con Neruda-, descubrió las similitudes y se publicó un artículo al respecto, en enero de 1935, en la revista Vital, que dirigía el propio Huidobro.

Este es el poema original de Tagore, que se incluye en su obra El Jardinero:

Tú eres la nube del crepúsculo que flota en el cielo de mis sueños.
Te dibujo según los anhelos de mi amor.
Eres mía y habitas en mis sueños infinitos.
Tus pies se colorean con el fulgor de mi deseo,
espigadora de mis cantos vespertinos.
Tus labios tienen la amargura y la dulzura de mi vino de dolor.
Eres mía y habitas en mis sueños infinitos.
La sombra de mi pasión ha obscurecido tus ojos.
Eres la alucinación de mi mirada.
Te he prendido y envuelto en la red de mis cantos, amor mío.
Eres mía y habitas en mis sueños infinitos.

Y ahora, el Poema 16, de Neruda:

En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
y tu color y forma son como yo los quiero.
Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces,
y viven en tu vida mis infinitos sueños.

La lámpara de mi alma te sonrosa los pies,
el agrio vino mío es más dulce en tus labios
¡Oh, segadora de mi canción de atardecer,
cómo te sienten mía mis sueños solitarios!

Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa
de la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.
Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
estanca como el agua tu mirada nocturna.

En la red de mi música estas presa, amor mío,
y mis redes de música son anchas como el cielo.
Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.
En tus ojos de luto comienza el país del sueño.

Gabriel García Márquez también fue acusado de plagiar La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata, cuando publicó Memoria de mis putas tristes, pero él jamás ha negado la influencia del escritor japonés en esa obra suya. Y concluiré con las mismas palabras con que lo hice el pasado 27 de septiembre en mi entrada ¿Coincidencia o plagio?: "El tema, sin duda, da para más. De manera que pienso retormarlo en un futuro".


Cratilo, el diálogo de Platón, puede encontrarse traducido al español en
un facsímil del original en formato pdf, en http://www.filosofia.org/

Cratilo, mi epigrama, se encuentra en http://elmonoepigramatico.blogspot.com

La traducción del poema de Rabindranath Tagore es la que aparece en
Obra Completa, de editorial Porrúa, 1976.

La ilustración es otra fotografía de la serie Cacao, de Gaap Studio,
misma de la que proviene la que usé para el epigrama: http://www.gaapstudio.pl/

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