Hace unos días Antonio, un lector de este blog, inquirió sobre la similitud entre el título de un poema de Luis Cernuda que incluí la semana pasada y una canción de Joaquín Sabina que figura en su álbum 19 días y 500 noches. El primero es Donde habite el olvido y la otra Donde habita el olvido, la diferencia por la conjugación es mínima. La letra de la canción, sin embargo, no hace referencia alguna al poema. La pregunta sería: ¿hasta qué grado es legítimo utilizar una expresión tan similar -sin que sea la misma- y en qué momento se convierte en un plagio? Para todos aquellos que escribimos resulta un riesgo inevitable concebir una frase que consideramos ingeniosa y después resulta que ya alguien se nos había adelantado. Cuando ese alguien es famoso, más temprano que tarde acabaremos por enterarnos, pero cuando no lo es tanto uno quedará expuesto, sin misericordia, a ser acusado de robarse las ideas ajenas.
Son de sobra conocidos algunos casos como el de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, quien fuera acusado por el escritor griego Kostas Sokrátus, de haberse basado en su novela Los excomulgados, a lo que aquél respondió: "Cada vez que un libro tiene éxito, siempre aparece alguien que dice que él tuvo la idea primero". Otro antecedente célebre fue El perfume, de Patrick Suskind, que obtuvo un sorpresivo éxito internacional y de la que se decía que, cuando el autor trabajaba como lector en una editorial suiza tuvo oportunidad de leer Lo fétido y lo fragante, de Alain Corbin, obra de la que, por cierto, aconsejó que no fuese publicada. También sobre Dan Brown y El código da Vinci, pesa una demanda legal por parte de los autores de La sagrada sangre y el cáliz sagrado, publicada en 1983. En España se conoce el reclamo de Alexis de Vilar, quien asegura que Woody Allen se habría robado varios aspectos de su novela Goodbye Barcelona para escribir el guión de la película Vicky, Cristina, Barcelona.
Todavía más famosa es la acusación en contra de Camilo José Cela, premio Nobel de literatura en 1989, por parte de María del Carmen Formoso, autora de la novela Carmen, Carmela, Carmiña (Fluorescencia), quien asegura que La cruz de San Andrés toma las ideas de su obra. Lo que ha hecho a este caso más interesante que otros a los que ya me he referido, es que una juez de Barcelona haya resuelto -diez años después de presentada la querella-, que sí existen indicios racionales para considerar que se cometió un delito contra la propiedad intelectual. El asunto implicaría la complicidad de los organizadores del premio Planeta de novela en 1994, ya que Formoso presentó su manuscrito para concursar el 2 de mayo, en tanto que Cela hasta el 30 de junio, último día del plazo. Como es sabido, la novela de éste resultó premiada. Un experto en literatura de la Universidad de Barcelona a quien se le solicitó el informe pericial, concluyó en que se trataba de una "transformación, al menos parcial, de la obra original." Partiendo de lo que dijera Juan Marsé, quien aseguraba que en los últimos años Cela acostumbraba a autoplagiarse, una cosa es reciclar las ideas propias y otra, muy diferente, aprovechar las de otros.
Todo lo anterior me remite a Gabriel García Márquez, cuando algunos críticos señalaron, hace ya muchos años, que El Otoño del Patriarca parecía inspirada en El señor Presidente, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, también premio Nobel, García Márquez aclaró que a él no le preocupaba gran cosa, puesto que en su momento al propio Asturias también lo habían acusado de plagiar Tirano Banderas, de Ramón del Valle Inclán. Si fuéramos muy rigurosos, a partir del teatro griego y después de las obras de Shakespeare, todo sería plagio.
El tema, sin duda, da para más. De manera que pienso retomarlo en un futuro.