(Fragmento del capítulo IV del Libro Segundo)
Entró
Melquíades, dependiente y sobrino del gachupín. Conducía una punta de chamacos,
que sonaban las pintadas esquilas de fúnebres barros que se venden en la puerta
de las iglesias por la fiesta de los Difuntos. Melquíades era chaparrote, con
la jeta tozuda del emigrante que prospera y ahorra caudales. La tropa babieca,
enfilada a canto del mostrador, repica los barros:
-
¡Hijos míos! ¡Qué esperanza! ¡Idos a darle la murga a vuestra mamasita! ¡Que os
vista los trajes de diario! ¡Melquíades, no debiste haberles relajado la moral,
autorizándoles esta dilapidación de sus centavitos! ¡Muy suficiente una
campanita para los cuatro! Entre hermanos bien avenidos, así se hace. Vayan a
su mamá, que les mude sus trajecitos.
Ramón del Valle-Inclán (España, 1866-1936).