"Había luchado tanto y estaba por perderlo todo."
(Fragmento del primer capítulo: Despedida en voz baja)
Eran casi las cuatro y la
señora Kinder la esperaba despierta. Todavía le preguntó si se le ofrecía algo,
pero en realidad Lupe no necesitaría gran cosa, acaso un frasco de seconales y
redactar unas notas de despedida. A veces me siento
como si tuviera cien años, como si fuera una anciana lista para el asilo. ¡Dios
santo! ¿Cuánto habré vivido que ni siquiera lo noté? Entre tanto frenesí,
había dejado de sumar los trozos de sueños y pesadillas para sustraer una
última resta con lo que ya nunca sería.
Empezó a escribir con su
letra de rasgos infantiles, unas líneas para Harald y recordó el día en que lo
había conocido. ¿Por qué tuviste que
atravesarte en mi camino? ¿Cómo
fui a enredarme con un inútil
como tú? Su arraigado catolicismo se empecinaba en convencerla de
que la vida es como un mapa trazado por un ser supremo y es muy poco lo que
puede hacer la voluntad. Había vivido y moriría bajo la sombra de su
determinismo religioso. Y pensar que hasta
llegué a imaginarme que juntos podíamos compartir una vida y que la llamaríamos
nuestra.Entonces, como el espectador que acude a la proyección de
una película para descubrir con sorpresa que es su propio espectro en la
pantalla y aunque reconoce los pasajes de su vida, le parecen ajenos, se vio a
sí misma la mañana en que había visitado el foro en el que filmaban El Pirata y la dama para encontrarse
con Arturo de Córdova, cuando un desconocido llamó su atención: un joven
aventurero, atractivo, de origen confuso y pasado fantasioso. Supuso que era
ideal para provocar en de Córdova la ignición de los celos. Sin embargo,
se equivocó, éste mantuvo la tibieza y fiel a su estilo habrá dicho con
indiferencia: "No tiene la menor importancia", para dar vuelta a la
página y cerrar el capítulo que llevaba el nombre de Lupe Vélez. Estoy tan cansada de todo el mundo. La gente cree que
peleo por capricho, por puro gusto. pero en realidad siempre he tenido que
pelear por todo. Desde que era una niña no he hecho otra cosa que pelear.
A través de la ventana
percibió una brisa templada que provocaba el murmullo de las hojas al caer
presagiando el fin del otoño. A la distancia se escuchaba la tonada de Serenata a la luz de la luna. Algún
vecino debería estar rindiendo una suerte de homenaje premonitorio a Glenn
Miller, quien desaparecería al día siguiente en un vuelo militar que nunca
llegó a París, su destino original, tal vez derribado por la artillería
alemana. Eran tiempos de guerra, pero Lupe ya tenía la suya propia como para
todavía andar pensando en las guerras ajenas. Había luchado tanto y estaba por
perderlo todo.
Ni siquiera tengo derecho de
quejarme. Pude ver cuando brillaba mi nombre en las marquesinas de los cines,
tuve todos los abrigos y las joyas que se me dio el capricho de que fueran
míos, hombres a los que jamás conocí se enamoraron de mí, me escribieron cartas
de amor apasionadas a las que respondí enviándoles fotografías con alguna
dedicatoria. En mi cama, esta misma cama que mandé hacer a la medida de mi
antojo, se acostaron hombres con los que tantas mujeres se tienen que conformar
apenas con soñarlos.
Su memoria se aferraba a lo
que aún le quedaba de vida, en un tramposo acto de prestidigitación
para que vomitara los setenta y cinco seconales junto con los recuerdos que
ahora se enredaban en desorden y escuchó con la nitidez del presente las voces
de aquellos que habitan en los huecos que va dejando el tiempo en la memoria,
ésos que permanecieron durante años en el olvido, y ahora recuperaban la forma
de sus rostros mientras que un eco con el sonido de su voz, de cada palabra
dicha, de cada risa, rebotaba en las paredes del pasado como si no hubieran
transcurrido tantos años...
Jules Etienne
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