Regresa la primavera a Vancouver.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Una serenata para Lupe: LA ÚLTIMA MADRUGADA

"Había luchado tanto y estaba por perderlo todo."
 
(Fragmento del primer capítulo: Despedida en voz baja)

Eran casi las cuatro y la señora Kinder la esperaba despierta. Todavía le preguntó si se le ofrecía algo, pero en realidad Lupe no necesitaría gran cosa, acaso un frasco de seconales y redactar unas notas de despedida. A veces me siento como si tuviera cien años, como si fuera una anciana lista para el asilo. ¡Dios santo! ¿Cuánto habré vivido que ni siquiera lo noté? Entre tanto frenesí, había dejado de sumar los trozos de sueños y pesadillas para sustraer una última resta con lo que ya nunca sería.
 
Empezó a escribir con su letra de rasgos infantiles, unas líneas para Harald y recordó el día en que lo había conocido. ¿Por qué tuviste que atravesarte en mi camino? ¿Cómo fui a enredarme con un inútil como tú? Su arraigado catolicismo se empecinaba en convencerla de que la vida es como un mapa trazado por un ser supremo y es muy poco lo que puede hacer la voluntad. Había vivido y moriría bajo la sombra de su determinismo religioso. Y pensar que hasta llegué a imaginarme que juntos podíamos compartir una vida y que la llamaríamos nuestra.Entonces, como el espectador que acude a la proyección de una película para descubrir con sorpresa que es su propio espectro en la pantalla y aunque reconoce los pasajes de su vida, le parecen ajenos, se vio a sí misma la mañana en que había visitado el foro en el que filmaban El Pirata y la dama para encontrarse con Arturo de Córdova, cuando un desconocido llamó su atención: un joven aventurero, atractivo, de origen confuso y pasado fantasioso. Supuso que era ideal para provocar en de Córdova la ignición de los celos. Sin embargo, se equivocó, éste mantuvo la tibieza y fiel a su estilo habrá dicho con indiferencia: "No tiene la menor importancia", para dar vuelta a la página y cerrar el capítulo que llevaba el nombre de Lupe Vélez. Estoy tan cansada de todo el mundo. La gente cree que peleo por capricho, por puro gusto. pero en realidad siempre he tenido que pelear por todo. Desde que era una niña no he hecho otra cosa que pelear.
 
A través de la ventana percibió una brisa templada que provocaba el murmullo de las hojas al caer presagiando el fin del otoño. A la distancia se escuchaba la tonada de Serenata a la luz de la luna. Algún vecino debería estar rindiendo una suerte de homenaje premonitorio a Glenn Miller, quien desaparecería al día siguiente en un vuelo militar que nunca llegó a París, su destino original, tal vez derribado por la artillería alemana. Eran tiempos de guerra, pero Lupe ya tenía la suya propia como para todavía andar pensando en las guerras ajenas. Había luchado tanto y estaba por perderlo todo.
 
Ni siquiera tengo derecho de quejarme. Pude ver cuando brillaba mi nombre en las marquesinas de los cines, tuve todos los abrigos y las joyas que se me dio el capricho de que fueran míos, hombres a los que jamás conocí se enamoraron de mí, me escribieron cartas de amor apasionadas a las que respondí enviándoles fotografías con alguna dedicatoria. En mi cama, esta misma cama que mandé hacer a la medida de mi antojo, se acostaron hombres con los que tantas mujeres se tienen que conformar apenas con soñarlos.
 
Su memoria se aferraba a lo que aún le quedaba de vida, en un tramposo acto de prestidigitación para que vomitara los setenta y cinco seconales junto con los recuerdos que ahora se enredaban en desorden y escuchó con la nitidez del presente las voces de aquellos que habitan en los huecos que va dejando el tiempo en la memoria, ésos que permanecieron durante años en el olvido, y ahora recuperaban la forma de sus rostros mientras que un eco con el sonido de su voz, de cada palabra dicha, de cada risa, rebotaba en las paredes del pasado como si no hubieran transcurrido tantos años...
 
 
Jules Etienne

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