jueves, 30 de mayo de 2013

Vampiros: EL VAMPIRO, de Horacio Quiroga



- Sí -dijo el abogado Rhode-. Yo tuve esa causa. Es un caso, bastante raro por aquí, de vampirismo. Rogelio Castelar, un hombre hasta entonces normal fuera de algunas fantasías, fue sorprendido una noche en el cementerio arrastrando el cadáver recién enterrado de una mujer. El individuo tenía las manos destrozadas porque había removido un metro cúbico de tierra con las uñas. En el borde de la fosa yacían los restos del ataúd, recién quemado. Y como complemento macabro, un gato, sin duda forastero, yacía por allí con los riñones rotos. Como ven, nada faltaba al cuadro.

En la primera entrevista con el hombre vi que tenía que habérmelas con un fúnebre loco. Al principio se obstinó en no responderme, aunque sin dejar un instante de asentir con la cabeza a mis razonamientos. Por fin pareció hallar en mí al hombre digno de oírle. La boca le temblaba por la ansiedad de comunicarse.

- ¡Ah! ¡Usted me entiende! -exclamó, fijando en mí sus ojos de fiebre. Y continuó con un vértigo que apenas puede dar idea de lo que recuerdo:

- ¡A usted le diré todo! ¡Sí! ¿Qué cómo fue eso del ga... de la gata? ¡Yo! ¡Solamente yo!

- Óigame: Cuando yo llegué.. . allá, mi mujer...

- ¿Dónde allá?—le interrumpí.

- Allá... ¿La gata o no? ¿Entonces?... Cuando yo llegué mi mujer corrió como una loca a abrazarme. Y en seguida se desmayó. Todos se precipitaron entonces sobre mí, mirándome con ojos de locos.

¡Mi casa! ¡Se había quemado, derrumbado, hundido con todo lo que tenía dentro! ¡Ésa, ésa era mi casa! ¡Pero ella no, mi mujer mía!

Entonces un miserable devorado por la locura me sacudió el hombro, gritándome:

- ¿Qué hace? ¡Conteste!

Y yo le contesté:

- ¡Es mi mujer! ¡Mi mujer mía que se ha salvado!

Entonces se levantó un clamor:

- ¡No es ella! ¡Ésa no es!

Sentí que mis ojos, al bajarse a mirar lo que yo tenía entre mis brazos, querían saltarse de las órbitas ¿No era ésa María, la María de mí, y desmayada? Un golpe de sangre me encendió los ojos y de mis brazos cayó una mujer que no era María. Entonces salté sobre una barrica y dominé a todos los trabajadores. Y grité con la voz ronca:

- ¡Por qué! ¡Por qué!

Ni uno solo estaba peinado porque el viento les echaba a todos el pelo de costado. Y los ojos de fuera mirándome.

Entonces comencé a oír de todas partes:

- Murió.

- Murió aplastada.

- Murió.

- Gritó.

- Gritó una sola vez.

- Yo sentí que gritaba.

- Yo también.

- Murió.

- La mujer de él murió aplastada.

- ¡Por todos los santos!—grité yo entonces retorciéndome las manos—. ¡Salvémosla, compañeros! ¡Es un deber nuestro salvarla!

Y corrimos todos. Todos corrimos con silenciosa furia a los escombros. Los ladrillos volaban, los marcos caían desescuadrados y la remoción avanzaba a saltos.

A las cuatro yo solo trabajaba. No me quedaba una uña sana, ni en mis dedos había otra cosa que escarbar. ¡Pero en mi pecho! ¡Angustia y furor de tremebunda desgracia que temblaste en mi pecho al buscar a mi María!

No quedaba sino el piano por remover. Había allí un silencio de epidemia, una enagua caída y ratas muertas. Bajo el piano tumbado, sobre el piso granate de sangre y carbón, estaba aplastada la sirvienta.

Yo la saqué al patio, donde no quedaban sino cuatro paredes silenciosas, viscosas de alquitrán y agua. El suelo resbaladizo reflejaba el cielo oscuro. Entonces cogí a la sirvienta y comencé a arrastrarla alrededor del patio.

Eran míos esos pasos. ¡Y qué pasos! ¡Un paso, otro paso otro paso!

En el hueco de una puerta—carbón y agujero, nada más—estaba acurrucada la gata de casa, que había escapado al desastre, aunque estropeada. La cuarta vez que la sirvienta y yo pasamos frente a ella, la gata lanzó un aullido de cólera.

¡Ah! ¿No era yo, entonces?, grité desesperado. ¿No fui yo el que buscó entre los escombros, la ruina y la mortaja de los marcos, un solo pedazo de mi María!

La sexta vez que pasamos delante de la gata, el animal se erizó. La séptima vez se levantó, llevando a la rastra las patas de atrás. Y nos siguió entonces así, esforzándose por mojar la lengua en el pelo engrasado de la sirvienta —¡de ella, de María, no maldito rebuscador de cadáveres!

- ¡Rebuscador de cadáveres!—repetí yo mirándolo—. ¡Pero entonces eso fue en el cementerio!

El vampiro se aplastó entonces el pelo mientras me miraba con sus inmensos ojos de loco.

- ¡Conque sabías entonces! —articuló—. ¡Conque todos lo saben y me dejan hablar una hora! ¡Ah! —rugió en un sollozo echando la cabeza atrás y deslizándose por la pared hasta caer sentado—: ¡Pero quién me dice al miserable yo, aquí, por qué en mi casa me arranqué las uñas para no salvar del alquitrán ni el pelo colgante de mi María!

No necesitaba más, como ustedes comprenden —concluyó el abogado—, para orientarme totalmente respecto del individuo. Fue internado en seguida. Hace ya dos años de esto, y anoche ha salido, perfectamente curado. . .

- ¿Anoche? —exclamó un hombre joven de riguroso luto—. ¿Y de noche se da de alta a los locos?

- ¿Por qué no? El individuo está curado, tan sano como usted y como yo. Por lo demás, si reincide, lo que es de regla en estos vampiros, a estas horas debe de estar ya en funciones. Pero estos no son asuntos míos. Buenas noches, señores.


Horacio Quiroga (Uruguay, 1878-1937)

miércoles, 29 de mayo de 2013

Vampiros: SONETO GÓTICO, de Julio Cortázar

 
 
Esta vernácula excepción nocturna,
este arquetipo de candente frío,
quién sino tú merece el desafío
que urde una dentadura taciturna.

Semen luna y posesión vulturna
el moho de tu aliento, escalofrío
cuando abra tu garganta el cortafrío
de una sed que te vuelve vino y urna

Todo sucede en un silencio ucrónico,
ceremonia de araña y de falena
danzando su inmovilidad sin mácula,

su recurrente espacio catatónico
en un horror final de luna llena.
Siempre serás Ligeia. Yo soy Drácula.
 
 
 
Julio Cortázar
(Argentino nacido en Bruselas, Bélgica en 1914 y fallecido en París, Francia, en 1984)

martes, 28 de mayo de 2013

Vampiros: LAS MIL Y UNA NOCHES (El príncipe y la vampiro)


Historia del príncipe y la vampiro

El rey de que se trata tenía un hijo aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey mandó al visir que acompañara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el hijo salió a cazar con galgos, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey: "¡Anda contra esa fiera! ¡Persíguela!" Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera hasta que todos le perdieron de vista. Y de pronto la fiera desapareció del desierto. El príncipe permanecía perplejo, sin saber hacia dónde ir, cuando vio en lo más alto del camino una joven esclava que estaba llorando. El príncipe le preguntó: "¿Quién eres?" Y ella respondió: "Soy la hija de un rey de reyes de la India. Iba con la caravana por el desierto, sentí ganas de dormir, y me caí de la cabalgadura sin darme cuenta. Entonces me encontré sola y abandonada". A estas palabras, sintió lástima el príncipe y emprendió la marcha con la joven, llevándola a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la esclava le dijo: "¡Oh señor, desearía evacuar una necesidad!" Entonces el príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y viendo que tardaba mucho, marchó detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava era un vampiro, y estaba diciendo a sus hijos: "¡Hijos míos, les traigo un joven muy robusto!" Y ellos dijeron: "¡Tráelo, madre, para que lo devoremos!" Cuando lo oyó el príncipe, ya no pudo dudar de su próxima muerte, y las carnes le temblaban de terror mientras volvía al camino. Cuando salió la vampiro de su cubil, al ver al príncipe temblar como un cobarde, le preguntó: "¿Por qué tienes miedo?" Y él dijo: "Hay un enemigo que me inspira temor". Y prosiguió la vampiro: "Me has dicho que eres un príncipe..." Y respondió él: "Así es la verdad". Y ella le dijo: "Y entonces, ¿por qué no das algún dinero a tu enemigo para satisfacerle?" El príncipe replicó: "No se satisface con dinero. Sólo se contenta con el alma. Por eso tengo miedo, como víctima de una injusticia". Y la vampiro le dijo: "Si te persiguen como afirmas, pide contra tu enemigo la ayuda de Alá, y Él te librará de sus maleficios y de los maleficio de aquellos de quienes tienes miedo".

Entonces el príncipe levantó la cabeza al cielo y dijo: "¡Oh tú, que atiendes al oprimido que te implora, hazme triunfar de mi enemigo, y aléjale de mí, pues tienes poder para cuanto deseas!"

Cuando la vampiro oyó estas palabras, desapareció. Y el príncipe pudo regresar al lado de su padre, y le dio cuenta del mal consejo del visir. Y el rey mandó matar al visir."


 Anónimo

lunes, 27 de mayo de 2013

Vampiros: DRÁCULA, de Bram Stoker


(Fragmento)

Todo cuanto tenemos como puntos de referencia son las tradiciones y las supersticiones. Esos fundamentos no parecen, al principio, ser muy importantes, cuando se ponen en juego la vida y la muerte. No tenemos modo de controlar otros medios, y, en segundo lugar porque, después de todo, esas cosas, la tradición y las supersticiones, son algo. ¿No es cierto que otros conservan la creencia en los vampiros, aunque nosotros no? Hace un año, ¿quién de nosotros hubiera aceptado una posibilidad semejante, en medio de nuestro siglo diecinueve, científico, escéptico y realista? Incluso nos negábamos a aceptar una creencia que parecía justificada ante nuestros propios ojos. Aceptemos entonces que el vampiro y la creencia en sus limitaciones y en el remedio contra él reposan por el momento sobre la misma base. Puesto que déjenme decirles que ha sido conocido en todos los lugares que han sido habitados por los hombres. En la antigua Grecia, en la antigua Roma; existió en Alemania, en Francia, en la India, incluso en el Chernoseso; y en China, que se encuentra tan lejos de nosotros, por todos conceptos, existe todavía, y los pueblos los temen incluso en nuestros días. Ha seguido la estela de los islandeses navegantes, de los malditos hunos, de los eslavos, los sajones y los magiares. Hasta aquí, tenemos todo lo que podríamos necesitar para actuar; y permítanme decirles que muchas de las creencias han sido justificadas por lo que hemos visto en nuestra propia y desgraciada experiencia. El vampiro sigue viviendo y no puede morir simplemente a causa del paso del tiempo; puede fortalecerse, cuando tiene oportunidad de alimentarse de la sangre de los seres vivos. Todavía más: hemos visto entre nos otros que puede incluso rejuvenecerse; que sus facultades vitales se hacen más poderosas y que parecen refrescarse cuando tiene suficiente provisión de sangre humana. Pero no puede prosperar sin ese régimen; no come como los demás. Ni siquiera el amigo Jonathan, que vivió con él durante varias semanas, lo vio comer nunca. No proyecta sombra, ni se refleja en los espejos, como observó también Jonathan. Tiene la fuerza de muchos en sus manos, testimonio también de Jonathan, cuando cerró la puerta contra los lobos y cuando lo ayudó a bajar de la diligencia. Puede transformarse en lobo, como lo sabemos por su llegada a Whitby y por el amigo John, que lo vio salir volando de la casa contigua, y por mi amigo Quincey que lo vio en la ventana de la señorita Lucy. Puede aparecer en medio de una niebla que él mismo produce, como lo atestigua el noble capitán del barco, que lo puso a prueba; pero, por cuanto sabemos, la distancia a que puede hacer llegar esa niebla es limitada y solamente puede encontrarse en torno a él. Llega en los rayos de luz de la luna como el polvo cósmico... Como nuevamente Jonathan vio a esas hermanas en el castillo de Drácula. Se hace tan pequeño... Nosotros mismos vimos a la señorita Lucy, antes de que recuperara la paz, entrar por una rendija del tamaño de un cabello en la puerta de su tumba. Puede, una vez que ha encontrado el camino, salir o entrar de o a cualquier sitio, por muy herméticamente cerrado que esté, o incluso unido por el fuego..., soldado, podríamos decir. Puede ver en la oscuridad..., lo cual no es un pequeño poder en un mundo que esta siempre sumido a medias en la oscuridad. Pero, escúchenme bien: puede hacer todas esas cosas, aunque no está libre. No, es todavía más prisionero que el esclavo en las galeras o el loco en su celda. No puede ir a donde quiera. Aunque no pertenece a la naturaleza debe, no obstante, obedecer a algunas de las leyes naturales... No sabemos por qué. No puede entrar en cualquier lugar al principio, a menos que haya algún habitante de la casa que lo haga entrar; aunque después pueda entrar cuándo y cómo quiera. Sus poderes cesan, como los de todas las cosas malignas, al llegar el día.
 
 
Bram Stoker (Irlanda, 1847-1912)

domingo, 26 de mayo de 2013

El cumpleaños de los vampiros

 
El 26 de mayo de 1897 apareció en Inglaterra la primera edición de Drácula, escrita por Bram Stoker y publicada por Archibald Constable and Company. Si bien existían varios precedentes como era el caso del cuento El vampiro, de John William Polidori, publicado en 1819, la novela Carmilla, de Sheridan Le Fanu –irlandés al igual que Stoker-, La muerta enamorada, de Téophile Gautier, y La dama pálida, también conocida en español como La hermosa vampirizada, que Alexandre Dumas había incluido en su volumen de relatos Los mil y un fantasmas, entre los más destacados, fue la novela de Stoker la que se erigió como el gran clásico del género y arquetipo que dio origen a una de las vertientes más exitosas del género de horror en la historia del cine. Esta misma fecha acabaría por establecer una serie de curiosas coincidencias ya que tres de los actores de habla inglesa más emblemáticos del vampirismo, nacieron entre el 26 y el 27 de mayo: Cristopher Lee, Vincent Price y Peter Cushing.

Como si esta efeméride no fuera suficiente, se afirma que el poema más antiguo en el que se hace mención de un vampiro fue escrito por el alemán Heinrich August Ossenfelder y publicado por primera vez en la revista Der Natursforcher (El naturalista), el 25 de mayo de 1748:

 Mi querida y joven doncella se alza
Inflexible, rápida y firme
En todos los viejos arcanos
De una madre siempre verdadera;
Como en los vampiros inmortales,

La gente de estos portales
Cree con la fe de los mercenarios.
Pero mi Christine derrocha su tiempo,
Y desgasta de mi amor su lamento,
Hasta que yo mismo, vengado,
Brinde a la salud del vampiro
En la pálida copa de los reptiles.

Y cómo al dormir eres delicada
Hasta ti llegaré arrastrándome,
Y la sangre de tu vida será drenada.
Así podrías en vano temblar
Pues en la penumbra he de besarte,
Y sobre el umbral de la muerte
Cruzarás con espanto,
Envuelta en mis fríos brazos.
Por último te preguntaré,
Oponiendo este mundo que se abre
¿Cuáles son los encantos de tu madre?
 
También Charles Baudelaire escribió un poema titulado precisamente El vampiro, y que principia: "Tú que, como una cuchillada;/ Entraste en mi dolorido corazón./ Tú que, como un repugnante tropel/ De demonios, viniste loca y adornada,/ Para hacer de mi espíritu humillado/ Tu lecho y tu dominio." Para culminar en su última estrofa: "Si de su dominio/ Te libraron nuestros esfuerzos,/ Tus besos resucitarían/ El cadáver de tu vampiro." (Traducción de María Fasce)
 
Resulta de lo más significativo que James Joyce también tenga un lugar para el vampiro en su célebre Ulises:
 
"Ojeada de soslayo a mi sombrero de Hamlet. ¿Si estuviera repentinamente desnudo aquí tal como estoy sentado? No lo estoy. Por las arenas de todo el mundo, seguida por la espada llameante del sol, hacia el oeste, emigrando a tierras del lubrican. Ella camina penosamente, jorra, remolca, arrastra, tresna su carga. Una marea hespénda, lunaria, en su estela. Mareas, minadinsuladas, dentro de ella, sangre no mía, oinopa ponton, mar vinoscuro. He aquí la esclava de la luna. En sueños la mojadura da la señal, le manda levantarse. Lecho nupcial, lecho de parto, lecho de muerte, fantasvelado. Omnis caro ad te veniet. Él viene, pálido vampiro, a través de los ojos de la tormenta, sus velas de murciélago ensangrentando el mar, boca al beso de su boca."

Regresando a la novela de Stoker. El personaje de Jonathan Harker, quien se erige como el hilo conductor del relato, sobre todo a través de las páginas de su diario, tiene que viajar a la región rumana de Transilvania, donde se encuentra el castillo del conde Drácula. De ahí se deriva que se haya establecido una similitud entre su vampiro ficticio y el personaje real, el príncipe Vlad de la casa Draculesti -de ahí el patronímico Drácula-, famoso por su crueldad que le mereció el mote de "el empalador", ya que acostumbraba a clavar a su víctimas en una estaca. Es en el tercer capítulo de la novela en el que se hace una primera referencia: "¿Quién fue sino uno de mi propia raza que bajo el nombre de Voivode cruzó el Danubio y batió a los turcos en su propia tierra? ¡Este era indudablemente un Drácula!" Misma que más tarde será ampliada en voz del doctor Van Helsing en el capítulo 18:
 
"Así, cuando encontremos el lugar en que habita ese hombre del pasado, podemos hacer que permanezca en su féretro y destruirlo, si empleamos todos nuestros conocimientos al respecto. Pero es inteligente. Le pedí a mi amigo Arminius, de la Universidad de Budapest, que me diera informes para establecer su ficha y, por todos los medios a su disposición, me comunicó lo que sabía. En realidad, debía tratarse del Voivo de Drácula que obtuvo su nobleza luchando contra los turcos, sobre el gran río que se encuentra en la frontera misma de las tierras turcas. De ser así, no se trataba entonces de un hombre común; puesto que en esa época y durante varios siglos después se habló de él como del más inteligente y sabio, así como el más valiente de los hijos de la tierra más allá de los bosques. Ese poderoso cerebro y esa resolución férrea lo acompañaron a la tumba y se enfrentan ahora a nosotros. Los Drácula eran, según Arminius, una familia grande y noble; aunque, de vez en cuando, había vástagos que, según sus coetáneos, habían tenido tratos con el maligno."
 
Se dice que Bram Stoker murió empobrecido a los sesenta y cuatro años en una modesta pensión londinense, agobiado por alucinaciones. Quienes le acompañaron unos momentos antes de morir, aseguran que comenzó a gritar "strigoi" en repetidas ocasiones. Dicha palabra en rumano significa espíritu maligno. Un idioma que él no hablaba.
 
 
Jules Etienne
 
 

Una relación más prolija de los vampiros en el cine nacidos en esta fecha, se puede encontrar en el blog Textos mentiras y videos

viernes, 24 de mayo de 2013

Vampiros: LA DONCELLA VAMPIRO, de Hume Nisbeth

"... los ojos de su salvaje y brillante rostro blanco y sus labios manchados de sangre."

(Fragmento final)

Ariadna no era bella en el sentido estrictamente clásico, su tez era demasiado lívida pero su expresión era bastante agradable a primera vista, sin embargo, como su madre me había informado, había estado enferma desde hacía algún tiempo, lo que agudizaba sus defectos. Sus facciones no eran regulares, sus cabellos y los ojos parecían demasiado negros, y sus labios eran rojos como la sangre. Quizás fueron mis sueños fantásticos de la noche anterior, seguidos de un paseo matutino, los que me habían preparado a ser cautivado por esta curiosa belleza.

La soledad del páramo, con el canto del mar, se había apoderado de mi corazón con un anhelo nostálgico. La incongruencia de las evanescentes flores de amapola y su ostentación, corriendo los tintes vertiginoso en la cara de esa salud sobria, me tocó con un escalofrío. Ella se levantó de su silla mientras su madre la presentó, y sonrió mientras me tendió la mano. Palpé ese copo de nieve blanda y, mientras lo hacía, un estremecimiento leve temblor cosquilleó sobre mí y se arremolinó en mi corazón, silenciando sus latidos por un momento. Este contacto también parecía haberla afectado, ya que una llama blanca iluminó su rostro, de modo que brillaba como una lámpara de alabastro. Sus ojos negros se encendieron en negros delicados y húmedos cuando nuestras miradas se cruzaron, y sus labios escarlata se suavizaron. Ahora era una mujer viva, mientras que antes parecía la imagen de un cadáver.

Permitió que su mano delgada permanezca entre las mías, y luego la retiró lentamente. Sus ojos eran aterciopelados e insondables, y antes de ser retirados de los míos parecían haber absorbido toda mi fuerza de voluntad. Esa mirada me hizo su esclavo abyecto. Verla era como contemplar una profunda oscuridad. Me llenó de fuego y me privó de fuerza, y yo me hundí en ella casi tan lánguidamente como me había levantado de mi cama esa mañana. Cuando volcó su mirada hacia otra parte, un ligero brillo asomó a sus mejillas, antes níveas. Hasta parecía más joven, incluso más hermosa.

Yo había llegado en busca de soledad, pero al conocerla creía que estaba allí sólo por Ariadna .Ella no estaba muy animada y, de hecho, pensando en volver, no puedo recordar ninguna observación espontánea suya. Respondió a mis preguntas con monosílabos. Era insinuante en su silencio y parecía llevar mis pensamientos constantemente hacia ella. Sólo se que apenas con verla, con tocarla, me había embrujado, y ya no podía pensar en otra cosa.

Sus palabras eran rápidas, elusiva, devoraban mi entusiasmo. Orbité sobre ella todo el día, como un perro, y por las noches soñaba con ese rostro resplandeciente, blanco, esos firmes ojos negros, aquellos labios escarlata, húmedos, y cada mañana me levantaba más lánguido de lo que me había sentido el día anterior. A veces soñaba que me besaba, estremeciéndome al contacto de su sedosa cabellera negra que cubría mi garganta, otras, que estábamos flotando en el aire, con sus brazos alrededor de mí y su pelo largo envolviéndome como una nube de tinta, mientras yo yacía indefenso.

Ella me acompañó al páramo después del desayuno. Antes de regresar le hablé de mi amor y lo aprobó. La sostuve en mis brazos y la besé. No me extrañó que todo sucediese tan rápido. Ella era la mía o, más bien, yo era de ella. Balbuceaba que era el destino quien me había enviado, porque no tenía dudas de que mi amor era sincero. Ella simplemente dijo que la había devuelto a la vida. Actuando conforme al deseo de Ariadna, no informamos a su madre de lo rápido que las cosas habían progresado entre nosotros, sin embargo, no tenía duda de que la señora Brunnell podía ver lo absorto que estaba en su hija. Los amantes no se diferencian de las avestruces en sus modos de ocultación. Yo no tenía miedo de pedir la mano de Ariadna, la señora Brunnell ya había demostrado su parcialidad hacia mí, y había depositado en mí algunas confidencias sobre su propia posición en la vida, y yo sabía que, por lo tanto, que ninguna diferencia social podía objetar nuestro matrimonio. Ellas vivían en este lugar solitario por la salud de Ariadna. Mi llegada no pudo haber sido más oportuna.

En aras del decoro, sin embargo, decidí retrasar mi confesión durante una semana o dos, aguardando la ocasión propicia para hacerlo discretamente. Mientras tanto, Ariadna y yo pasamos nuestro tiempo en el ocio. Cada noche me retiré a la cama meditando empezar a trabajar al día siguiente, y cada mañana me levanté lánguido de los sueños perturbadores, sin pensar en nada fuera de mi amor. Ella se fortaleció cada día, mientras que yo parecía estar tomando su lugar como el enfermo de la casa.

Nunca nos alejamos demasiado en nuestras caminatas. Nos echábamos en el páramo a escuchar las olas distantes. El amor me hizo perezoso, pensé, porque a menos que un hombre no tenga todo lo que anhela a su lado, tiende a copiar los hábitos del gato doméstico. Pero mi desilusión fue rápida, a pesar de que pasó mucho tiempo antes de que el veneno salió de mi sangre.

Una noche, alrededor de un par de semanas después de mi llegada a la casa, había regresado después de un paseo delicioso luz de la luna con Ariadna. La noche era cálida y la luna estaba alta, por lo tanto abrí la ventana de la habitación para se renueve el poco aire que había. Estaba más agotado que de costumbre. Sólo tenía la fuerza suficiente para quitarme las botas y el abrigo antes de derrumbarme en el lecho. Tuve un sueño horrible esta noche. Me pareció ver un murciélago monstruoso, con el rostro y cabellos de Ariadna, y un batir de alas en la ventana abierta, algo con sus dientes blancos y labios escarlata acercándose. Traté de superar el horror pero no podía, de hecho, parecía encadenarme. Y la bestia, sedándome con el deleite del sueño, bebió mi sangre en un rapto lujurioso y abominable.
 
Miré y vi en sueños una línea de cadáveres de hombres jóvenes en el suelo, cada uno con una marca roja en sus brazos, en la misma zona donde el vampiro me mordía, justo donde una marca había surgido en los últimos quince días. En un instante comprendí la razón de mi extraña debilidad, y en el mismo momento un pinchazo repentino de dolor me despertó de mi placer de ensueño.

En su arranque de sed, el vampiro me había mordido profundamente esa noche, sin saber que yo no había probado mi copa, evidentemente narcotizada. Al despertarme vi, plenamente revelada por la luna de medianoche, una cabellera negra fluyendo libremente, y unos labios rojos incrustados en mi brazo. Con un grito de horror la arranqué de mi piel, consiguiendo una última mirada de los ojos de su salvaje y brillante rostro blanco y sus labios manchados de sangre. Luego corrí hacia la noche, movido por el miedo y el odio. No me detuve hasta haber dejado muchas millas entre mi y esa casa maldita.
 

James Hume Nisbet (Escritor nacido en Escocia afincado en Australia; 1849-1923)

miércoles, 22 de mayo de 2013

Vampiros: EL VAMPIRO, de John Polidori

"... y en su lugar veía el rostro pálido y la garganta herida de la joven, con una tímida sonrisa en sus labios."
 
(Fragmento)

Entraron a la cabaña, y el resplandor de la resina quemada cayó sobre los muros de barro y el techo de bálago, totalmente lleno de mugre.

A instancias del joven, los recién llegados buscaron a la mujer que les había atraído con sus chillidos. Volvió, por tanto, a quedarse en tinieblas. Cuál fue su horror cuando de nuevo quedó iluminado por la luz de las antorchas, pudiendo percibir la forma etérea de su amada convertida en un cadáver.

Cerró los ojos, esperando que sólo se tratase de un producto espantoso de su imaginación. Pero volvió a ver la misma forma al abrirlos, tendida a su lado.


 No había el menor color en sus mejillas, ni siquiera en sus labios, y en su semblante se veía una inmovilidad que resultaba casi tan atrayente como la vida que antes lo animara. En el cuello y en el pecho había sangre, en la garganta las señales de los colmillos que se habían hincado en las venas.
 
- ¡Un vampiro! ¡Un vampiro! -gritaron los componentes de la partida ante aquel espectáculo.
 
Rápidamente construyeron unas parihuelas, y Aubrey echó a andar al lado de la que había sido el objeto de tan brillantes visiones, ahora muerta en la flor de su vida.
 
Aubrey no podía ni siquiera pensar, pues tenía el cerebro ofuscado, pareciendo querer refugiarse en el vacío. Sin casi darse cuenta, empuñaba en su mano una daga de forma especial, que habían encontrado en la choza. La partida no tardó en reunirse con más hombres, enviados a la búsqueda de la joven por su afligida madre. Los gritos de los exploradores al aproximarse a la ciudad, advirtieron a los padres de la doncella que había sucedido una horrorosa catástrofe. Sería imposible describir su dolor. Cuando comprobaron la causa de la muerte de su hija, miraron a Aubrey y señalaron el cadáver. Estaban inconsolables, y ambos murieron de pesar.
 
Aubrey, ya en la cama, padeció una violentísima fiebre, con mezcolanza de delirios. En estos intervalos llamaba a Lord Ruthven y a Ianthe, mediante cierta combinación que le parecía una súplica a su antiguo compañero de viaje para que perdonase la vida de la doncella.
 
Otras veces lanzaba imprecaciones contra Lord Ruthven, maldiciéndole como asesino de la joven griega.
 
Por casualidad, Lord Ruthven llegó por aquel entonces a Atenas. Cuando se enteró del estado de su amigo, se presentó inmediatamente en su casa y se convirtió en su enfermero particular.
 
Cuando Aubrey se recobró de la fiebre y los delirios, quedóse horrorizado, petrificado, ante la imagen de aquel a quien ahora consideraba un vampiro. Lord Ruthven -con sus amables palabras, que implicaban casi cierto arrepentimiento por la causa que había motivado su separación- y la ansiedad, las atenciones y los cuidados prodigados a Aubrey, hicieron que éste pronto se reconciliase con su presencia.
 
Lord Ruthven parecía cambiado, no siendo ya el ser apático de antes, que tanto había asobrado a Aubrey. Pero tan pronto terminó la convalescencia del joven, su compañero volvió a ofrecer la misma condición de antes, y Aubrey ya no distinguió la menor diferencia, salvo que a veces veía la mirada de Lord Ruthven fija en él, al tiempo que una sonrisa maliciosa flotaba en sus labios. Sin saber por qué, aquella sonrisa le molestaba.
 
Durante la última fase de su recuperación, Lord Ruthven pareció absorto en la contemplación de las olas que levantaba en el mar la brisa marina, o en señalar el progreso de los astros que, como el nuestro, dan vueltas en torno al Sol. Y más que nada, parecía evitar todas las miradas ajenas.
 
Aubrey, a causa de la desgracia sufrida, tenía su cerebro bastante debilitado, y la elasticidad de espíritu que antes era su característica más acusada parecía haberle abandonado para siempre.
 
No era tan amable del silencio y la soledad como Lord Ruthven, pero deseaba estar solo, cosa que no podía conseguir en Atenas. Si se dedicaba a explorar las ruinas de la antigüedad, el recuerdo de Ianthe a su lado le atosigaba de continuo. Si recorría los bosques, el paso ligero de la joven parecía corretear a su lado, en busca de la modesta violeta. De repente, esta visión se esfumaba, y en su lugar veía el rostro pálido y la garganta herida de la joven, con una tímida sonrisa en sus labios.
 
 
 John Polidori (Inglaterra, 1795-1821)

martes, 21 de mayo de 2013

Vampiros: DICCIONARIO DEL DIABLO, de Ambrose Bierce


(Definición de vampiro)

Vampiro, s. Demonio que tiene la censurable costumbre de devorar los muertos. Su existencia ha sido disputada por polemistas más interesados en privar al mundo de creencias reconfortantes que de reemplazarlas por otras mejores. En 1640 el padre Sechi vio un vampiro en un cementerio próximo a Florencia y lo espantó con el signo de la cruz. Lo describe dotado de muchas cabezas y de un número extraordinario de piernas, y no dice que le vio en más de un lugar al mismo tiempo. El buen hombre venía de cenar y explica que si no hubiera estado “pesado de comida”, habría atrapado al demonio contra todo riesgo. Atholston relata que unos robustos campesinos de Sudbury capturaron un vampiro en un cementerio y lo arrojaron en un bebedero de caballos. (Parece creer que un criminal tan distinguido debió ser echado a un tanque de agua de rosas). El agua se convirtió instantáneamente en sangre “y así continúa hasta el día de hoy”, escribe Atholston. Más tarde el bebedero fue drenado por medio de una zanja. A comienzos del siglo XIV un vampiro fue acorralado en la cripta de la catedral de Amiens y la población entera rodeó el lugar. Veinte hombres armados con un sacerdote a la cabeza, llevando un crucifijo, entraron y capturaron al vampiro que, pensando escapar mediante una estratagema, había asumido el aspecto de un conocido ciudadano, lo que no impidió que lo ahorcaran y descuartizaran en medio de abominables orgías populares. El ciudadano cuya forma había asumido el demonio quedó tan afectado por el siniestro episodio, que no volvió a aparecer en Amiens, y su destino sigue siendo un misterio.


Ambrose Bierce (Estados Unidos, 1842-1913)

lunes, 20 de mayo de 2013

Páginas ajenas: LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ, de Carlos Fuentes



(1919 — Mayo 20)

La noche había caído y la luz incierta de la lámpara destacaba, apenas, los lomos dorados de los libros y las grecas de plata en el papel del tapiz, que cubría los muros de la biblioteca. Al abrirse la puerta, él recordó el largo chorizo de salas que se sucedían desde el zaguán principal de la vieja casa poblana hasta la biblioteca, abriéndose, pieza tras pieza, sobre el patio de esmaltes y azulejos. El mastín saltó con alegría y lamió la mano del amo. Detrás del perro, apareció la muchacha vestida de blanco, un blanco que contrastaba con la luz nocturna que se prolongaba detrás de ella.
 
Se detuvo un instante en el umbral, mientras el perro saltaba hacia el desconocido y le olfateaba pies y manos. El señor Bernal, riendo, lo tomó del collar de cuero rojo y murmuró alguna excusa. Él no la entendió. De pie, abotonándose el saco con los movimientos precisos de la vida militar, alisándolo como si aún vistiera túnica de campaña, permaneció inmóvil ante la belleza de esa joven que no traspasaba el marco de la puerta.
 
- Mi hija Catalina.
 
No se movió. El pelo liso y castaño que caía sobre el cuello largo, caliente -desde lejos pudo ver el lustre de la nuca-, los ojos a un tiempo duros y líquidos, con una mirada temblorosa, una doble burbuja de vidrio: amarillos como los del padre, pero más francos, menos acostumbrados a fingir con naturalidad, reproducidos en las otras dualidades de ese cuerpo esbelto y lleno, en los labios húmedos y entreabiertos, en los pechos altos y apretados: ojos, labios, senos duros y suaves, de una consistencia alternada entre el desamparo y el rencor. Mantenía las manos unidas frente al muslo y la estrecha cintura, al caminar, puso en vuelo la gasa blanca del traje abotonado por detrás, amplio en torno a las caderas firmes, detenido cerca del tobillo delgado. Avanzó hacia él una carne de oro pálido, que ya en la frente y las mejillas revelaba el claroscuro desvanecido de todo el cuerpo, y le tendió la mano en cuyo contacto él buscó, sin encontrarla, la humedad, la emoción delatada.
 
- Estuvo con tu hermano durante sus últimas horas; te hablé de él.
 
- Usted tuvo suerte, señor.
 
- Me habló de ustedes, me pidió que viniera a verlos. Se portó como un valiente, hasta el fin.
 
- No era valiente. Amaba demasiado todo... esto. Ella se tocó el pecho y en seguida separó la mano para fingir una parábola en el aire.
 
- Idealista, sí, muy idealista -murmuró el viejo y suspiró-. El señor cenará con nosotros.
 
La muchacha tomó el brazo de su padre y él, con el mastín al lado, los siguió a lo largo de los cuartos estrechos y húmedos, recargados con jarrones de porcelana y taburetes, relojes y vitrinas, muebles patinados y cuadros religiosos de escaso valor y amplias proporciones: las patas doradas de las sillas y de las mesitas reposaban sobre el mismo piso de madera pintada, sin tapetes, y las lámparas permanecían apagadas. Sólo en el comedor una gran araña de vidrio cortado iluminaba el pesado mobiliario de caoba y la tela cuarteada de un bodegón donde brillaban los barros y las frutas incendiadas del trópico. Don Gamaliel, con la servilleta, espantó los mosquitos que volaban alrededor del frutero real, menos abundante que el pintado. Con un gesto, lo invitó a tomar asiento.
 
Frente a ella, pudo al fin fijar la mirada en los ojos inmóviles de la muchacha. ¿Conocía el motivo de la visita? ¿Adivinaba en los ojos del hombre ese sentimiento de triunfo, colmado por la presencia física de la mujer? ¿Distinguía la leve sonrisa de la suerte y la seguridad? ¿Sentía la afirmación posesiva apenas disimulada? Los ojos de ella sólo le devolvían ese extraño mensaje de dura fatalidad, como si se mostrara dispuesta a aceptarlo todo y, sin embargo, a convertir su resignación en la oportunidad del propio triunfo sobre el hombre que de esa manera silenciosa y sonriente empezaba a hacerla suya.
 
 
Carlos Fuentes (México, 1928-2012) 

domingo, 19 de mayo de 2013

Carlos Fuentes y García Márquez: tirar los libros al mar


“Se ha vuelto un tópico decir que en América Latina la ficción no puede competir con la realidad. Las novelas de Carpentier primero, de García  Márquez y Roa Bastos enseguida, le dieron suprema e insuperable existencia literaria a esta verdad hiperbólica. Sin embargo, sigue siendo cierto que la novela difícilmente compite con la historia en Latinoamérica. Se ha citado una conversación que tuvimos García Márquez y yo a raíz de una increíble secuela de eventos latinoamericanos: había que tirar los libros al mar, la realidad los había superado”.

 
Carlos Fuentes (México, 1928-2012) 

sábado, 18 de mayo de 2013

Carlos Fuentes sobre el vanguardismo de Julio Cortázar


La pasión amorosa no puede ser nombrada: es olida, tocada, besada, penetrada, soñada. El sueño, como el amor, es unidad sin palabras: "... en el sueño... en la contradicción abolida sin esfuerzo..." Pero el sueño no se puede representar en la vigilia: "Hablando de los sueños, nos dimos cuenta casi al mismo tiempo que ciertas estructuras soñadas serían formas corrientes de la locura a poco que continuaran en la vigilia. Soñando nos es dado ejercitar gratis nuestra aptitud para la locura. Sospechamos al mismo tiempo que toda locura es un sueño que se fija".
 
Termina el acto de amor y lo destruye la palabra. Termina el acto de soñar y lo destruye la razón. La palabra y la razón asesinan la unidad, restablecen la contradicción. Entonces se escriben novelas con las armas del enemigo: la palabra y la razón. Se escribe Rayuela.
 
Gran maestro contemporáneo de las ars combinatorias, Julio Cortázar ha escrito una novela fiel a la convicción profunda del autor: "Aparte de nuestros destinos individuales, somos parte de figuras que desconocemos." Con Octavio Paz y Luis Buñuel, Julio Cortázar representa hoy la vanguardia de la contemporaneidad hispanoamericana. Con Paz, comparte la tensión incandescente del instante como punto supremo de la marea temporal. Con Buñuel, comparte la visión de la libertad como el aura del deseo permanente, de la insatisfacción desautorizada y, por ello, revolucionaria.


Carlos Fuentes en La nueva novela hispanoamericana (1969)
 
La ilustración corresponde a una fotografía de Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Luis Buñuel.

viernes, 17 de mayo de 2013

Páginas ajenas: LA FRONTERA DE CRISTAL, de Carlos Fuentes

 
RÍO GRANDE, RÍO BRAVO
 
(Párrafo inicial)

Hijo de la altura, descendiente de la nieve, los hielos del cielo lo bautizan cuando brota en las montañas de San Juan, rompe el escudo virginal de las cordilleras, inicia su abrupta juventud desafiando cañones y abriendo tajos para que pasen las aguas tormentosas de mayo a junio, pierde altura pero gana desierto, gasta la madurez en dejar limosnas de agua aquí y allá entre el mezquite, su vejez lujosa la dispensa en fértiles tierras labrantías y su muerte se la regala, exhausto, al mar río grande, río bravo, ¿siempre crecieron contigo, desde la creación, los cedros gruesos y aromáticos que fueron madera de tus nodrizas, siempre anunciaron tu llegada las plantas rodadoras del desierto, siempre te defendieron de los intrusos las espinas del palo verde y las bayonetas de las yucas, siempre perfumaron tus amores los inciensos del piñón, siempre te escoltaron los séquitos de álamos blancos y te disfrazaron los abetos rojos, siempre te mecieron las olas color aceituna de tus pastos inmensos, no impidieron tu muerte las nerviosas lechuguillas enfermeras, no la conmemoraron los frutos negros del enebro, no lloraron los sauces tu réquiem, río grande, río bravo, no te olvidaron el creosote, el cacto y la artemisa, tan sedientos de tu paso, tan obsesionados por tu siguiente renacimiento que ya no se acuerdan de tu muerte? el río de varios pisos viaja de regreso a sus orígenes desde las llanuras costaneras, su fértil media luna arrastra una capa de pantanos, el valle se ancla entre el pino y el ciprés hasta que lo vuelve a levantar un vuelo de palomas, llevándose el río a un mirador escarpado donde la tierra se quebró desde el primer día de la creación, bajo la mano de Dios: ahora Dios, todos los días, le da la mano al río grande, río bravo, para que suba a su balcón y ruede por los tapetes de su antesala antes de abrirle las puertas de su siguiente estancia, el escalón que lleva sus aguas, si logran escalar los enormes barrancos, a los techos del mundo donde cada meseta tiene su nube fiel que la acompaña y la reproduce como un espejo de aire, pero ahora la tierra se seca y el río nada puede hacer por ella salvo plantar estacas que guíen su curso y el de sus viajeros, pues es aquí donde todos se perderían si no fuese por la protección de las montañas de Guadalupe que devuelven el río a su seno, río grande, río bravo, de regreso en su cueva nutricia de donde nunca debió salir rumbo al exilio de la sangre y el trabajo, el exilio de la muerte y la ceguera huracanada del mar que lo espera de nuevo para ahogarle...
 

Carlos Fuentes (México, 1928-2012)

jueves, 16 de mayo de 2013

La vieja amistad entre Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes


"Lo que no tenemos lo encontramos en el amigo", escribió Carlos Fuentes en su indispensable ensayo de tintes autobiográficos En esto creo. "La amistad le abre el camino a los sentimientos que sólo pueden crecer fuera del hogar. Encerrados en la casa familiar, se secarían como plantas sin agua. Abiertas las puertas de la casa, descubrimos formas del amor que hermanan al hogar y al mundo. Estas formas se llaman amistades."

La cercana relación amistosa entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, jóvenes escritores aún lejanos del premio Nobel que coronaría las trayectorias de ambos, quedó más que refrendada en septiembre de 1967, cuando García Márquez fue padrino de bautizo del primogénito de Vargas Llosa, quien llevaría los nombres del colombiano y sus dos hijos: Gabriel Gonzalo Rodrigo. Poco después, en diciembre, luego de que Vargas Llosa publicara un artículo sobre Cien años de soledad, aquél le escribió una emocionada carta de agradecimiento:
 
"Hermano:
¡Eres un bárbaro! Acabo de leer tu nota sobre Cien años de soledad reproducida por El Espectador, de Bogotá, y estoy sencillamente abrumado. Creo que en el mundo de la amistad se vale un poco de generosidad, ¡pero no tanta, viejo! Es lo mejor que he leído sobre la novela, y ahora no sé muy bien dónde meterme, en parte agobiado y en parte avergonzado, y en parte muy jodido por no saber qué hacer con esta papa caliente que me has tirado."
 
Después prosigue Garcia Márquez disculpándose por su imposibilidad de viajar a Londres.
 
"No: no puedo ir a Londres ahora. Necesito sentarme, urgentemente, a escribir. Tengo el brazo frío y la novela del Patriarca se me está pudriendo dentro."
 
En efecto, a García Márquez no le resultó possible coincidir con Fuentes y Vargas Llosa. Dicho encuentro quedó documentado en el artículo Carlos Fuentes en Londres, escrito por el peruano. La novela a la que se refiere Garcia Márquez, El otoño del patriarca, tendría que aguardar otro rato, puesto que antes apareció publicado el relato La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Se despide muy afectuoso:
 
"Besos a Patricia y a la prole. Y para ti un inmenso abrazo, Gabo."
 
En noviembre de 2012 se entregó por primera vez el premio Carlos Fuentes a la creación literaria en idioma español a Mario Vargas Llosa. Durante la ceremonia, éste recordó que había conocido a Fuentes en 1962, durante una fiesta en la ciudad de México y reconoció que gracias a él fue posible la traducción de La ciudad y los perros, cuando ambos eran escritores labrándose un prestigio.

En el mencionado artículo sobre la visita de Fuentes, en el que Vargas Llosa reconoce que en un par de días le mostró sitios y personajes fascinantes de los que él -a pesar de llevar un tiempo radicado en Londres-, ignoraba su existencia, comenta que Fuentes solía escribir a máquina con un solo dedo. A García Márquez siempre le ha parecido "un arte de magia que alguien, como es el caso de Mario, pueda hacerlo con mucha velocidad y con todos los dedos, porque es más común lo contrario: a fuego lento y con dos o cuatro dedos." En un artículo titulado El amargo encanto de la máquina de escribir, publicado en Julio de 1982, decía:

"No es frecuente que los escritores que escriben a máquina lo hagan con todas las reglas de la mecanografía, que es algo tan difícil como tocar bien el piano (...) El extremo contrario es el de Fuentes, que escribe sólo con el índice de la mano derecha."

García Márquez llegó a México en 1961, el mismo día en que se suicidó Hemingway. Fue su paisano el poeta Álvaro Mutis, que ya llevaba años radicando en la capital mexicana -entre otras cosas, era la voz que narraba con un estilo muy peculiar la serie televisiva Los intocables-, y lo empezó a conectar con el medio intelectual. Para sobrevivir se dedicó a escribir guiones de cine y Mutis lo propuso con el productor Manuel Barbachano Ponce, quien le encomendó la adaptación de un argumento de Juan Rulfo. Cuando se lo llevó ya terminado, Barbachano le dijo: "Está muy bien, pero lo has escrito en colombiano, y hace falta traducirlo al mexicano". Fue entonces que lo presentó con Fuentes y trabajando juntos en El gallo de oro daría principio la amistad entre ambos. Así es como lo relatan Ángel Esteban y Ana Gallego en su libro De Gabo a Mario. Añadiré como acotación personal, que siempre tuve en gran estima a Manuel Barbachano Ponce -lo mismo que a su hijo Pablo-, y guardo de ellos un grato recuerdo. Durante la época en que estuve al frente de la Cineteca Nacional de México le concedimos la medalla Salvador Toscano al mérito cinematográfico.  

Ha quedado ampliamente documentado el incidente del 12 de febrero de 1976, cuando en un cine de la ciudad de México Vargas Llosa le asestó un derechazo en el ojo a García Márquez, que nunca ha sido explicado en detalle por ellos.
 
Muchos años después, Vargas Llosa volvió a ratificar que tiene "un pacto tácito" para no hablar sobre García Márquez, con la intención de darles trabajo a los biógrafos "para que ellos lo averigüen y digan qué pasó", cuando se le sigue cuestionando sobre la rencilla que acabó con una de las amistades más memorables de la literatura en nuestra lengua.
 
Carlos Fuentes, en cambio, mantuvo la relación amistosa con ambos. En alguna ocasión en este mismo blog recordaba que a mediados de la década de los años noventa, cuando dirigía una revista de cine, invitado por los organizadores del festival de Cartagena me hospedaba en el hotel Caribe en compañía de mis entrañables amigos Eduardo Marín y Paul Lenti, y en varias ocasiones tuvimos la oportunidad de desayunar en la mesa contigua a la que ocupaban precisamente García Márquez y Fuentes.
 
Lo opuesto a lo que aconteció entre el colombiano y Vargas Llosa. Retomo el texto de Fuentes sobre la amistad: "Yo creo que hay más dolor que cinismo en las amistades perdidas. Los sentimientos descubiertos y compartidos. La ilusión de sabiduría confirmada que nos proporciona un amigo. La constitución de la esperanza que solo nos otorga la juventud compartida en la amistad." Una de sus conclusiones es la de que "todos, en grado menor o mayor, hemos traicionado o sido traicionados por la amistad. Las bandas se desbandan y los íntimos amigos de la juventud pueden convertirse en los más alejados e indiferentes fantasmas de la edad adulta. Y es que no hay nada más traicionable que la amistad."
 
De aquellos tres amigos de juventud, jóvenes impetuosos que aspiraban a darse a conocer en el mundo de la literatura -y lo consiguieron, de eso no queda ninguna duda-, ha muerto Carlos Fuentes, quien era el nexo que aún conservaban, el eslabón de la cadena que los unía. Muerto Fuentes, sólo quedan García Márquez y Vargas Llosa quienes desde hace mucho tiempo dejaron de ser amigos. Ojalá volvieran a serlo. Aunque sólo fuese para morir en paz. Esa paz con que la conciencia retribuye a las reconciliaciones.


Jules Etienne
 
La ilustración es una vieja fotografía de Vargas Llosa, Fuentes y García Márquez
 
Esta es la liga con el artículo Carlos Fuentes en Londres, de Mario Vargas Llosa: http://mitosyreincidencias.blogspot.ca/2013/05/paginas-ajenas-carlos-fuentes-en.html

miércoles, 15 de mayo de 2013

martes, 14 de mayo de 2013

CAMBIO DE PIEL: el apocalipsis según Carlos Fuentes


En el artículo* sobre Carlos Fuentes que escribiera Mario Vargas Llosa cuando ambos coincidieron en Londres, en 1967, al momento en que el ahora premio Nobel le preguntó acerca de su obra más reciente, Fuentes respondió, entre otras cosas, que se trataba de "una novela muy larga y, en cierto modo, de anticipación histórica." Abundaba al respecto en que su capítulo final sería una suerte de apocalipsis bélico: "el enfrentamiento final del imperialismo y la revolución en tierras mexicanas. Un incendio atroz de napalm y fósforo, una orgía de ruido y sangre. Tiene, me dice, una enorme documentación sobre las nuevas armas antiguerrilleras que utilizan las tropas norteamericanas en Vietnam: artículos, libros, reportajes, fotos. Me habla de esas bombas de fragmentación que llaman «perros cansados», bombas que al estallar propagan en torno una lluvia de pequeñas bombas que al estallar propagan otras lluvias de bombas más pequeñas y así sucesivamente."

La novela en cuestión era Cambio de piel, que terminaría obteniendo el premio Biblioteca Breve en ese mismo año, aunque la editorial Seix Barral no pudo publicarla en España debido a los problemas con la implacable censura franquista y entonces apareció primero en México bajo el sello de Joaquín Mortiz. En su ensayo titulado La narrativa de Carlos Fuentes (afán por la armonía en la multiplicidad antagónica del mundo), Aida Ramírez Mattei explica algunos de los motivos que esgrimieron los censores para prohibirla, "por su pornografía delirante", acusando además al autor, entre otros cargos, de "comunistoide y anticristiano", "antialemán y projudío".
 
Lo que Fuentes describía a Vargas Llosa puede leerse en su tercera y última parte, Visite nuestros subterráneos:

"Voy a tratar de amarlos, mis monjuros, mis monjustos, mis monjóvenes, mis monjudas, mis monjúpiters, mis monjuanas, mis monjuergas, porque esta noche, mientras corremos a cien por hora a lo largo de la Avenida de los Insurgentes, los supermercados siguen abiertos y encendidos, mis compatriotas compran latas en el Minimax para que pronto caigan bombas en Pekín y el mundo se salve para la libertad y los jabones Palmolive, huyen de las rotiserías con el cadáver de un pollo frito bajo el brazo para que los infantes de marina crucen pronto el Río Bravo del Norte y el Bío-Bío del Sur cuando nosotros meros seamos los últimos vietnamitas, salen de Sears-Roebuck con una aspiradora nuevecita para que el mundo pronto sea un campo de fósforo, suben a sus Chryslers y Plymouths y Dodges para que cuanto antes el universo esté en orden, en paz, tranquilo, decente, sin amarillos, sin negros, sin colores, mis monjueces, mis monjaleos, mis monjinetes, mis monjesús: eso no es el viento, el viento no gruñe así, no carbura así, el viento no mete pedal vestido de tamarindo y nos obliga a frenar aquí, frente al cajón iluminado de la Comercial Mexicana en donde las familias –las vemos desde el auto, a través de cristal y más cristal: acuario del consumo– se pasean con carritos de aluminio y canastas de alambre y cochecitos de bebé. Los niños están ahogados entre los frascos de Ketchup, las lechugas y los detergentes y chillan. Las cajas de kleenex y las milicias de alcachofas (impermeables bajo sus escamas. Pablo) se sofocan con tanto niño encima y el policía motorizado se monta los goggles y saca la libreta y dice qué andan creyendo que esto es autopista o qué y el güero barbudo mete el freno de mano y pone cara de inocente. Con fineza. Barbudo. Con un ojo de gringa se contenta. Pero con fineza, marrullería, tenebra. Viva el Emperador Presidente sentadote en el Gran Cu."

Para proseguir, tan sólo unas páginas más adelante, con la inevitable reflexión sobre las raíces históricas de la mexicanidad que permearon de manera casi obsesiva la extensa narrativa de Fuentes:

"Salvo a esta barrera de nopales podridos cuyas salidas y entradas creo conocer: suave hogar. Edén subvertido por tus hijos descastados que prefieren salir al mundo con una quijada de burro para no pudrirse encerrados y regresan con la pródiga herida abierta de la Malinche, madre traidora que se dejó fornicar para que tú y yo naciéramos. ¿O de veras cree alguien que hubiera sido mejor derrotar a los españoles y continuar sometidos al fascismo azteca? Cuauhtémoc era el Baldur von Schirach de Tenochtitlán. Más sabias que él, las mujeres indias se dejaron hacer. Cólera eterna para la eterna fatalidad: hemos regresado."
 
Por esas paradojas de la vida, Carlos Fuentes recibió con posterioridad varias distinciones y reconocimientos en España, mucho más importantes que aquel azaroso premio Biblioteca Breve, obligado a cargar con el estigma de su prohibición. En 1987, el premio Cervantes; en 1992, el Menéndez Pelayo; en 1994, el Príncipe de Asturias; en 2008, el premio internacional Don Quijote, que se otorga a la obra de personajes de cualquier nacionalidad que mejor hayan contribuido a la difusión y conocimiento de la cultura y de la lengua española; además del doctorado honoris causa por la universidad de Salamanca, en 2002. Más que suficientes para un merecido desagravio.  
 

Jules Etienne
 
La ilustración corresponde a Niño geopolítico observando el nacimiento del hombre nuevo (1943),
de Salvador Dalí.
 El artículo en cuestión se titula Carlos Fuentes en Londres: http://mitosyreincidencias.blogspot.ca/2013/05/paginas-ajenas-carlos-fuentes-en.html 

lunes, 13 de mayo de 2013

Páginas ajenas: CARLOS FUENTES EN LONDRES, por Mario Vargas Llosa

 
Artículo publicado originalmente en la revista Caretas de Lima, Perú;
número 363, 8 al 17 de noviembre de 1967

Apareció de improviso, en mi casa, un domingo a las diez de la mañana, el primer momento no lo reconocí: llevaba barba y un paraguas, botas, una larga casaca de terciopelo verde con cuatro pares de botones, y una corbata que era una llamarada. No lo veía hace seis meses y lo creía en Venecia, me habían dicho que vivía allá en el primer piso de un viejo palacio, que estaba encerrado a piedra y lodo, que terminaba una novela. Era cierto, me dice, pero ya se despidió de Italia, acababa de llegar a Londres y venía a quedarse. ¿Cuánto tiempo? Se encogió de hombros y se rió: seis meses, un año, dos años, quién sabía. Pero pensaba que Londres era una ciudad ideal para trabajar y armaría aquí su tienda y su escritorio. Hace más de dos años que dejó México y desde entonces vive así, brincando de un lado a otro: París, España, Italia, Estados Unidos, ahora Londres. Mientras yo me afeito, él hojea unas revistas, y conversamos sin vernos, a gritos: ¿no pensaba volver a México aún? No, de ninguna manera. Volvería más tarde, cuando le fuera indispensable verificar ciertas cosas en las sierras de Veracruz: allí estaban ambientados los episodios finales de la novela sobre Zapata. Le pido que me cuente algo de ese libro y él se repliega: no era muy fácil, todavía era un simple proyecto lleno de cosas oscuras. Me habla, en cambio, de otra novela, que tiene ya muy avanzada y que lo exalta mucho: una novela muy larga y, en cierto modo, de anticipación histórica. El capítulo final es un apocalipsis bélico, el enfrentamiento final del imperialismo y la revolución en tierras mexicanas. Un incendio atroz de napalm y fósforo, una orgía de ruido y sangre. Tiene, me dice, una enorme documentación sobre las nuevas armas antiguerrilleras que utilizan las tropas norteamericanas en Vietnam: artículos, libros, reportajes, fotos. Me habla de esas bombas de fragmentación que llaman "perros cansados", bombas que al estallar propagan en torno una lluvia de pequeñas bombas que al estallar propagan otras lluvias de bombas más pequeñas y así sucesivamente. Él quiere testimoniar sobre esos horrores en su libro, mostrar que las visiones más sádicas de la ciencia ficción son actualmente, en ciertas partes del mundo, realidad cotidiana.
 
Salimos a la calle, buscamos un café, y él sigue hablando. Está de muy buen humor, se le nota contento y pletórico de proyectos. Ha trabajado mucho estos últimos seis meses en Venecia, me dice. En varias cosas a la vez: retocando un libro de ensayos sobre literatura latinoamericana que publicará Mortiz a fin de año, en los primeros capítulos de esta nueva novela, y en dos obras de teatro. Aquí -señala la calle abarrotada de hippies que se calientan al sol débil del otoño londinense-, trabajará bien: está seguro que esta ciudad es tranquila y estimulante. Por eso, le precisa encontrar un departamento de una vez. En el hotel no puede escribir y cuando él no hace esto - teclea con los diez dedos sobre la mesa del café, pero a mí no me engaña, yo sé que es un pésimo mecanógrafo, que escribe sólo con un dedo- se siente mal.
 
Le pido que me hable un poco de Venecia, esa ciudad de mercaderes inescrupulosos y aguas hediondas, y él cree que yo estoy bromeando: una de las más bellas del mundo, dice. Trabajó mucho hasta que comenzó el Festival de Cine (él fue jurado, junto con otros escritores: Moravia, Goytisolo, Susan Sontag), porque, claro, entonces la vida se convirtió en un vértigo desenfrenado. Él fue uno de los que defendió con más pasión la película de Buñuel, que se llevó el Gran Premio. Y a propósito: otro de sus proyectos en carpeta es un libro sobre Buñuel. Al terminar el Festival, hubo una fiesta. Se ríe a carcajadas: una fiesta increíble, de disfraces. Marquesas, cortesanas, estrellas de cine aparecían enfundadas en atuendos inspirados en Levi-Strauss, en Roland Barthes, en Lacan y en Althusser. El estructuralismo, la antropología, el marxismo convertidos en bonetes, túnicas, prendedores, zapatos y corbatas: un caso de canibalismo extraordinario, dice. La moda se apodera de todo para sus fines, ahora la literatura, el arte y la ciencia también sirven de paso a esas fieras voraces, les suministran materiales explosivos que ellas adulteran y asimilan y convierten en ceremonia, en oropel, en juego.
 
Hablemos un poco más de la moda, le digo, precisamente de la moda. ¿A él no lo provee, también, en los últimos tiempos, de materiales para sus libros? No lo digo como un reproche, no estoy sugiriendo que en ellos la moda sea un fin, sino un medio. Pero me gustaría saber si él es consciente de ello. Ya en Zona Sagrada, pero, sobre todo, en su última novela, Cambio de piel (que acaba de ser editada en Italia con gran éxito de crítica), la moda es una presencia invasora y constante, en la ambientación de los episodios, en la definición de los personajes, el punto de referencia más usado por el autor. Le digo que, en este aspecto, Cambio de piel me parece un testimonio asombroso, casi absoluto, de lo que constituye la moda presente, en la literatura, la pintura, el cine, el teatro, la crítica. Le hablo de los capítulos que trasponen, mediante proezas verbales, películas, cuadros, dramas o teorías de mayor vigencia contemporánea. Yo pienso que él se ha propuesto convertir en ficción todo aquello que, en cierto modo, ocupa la primera plana de la actualidad en diversos dominios culturales y sociales: construir una novela que sea, al mismo tiempo, un manual de mitología moderna. Él me mira escéptico. Me habla de México, de esa sociedad dual en la que hay, de un lado, una burguesía industrial próspera, cuyas costumbres y modelos culturales corresponden a los de las grandes sociedades de consumo, y del otro, un sector rural anacrónico, esclavizado aún a una economía de mera subsistencia. Cambio de piel, me dice, parte de ese desgarramiento, esa áspera dualidad mexicana es su supuesto. Las citas o "Pastiches" que en el transcurso del libro van apareciendo, son imágenes que expresan el mundo de supercherías, disfraces y tabúes dentro del que se mueve el sector desarrollado, que imita a Europa o a los Estados Unidos. Pero su novela quiere ser, ante todo, literatura, realidad verbal, creación de lenguaje. Y es, también, una reacción contra el psicologismo que, a su juicio, distorsiona y hiela la captura de la realidad por la palabra. En Cambio de piel, en efecto, todo está mostrado a través del gesto y la máscara, la narración rehusa sistemáticamente penetrar en la conciencia de los personajes y se concentra en sus movimientos, sus ademanes, sus diálogos y sus sueños. Tardó cuatro años en escribir este libro ambicioso y vasto, cosmopolita, y ya los organismos de censura lo han vetado por "inmoral y anticristiano". Pero, al igual que en Italia, se está traduciendo ya en una docena de países.
 
Hemos salido a caminar, damos vueltas por las inmediaciones de Earl's Court, y le pregunto sobre sus obras de teatro. ¿Se estrenarán pronto? Debe corregirlas, todavía no están acabadas del todo. Pero ya tiene en la mente el tema de otro drama, muy complejo y difícil, de índole histórica: las relaciones entre Monctezuma y Cortés. La idea nació del día que vio la obra de Pete Schaffer, The Royal Hunt of the Sun, situada en la época de la conquista del Perú, y cuyos personajes centrales son Atahualpa y Pizarro (hay entre ellos una interminable discusión teológica). El drama de Schaffer le pareció frustrado: pero en cambio le pareció muy válida la tentativa de describir el choque de dos culturas, en territorio americano, a través de dos personajes históricos: uno indígena, el otro español. Trabajará en este proyecto, me dice, apenas se instale en Londres.
 
Habla de modo que resulta contagioso. Cuando habla de lo que está describiendo, o de lo que acaba de leer, o de lo que hará mañana, parece que estuviera diciendo me saqué la lotería. Con perversidad le cuento que oí a alguien, no hace mucho, decir que atacar a Carlos Fuentes se había convertido en el deporte nacional mexicano. Él se ríe, feliz: como chiste es excelente, dice. Él no tiene tiempo para atacar a nadie, en todo caso: con escribir, leer y viajar ya tiene de sobra. Pero la verdad es que se da tiempo para hablar de la gente que aprecia o admira: Julio Cortázar, por ejemplo. Piensa que es, tal vez, el creador más alto de la lengua hoy en día, y también un ejemplo a seguir como hombre comprometido con su vocación, entregado a ella en cuerpo y alma. Me habla también con fervor de Octavio Paz, de su pensamiento penetrante, desmitificador y universal, y de su poesía, cada vez más despojada y esencial. Luego, habla de las últimas películas y piezas de teatro que ha visto. No lleva cuarenta y ocho horas en Londres y ya sabe cuáles son los mejores films de la cartelera, las obras de teatro que es indispensable ver. ¿Cómo hace para estar en todo a la vez, para no ser tragado por la vorágine de la actualidad? Él se las arregla para leer todo lo que importa —libros, revistas y artículos de periódicos—, para ver todos los espectáculos de interés, viaja constantemente y mantiene una correspondencia amazónica, y nada de esto lo aparta de su trabajo de escritor, al que dedica cuatro o cinco horas diarias. ¿Cómo hace? Él, claro, se ríe: es un secreto profesional, dice.
 
 
Mario Vargas Llosa (Perú, 1936)