sábado, 27 de abril de 2013

Páginas ajenas: EL SEÑOR PRESIDENTE, de Miguel Ángel Asturias


(Fragmento de la segunda parte, que transcurre entre el 24 y el 27 de abril*)

Capítulo XXIV. Casa de mujeres malas

El surtido de mujeres de El Dulce Encanto ocupaba los viejos divanes en silencio. Altas, bajas, gordas, flacas, viejas, jóvenes, adolescentes, dóciles, hurañas, rubias, pelirrojas, de cabellos negros, de ojos pequeños, de ojos grandes, blancas, morenas, zambas. Sin parecerse, se parecían; eran parecidas en el olor; olían a hombre, todas olían a hombre, olor acre de marisco viejo. En las camisitas de telas baratas les bailaban los senos casi líquidos. Lucían, al sentarse despernancadas, los caños de las piernas flacas, las ataderas de colores gayos, los calzones rojos a las veces con tira de encaje blanco, o de color salmón pálido y remate de encaje negro.
 
La espera de las visitas las ponía irascibles. Esperaban como emigrantes, con ojos de reses, amontonadas delante de los espejos. Para entretener la nigua, unas dormían, otras fumaban, otras devoraban pirulíes de menta, otras contaban en las cadenas de papel azul y blanco del adorno del techo, el número aproximado de cagaditas con lentitud y sin decoro.
 
Casi todas tenían apodo. Mojarra llamaban a la de ojos grandes; si era de poca estatura, Mojarrita, y si ya era tarde y jamona, Mojarrona. Chata, a la de nariz arremangada; Negra, a la morena; Prieta, a la zamba; China, a la de ojos oblicuos; Canche, a la de pelo rubio; Tartaja, a la tartamuda. Fuera de estos motes corrientes, había la Santa, la Marrana, la Patuda, la Mielconsebo, la Mica, la Lombriz, la Paloma, la Bomba, la Sintripas, la Bombasorda.
 
Algunos hombres pasaban en las primeras horas de la noche a entretenerse con las mujeres desocupadas en conversaciones amorosas, besuqueos y molestentaderas. Siempre lisos y lamidos. Doña Chón habría querido darles sus gaznatadas, que veneno y bastante tenían para ella con ser gafos, pero los aguantaba en su casa sin tronarles el caite por no disgustar a las reinas. ¡Pobres las reinas, se enredaban con aquellos hombres —protectores que las explotaban, amantes que las mordían— por hambre de ternura, de tener quién por ellas!
 
También caían en las primeras horas de la noche muchachos inexpertos. Entraban temblando, casi sin poder hablar, con cierta torpeza en los movimientos, como mariposas aturdidas, y no se sentían bien hasta que no se hallaban de nuevo en la calle. Buenas presas. Al mandado y no al retozo. Quince años. «Buenas noches.» «No me olvides.» Salían del burdel con gusto de sabandija en la boca, lo que antes de entrar tenía de pecado y de proeza, y con esa dulce fatiga que da reírse mucho o repicar con volteadora. ¡Ah, qué bien se encontraban fuera de aquella casa hedionda! Mordían el aire como zacate fresco y contemplaban las estrellas como irradiaciones de sus propios músculos.
 
Después iba alternándose la clientela seria. El bien famado hombre de negocios, ardoroso, barrigón. Astronómica cantidad de vientre le redondeaba la caja torácica. El empleado de almacén que abrazaba como midiendo género por vara, al contrario el médico que lo hacía como auscultando. El periodista, cliente que al final de cuentas dejaba empeñado hasta el sombrero. El abogado con algo de gato y de geranio en su domesticidad recelosa y vulgar. El provinciano con los dientes de leche. El empleado público encorvado y sin gancho para las mujeres. El burgués adiposo. El artesano con olor de zalea. El adinerado que a cada momento se tocaba con disimulo la leopoldina, la cartera, el reloj, los anillos. El farmacéutico, más silencioso y taciturno que el peluquero, menos atento que el dentista...


Miguel Ángel Asturias (Guatemala,  1899-1974)
 
* Aun cuando la novela está dividida en tres partes, la segunda de las cuales según el índice transcurre el 24, 25, 26 y 27 de abril, el final del capítulo XXIII. El parte al señor Presidente está fechado el 28 de abril y precede al de Casa de mujeres malas. La tercera y última parte da principio hasta el capítulo XXVIII. Habla en la sombra.

sábado, 13 de abril de 2013

Otra de conejos: ENTRE LA NOVELA NEGRA Y LAS TIRAS CÓMICAS


Antes de ocuparme de la novela ¿Quién censuró a Roger Rabbit? (esa es la traducción literal de su título en inglés: Who Censored Roger Rabbit?), que volvió célebre al personaje gracias al cine, para evitar confusiones resulta oportuna la aclaración de que hay dos escritores estadounidenses casi homónimos: uno de ellos es Gary K. Wolfe, especialista en el género de la ciencia ficción, y el otro es Gary K. Wolf, autor de la obra en cuestión.
 
Cuando apareció publicada, en 1981, pasó casi desapercibida hasta que los estudios Disney decidieron que podía resultar interesante esa singular mezcla de dibujos animados con seres humanos, cuya técnica en el cine había sido experimentada en Leven anclas (Anchor's Aweigh, 1945), cuando Gene Kelly bailaba junto al ratón Jerry. Y así fue como surgió la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit), que ahora todos conocemos.
 
Debido a lo costoso de la producción y lo complicado de sus efectos especiales, decidieron asociarse con Steven Spielberg. Entonces entraron en una fase de negociaciones bastante compleja para que Warner Brothers accediese a permitir la aparición de sus Looney Toones. Una de las claúsulas del contrato establecía que Bugs Bunny debería estar el mismo tiempo en pantalla que Mickey Mouse, y por eso es que siempre aparecen juntos en escena. En cambio, no fue posible llegar a un arreglo con Metro Goldwyn Mayer y es la razón por la que Tom y Jerry no figuran en el reparto.
 
Finalmente, la película se estrenaría el 22 de junio de 1983 -dentro de un par de meses se cumplirán veinticinco años- y no sólo obtuvo una considerable recaudación en taquilla sino que incluso los críticos más exigentes la aceptaron de buen grado. Y es que el resultado en pantalla no sólo fue divertido sino innovador. Sin embargo, ya se sabe que el cine, al manejar un lenguaje con imágenes diferente al de la literatura, suele modificar y hasta traicionar, con innegable asiduidad, los textos originales. Aunque este no sería el caso, algunas de las diferencias entre el texto y la película son que Roger Rabbit era una estrella de las tiras cómicas, no del cine; Jessica no lo quería, era una vampiresa de tiempo completo (mientras que su dibujo animado es, además de seductor, noble: No soy mala, sólo me dibujaron de esa forma. Por cierto, este parlamento ha sido incluido en una lista de las mejores cien frases en la historia del cine de Hollywood); pero, sobre todo, Roger Rabbit muere al final de la novela. Cabría señalar la peculiaridad de que para comunicarse con los dibujos era necesario leer el globo conteniendo su diálogo: El conejo envió un par de globos sin palabras, vacíos... En el siguiente intento lo hizo mejor. Sus palabras eran confusas, de un gris translúcido, pero legibles, dice en cierto momento Eddie Valiant.
 
Una referencia para cinéfilos tiene lugar en la escena que el juez (Christopher Lloyd) inquiere en el bar si alguien ha visto al conejo y entre los parroquianos alguno le responde que incluso en ese momento se encuentra allí mismo. Todos suponen que va a delatar a Roger Rabbit, quien acaba de ocultarse, sin embargo, hace una broma relativa a Harvey, el conejo invisible de la obra teatral de Mary Chase, que sólo el protagonista Elwood P. Dowd (interpretado en la versión fílmica por James Stewart) es capaz de ver.
 
El doblaje de las voces estuvo a cargo de las mismas personas que lo habían hecho durante tantos años: Tony Anselmo hizo la del pato Donald, Wayne Allwine la de Mickey Mouse, Mel Blanc las diferentes caracterizaciones de los Looney Toones y hasta Mae Questel, que desde 1939 no le daba su voz a Betty Boop, quien aparece, por cierto, en mi escena favorita, cuando el detective Eddie Valiant (Bob Hoskins) acude al centro nocturno en que canta Jessica Rabbit para conocerla y Betty Boop tiene un diálogo con él: en ese momento surge Jessica en todo su esplendor cantando Why don't you do right? (si bien la voz sensual del personaje corresponde en los diálogos a Kathleen Turner, la canción fue interpretada por Amy Irving, quien estaba casada con Spielberg en esa época). La novela refiere que durante su juventud Jessica participó en dibujos porno (en las legendarias Tijuana Bibles) y que es capaz de obtener lo que sea a cambio de sexo, en tanto que la lealtad que demuestra por su marido sólo se exalta en la película.

La producción elevó su presupuesto debido a que la elaboración de los dibujos animados fue hecha a mano, al estilo tradicional, y eso prolongó mucho los tiempos de rodaje. Sin embargo, al final, su éxito rotundo rebasó ampliamente los costos de producción y hasta ganó cuatro premios de la Academia. Después vendría una amarga etapa de demandas y contra demandas entre su autor Gary K. Wolf y los estudios Disney, por motivo del pago de regalías. Esto dificultó la filmación de una secuela en su momento, aunado a que las técnicas de animación se transformaron de manera radical.

Robert Zemeckis, por su parte, durante la presentación en Londres de la película El vuelo (Flight), declaró: "Si fuese a realizar la secuela, se haría igual que la primera. Se vería de la misma manera, pero se presentaría en tercera dimensión para su estreno. Haría toda la animación a mano, aunque utilizando las herramientas de la tercera dimensión. No sería algo como Pixar 3-D. No se vería así..." Cabe subrayar que el cineasta siempre conjugó los verbos de manera condicionada, en ningún momento aseveró con certeza. Más tarde, en marzo pasado, en una entrevista para MTV, admitió que "existe un guión para la secuela, y es muy bueno". Algo que los productores Jack Rapke y Steve Starkey habían adelantado en la citada función en Londres.

En cuanto a la novela, ante la imposibilidad de escribir una nueva aventura del personaje, debido a que había muerto en su conclusión, Gary K. Wolf escribió otro caso del detective Eddie Valiant en Toontown: Who P-p-p-plugged Roger Rabbit?, de la cual aún no me ha sido posible ubicar una traducción al español. Apareció publicada en inglés en abril de 2010. Una editorial de nombre Musa Publishing anuncia el tercer título de la saga: Who Wacked Roger Rabbitt? para el próximo mes de noviembre en versión digital.

Jules Etienne

martes, 9 de abril de 2013

Conejos: un par de fábulas sobre el conejo y el león

 
EL CONEJO Y EL LEÓN
 
Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la selva, semiperdido.
 
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.
 
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.

En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
 
El León estremeció la selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
 
De regreso a la ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
 
 
Augusto Monterroso (Escritor guatemalteco nacido en Honduras y radicado en México;1921-2003)
 
 
 
EL RUGIDO DEL CONEJO

Cansado de su temor ancestral, harto de que él y todos los de su especie tuvieran que huir para ocultarse cada vez que aparecía un león hambriento, un conejo decidió desafiar las leyes de la naturaleza: aprendería a rugir igual que sus depredadores. Si mediante ese recurso los atemorizaban primero, para luego someterlos sin mayor dificultad, él respondería con otro rugido igualmente feroz. Tendría, además, la ventaja de la sorpresa, puesto que un león nunca esperaría escuchar el eco de su estruendo reflejado en la fiera imagen de un conejo. El desconcierto de aquél, a su vez, le permitiría retirarse apelando a un cierto aire de dignidad que hasta entonces estaba vedado para sus congéneres.

Le llevó años. Ensayaba sin descanso día tras día, desde el amanecer hasta que se ocultaba el sol, buscando perfeccionar su propio rugido. Miraba su imagen distorsionada en el reflejo del agua para convencerse de que parecía tan salvaje como su enemigo. Los demás conejos comenzaron a establecer distancia con él, temerosos de que se los fuera a almorzar en uno de sus desplantes, de que en algún momento traicionara su propia naturaleza pacífica, herbívora, y le diera por practicar el canibalismo. Nada le importó. Se había empecinado en que ése sería el objetivo primordial de su vida y así prosiguió hasta que un día se sintió convencido de que ya estaba listo para la gran confrontación. Rugió con todas sus fuerzas y los demás animales que lo escucharon huyeron despavoridos, temerosos de ser devorados por esa bestia a la que no alcanzaban a ver, pero les bastaba su intuición para advertir el peligro.

El conejo se paseaba orondo por la selva cuando, por fin, se suscitó el inevitable encuentro con el león. Éste emitió uno de sus habituales rugidos. El conejo se le quedó mirando a los ojos sin temor, su rostro se empezó a deformar hasta que de su hocico salió un estrépito insospechado. Confundido, el felino respondió con un bostezo y se replegó discretamente un par de pasos. ¡Lo había logrado! Había conseguido amedrentar ni más ni menos que al rey de la selva. Ahora podía dar media vuelta e irse. Los demás animales tendrían que aprender desde ese momento a respetarlo.

Antes de irse volvió a rugir, en tanto que el león permaneció en silencio. Arrogante, el conejo se fue acercando para obligarlo a retirarse. Rugió una vez más y el león parecía inhibido, aunque también respondió. El conejo iba imponiéndose hasta que por fin quedaron uno frente al otro. El león entonces tiró un zarpazo y devoró al conejo de un solo bocado.
 
 
Jules Etienne     


lunes, 8 de abril de 2013

Conejos: EL CONEJO DE TERCIOPELO, de Margery Williams


(Fragmento)

- ¿Qué es ser real? -preguntó un día el Conejito, cuando todos los juguetes estaban juntos cerca de la pantalla protectora del hogar, antes de que Nana viniera a arreglar la habitación-. ¿Es tener cosas que zumban en tu interior y una palanca que te hace funcionar?

- Ser real no consiste en cómo estás hecho, dijo el Caballo. Es algo que te pasa. Cuando un niño te quiere durante mucho, mucho tiempo, no sólo para jugar contigo, sino que realmente te quiere, entonces te conviertes en algo real.

- ¿Duele? -preguntó el Conejito.

A veces -dijo el Caballo, que siempre era de fiar-. Pero cuando eres real ya no te importa que te hagan daño.

- ¿Te sucede de pronto, como cuando te dan cuerda, o poco a poco? -preguntó.

- Eso no te ocurre repentinamente -dijo el Caballo-. Te vas haciendo poco a poco y tarda mucho tiempo. Por eso no le suele ocurrir a los que se quiebran con facilidad, o a los que tienen bordes afilados, o a los que se guardan cuidadosamente. Generalmente, cuando te haces real, casi todo tu pelo se ha desgastado, tus ojos se han salido, tus articulaciones están sueltas y te sientes muy maltrecho. Pero estas cosas no importan ya, porque una vez que eres real ya no puedes ser feo, excepto para la gente que no entiende.


Margery Williams (Inglaterra, 1881-1944)

La ilustración corresponde a El conejo de terciopelo, por Audrette.