miércoles, 26 de diciembre de 2012

Mario Vargas Llosa: CUANDO LOLITA CUMPLIÓ TREINTA AÑOS


Lolita, de Vladimir Nabokov, se publicó por primera vez en 1955. En la indispensable recopilación de ensayos literarios La verdad de las mentiras, de Mario Vargas Llosa, se encuentra un capítulo dedicado a Lolita, escrito en enero de 1987, es decir, cuando el libro recién había rebasado los treinta años de su aparición gracias a la editorial parisina Olympia Press que, como explica el autor al principio de su crónica: "publicaba libros en inglés y se había hecho célebre por el número de juicios y decomisos de que había sido víctima, acusada de obscenidad y de atentar contra las buenas costumbres. (Su catálogo era un disparatado entrevero de pornografía barata y genuinos artistas como Henry Miller, William Borroughs y J. P. Donleavy). La novela apareció en 1955 y un año después fue decomisada por el ministro francés del Interior. Para entonces ya había circulado profusamente -Graham Greene dasató una polémica proclamándola el mejor libro del año- y la rodeaba esa aureola de de la que nunca se ha podido desprender y que, en cierto sentido, pero no en el que habitualmente se entiende, merece."

Vargas Llosa señala entre sus méritos el que en muy poco tiempo logró universalizar el término "lolita", aplicable a "la niña-mujer emancipada sin saberlo y símbolo inconsciente de la revolución de las costumbres contemporáneas." Y luego aclara sobre el concepto acuñado por Nabokov: "La nínfula (término que por una razón acústica carece de toda la ambigüedad perversa e incitante del neologismo original: the nymphet) no nació con el personaje de Nabokov. Existía, qué duda cabe, en los sueños de los pervertidos y en las ansias, ciegas y trémulas, de las niñas inocentes, y la evolución de los hábitos y la moral la iba cuajando, irresistiblemente. Pero gracias a la novela, perdió su semblante vago y se corporizó, abandonó su clandestinidad nerviosa y ganó derecho de ciudad."

El propio Nabokov lo expresa de esta manera en la novela: "Ahora creo llegado el momento de presentar al lector algunas consideraciones de orden general. Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica (o sea demoníaca); propongo llamar «nínfulas» a esas criaturas escogidas."

Vargas Llosa también ubica similitudes entre las obras que define como esencialmente literarias de Nabokov y de Jorge Luis Borges, por el hecho de que las construyeron "a partir de las literaturas preexistentes y de un exquisito refinamiento intelectual y verbal." Lo que da paso a una reflexión posterior: "Yo no estoy seguro de que Nabokov haya inventado esta historia con intenciones simbólicas. Mi impresión es que en él, como en Borges, había un escéptico, desdeñoso de la modernidad y de la vida, a las que ambos observaban con ironía y distancia desde un refugio de ideas, libros y fantasías en el que permanecieron amurallados, distraídos del mundo gracias a prodigiosos juegos de ingenio que diluían la realidad en un laberinto de palabras y de imágenes fosforescentes. En ambos escritores, tan afines en su manera de entender la cultura y practicar el oficio de escribir, el arte eximio que crearon no fue una crítica de lo existente sino una manera de descarnar a la vida, disolviéndola en un fulgurante espejismo de abstracciones."

Lolita, que "era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita", tenía más de treinta años cuando Vargas Llosa se dio a la tarea de analizarla, y hoy, tomando como punto de partida el ya lejano 1955, tiene 57 años, con los sesenta a la vuelta de la esquina.

Concluía entonces Vargas Llosa: "Sí, cumplidos los treinta, Dolores Haze, Dolly, Lo, Lolita, sigue fresca, equívoca, prohibida, tentadora, humedeciendo los labios y acelerando el pecho  de los caballeros que, como Humbert Humbert, aman con la cabeza y sueñan con el corazón."

Jules Etienne

martes, 25 de diciembre de 2012

Lolita murió hace sesenta años


El ingenioso prólogo de Lolita fue ideado por Nabokov como si hubiera sido escrito por un doctor en filosofía de nombre John Ray Jr., a cuyas manos llegó el manuscrito original de Lolita o confesiones de un viudo de la raza blanca. Ahí establece que su autor, Humbert Humbert, había fallecido víctima de una trombosis coronaria en la prisión cuando esperaba el inicio de su proceso judicial, el 16 de noviembre de 1952. Es decir, que apenas hace poco más de un mes se cumplieron sesenta años de que eso habría sucedido.

Ese personaje que prologa -al estilo de las clásicas tragedias griegas-, también aprovecha para advertir que aunque estas "notables Memorias" han sido respetadas y se presentan intactas ante el lector, los nombres de quienes vivieron la experiencia real fueron modificados:

"El curioso apellido de su autor es invención suya y, desde luego, esa máscara –a través de la cual parecen brillar dos ojos hipnóticos– no se ha levantado, de acuerdo con los deseos de su portador. Mientras que «Haze» sólo rima con el verdadero apellido de la heroína, su nombre está demasiado implicado en la trama íntima del libro para que nos hayamos permitido alterarlo; por lo demás, como advertirá el propio lector, no había necesidad de hacerlo. El curioso puede encontrar referencias al crimen de «H. H.» en los periódicos de septiembre de 1952; la causa y el propósito del crimen se habrían mantenido en un misterio absoluto de no haber permitido el autor que estas Memorias fueran a dar bajo la luz de mi lámpara."

Luego procede a explicar que -"ella, esa nouvelle, esa Lolita, mi Lolita"-, falleció al dar a luz a un bebé muerto en un remoto lugar del noroeste, precisamente en la navidad de 1952:

"En provecho de lectores anticuados que desean rastrear los destinos de las personas más allá de la historia real; pueden suministrarse unos pocos detalles recibidos del señor Windmuller, de Ramsdale, que desea ocultar su identidad para que «las largas sombras de esta historia dolorosa y sórdida» no lleguen hasta la comunidad a la cual está orgulloso de pertenecer. Su hija, Louise, está ahora en las aulas de un colegio: Mona Dahl estudia en París. Rita se ha casado recientemente con el dueño de un hotel de Florida. La señora de Richard F. Schiller murió al dar a luz a un niño que nació muerto, en la Navidad de 1952, en Gray Star, un establecimiento del lejano noroeste. Vivian Darkbloom es autora de una biografía, Mi réplica, que se publicará próximamente. Los críticos que han examinado el manuscrito lo declaran su mejor libro. Los cuidadores de los diversos cementerios mencionados informan que no se ven fantasmas por ningún lado."

De manera que hoy se cumpliría otro aniversario luctuoso de "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-lita: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.", cuya naturaleza no era humana sino "nínfica", diría Humbert Humbert, lo que de alguna manera contraviene lo expresado por Mario Vargas Llosa en su espléndido ensayo sobre esta obra de Nabokov, cuando afirmaba que Lolita -el personaje- habría cumplido treinta años en 1985.

Lolita, la esposa de Richard F. Schiller, yace en su tumba en algún lejano cementerio de Alaska, según lo consigna John Ray Jr., como ya hemos visto. Lolita, la novela y su progenie: un par de adaptaciones cinematográficas, la primera de Stanley Kubrick en 1962 y otra de Adrian Lyne en 1997, así como innumerables ensayos literarios, se mantiene saludable y con vida.

Jules Etienne

jueves, 20 de diciembre de 2012

Dos visiones del fin del mundo: Vargas Llosa y Ernesto Sabato


Abaddón el exterminador y La guerra del fin del mundo tienen en común una referencia apocalíptica antes de haber siquiera iniciado la lectura de la propia novela. En la primera de ellas, denominada con frecuencia "la novela del fin del mundo", Ernesto Sabato incluye un epígrafe del Apocalipsis según el apóstol San Juan: "Y tenían por rey al Ángel del Abismo, cuyo nombre en hebreo es Abaddón, que significa El Exterminador", de ahí el título de la obra. En tanto que Vargas Llosa señala un posible apocalipsis en el prólogo de La guerra del fin del mundo:

"No hubiera escrito esta novela sin Euclides da Cunha, cuyo libro Os Sertoes me reveló en 1972 la guerra de Canudos, a un personaje trágico y a uno de los mayores narradores latinoamericanos. Del guión cinematográfico que fue su embrión (y que nunca se filmó) hasta que, ocho años más tarde, terminé de escribirla, esta novela me hizo vivir una de las aventuras literarias más ricas y exaltantes, en bibliotecas de Londres y Washington, en polvorientos archivos de Río de Janeiro y Salvador, y en candentes recorridos por los sertones de Bahía y de Sergipe. Acompañado de mi amigo Renato Ferraz, peregriné por todas las aldeas donde según la leyenda el Consejero predicó, y en ellas oí a los vecinos discutir con ardor sobre Canudos, como si los cañones tronaran todavía sobre el reducto rebelde y el apocalipsis pudiera sobrevenir en cualquier momento en esos desiertos erupcionados de árboles sin hojas, llenos de espinas. Los zorros salían a nuestro encuentro en las veredas y nos dábamos también por los caminos con encuerados, santones y cómicos de la legua que recitaban romances medievales. Donde estuvo Canudos, había ahora un lago artificial y en sus orillas proliferaban los casquillos y proyectiles herrumbrados de las atroces batallas."

Si bien su acción se desarrolla en épocas y lugares distintos, aunque no distantes, resulta una consecuencia inevitable que en esa atmósfera catastrófica algunos pensamientos coincidan:

"El silencio se hacía más grave a medida que avanzaba la noche, como se recibe siempre a los heraldos de las tinieblas.", ha escrito Sabato. Por su parte, Vargas Llosa dice: "¿No eran esas manadas el cumplimiento de las profecías, los seres infernales del Apocalipsis?"

Algunos párrafos hasta podrían integrarse en un mismo diálogo:

"- Todas las armas valen -murmuró-. Es la definición de esta época, del siglo veinte que se viene, señor Gall. No me extraña que esos locos piensen que el fin del mundo ha llegado."

"- No sé dónde leí que Dante no hizo otra cosa que traducir ideas y sentimientos de su época, los prejuicios teológicos en boga, las supersticiones que estaban en el aire. Sería así, simplemente, la descripción de la conciencia y de la inconciencia de una cultura. Quizá haya algo de verdad."

El primer parlamento proviene de La guerra del fin del mundo, en tanto que el otro, a manera de respuesta, corresponde a Abaddón el exterminador. Ambos autores se refieren también a la condena que sufre el mundo:

"Los vio partir, aturdidos de gozo. Era purificadora la presencia de la gracia en este mundo condenado a la perdición", dice el Beatito, personaje de Vargas Llosa; "Por desgracia, el triunfo del satanismo equivaldría a nuestra eterna perdición, condenados entonces a subsistir en este infierno por medio de reencarnaciones", según Sabato.

Ahora dos fragmentos cuya esencia resulta bastante más dramática que los anteriores:

El primero corresponde a Abbadón el exterminador. "Al aumentar un poco la luz, se aclaró el enigma: eran seres humanos desollados por el fuego y el calor, con los cuerpos magullados en las partes en que habían chocado con algo duro." La narración prosigue implacable: "Algunos pedían agua, con una voz apenas perceptible y ronca. Estaban desnudos y despellejados. La piel de las manos, arrancada desde las muñecas les colgaba de la punta de los dedos, detrás de las uñas, dada vuelta como un guante. En la penumbra le pareció ver, además, muchos niños en el patio, en la misma condición."

El siguiente, en cambio, es de Vargas Llosa: "No estaba dormido. Desde el fondo de esa ambigua realidad de fuego y hielo que era su cuerpo encogido en la oscuridad de la gruta, siguió oyendo todavía el relato de Antonio el Fogueteiro, reproduciendo, viendo ese fin del mundo que él ya había anticipado, conocido sin necesidad de que ese resucitado de entre los carbones y los cadáveres se lo relatara."

Por supuesto que existen diferencias y abundantes paralelismos que no sería posible rescatar en un espacio tan breve.

"Eso es lo que no entiendo, pensó Gall. Habían hablado otras veces de lo mismo y siempre quedaba él en tinieblas. El honor, la venganza, esa religión tan rigurosa, esos códigos de conducta tan puntillosos ¿cómo explicárselos en este fin del mundo, entre gentes que no tenían más que harapos y los piojos que llevaban encima?", pregunta Vargas Llosa.

"La eternidad del castigo. Una esfera del tamaño de la Tierra, una gota de agua que cae y la desgasta. Y cuando aquella esfera se termina, se empieza con otra igual. Y después otra y otra, niñas, millones de esferas del tamaño del planeta. Infinitas esferas." Y esta sería la conlcusión, lapidaria, de Ernesto Sabato: "Hoy me parece tan candoroso. El infierno está aquí."


Jules Etienne

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Páginas ajenas: RÁFAGAS, de Gabriel Zaid



La muerte lleva al mundo a su molino.

Aspas de sol entre los nubarrones
hacían el campo insólito,
presagiaban el fin del mundo.

Giraban margaritas
de ráfagas de risa
en la oscuridad de tu garganta.

Tus dientes imperfectos
desnudaban sus pétalos
como diste a la lluvia tus pechos.

Giró la falda pesadísima
como una fronda que exprimiste,
como un árbol pesado de memoria
después de la lluvia.

Olía a cabello tu cabello.

Estabas empapada. Te reías,
mientras yo deseaba tus huesos
blancos
como una carcajada
sobre el incierto fin del mundo.


Gabriel Zaid (México, 1934)

martes, 18 de diciembre de 2012

Sobre el fin del mundo: MONO Y ESENCIA, de Aldous Huxley



Sin duda se trata de un asunto que ha obsesionado a la humanidad. En las diferentes mitologías y religiones suelen haber numerosas profecías al respecto. Por eso tampoco resulta extraño que tanto para la literatura como para el cine haya sido el tema de tantas obras. En el cine incluso podría hablarse de un subgénero apocalíptico, frecuentemente emparentado con la ciencia ficción, como sería el caso de La guerra de los mundos, sobre la novela de H. G. Wells, aunque en otros casos, sin llegar a la completa destrucción del planeta, presenta visiones pesimistas del futuro de la humanidad, casi siempre exageradas, pero sin que por ello carezcan de validez en su carácter de advertencias.

Por ejemplo, Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), basada en una novela de Harry Harrison: Make Room! Make Room! (en España fue traducida como ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!), planteaba la posibilidad de que la escasez de alimentos llegara al grado de tener que fabricarlos de manera sintética, hasta que el protagonista descubre que la materia prima con que estos se elaboran son los propios seres humanos ya fallecidos. Cuando la novela fue publicada en 1966, se le consideró literatura de anticipación. Pronosticaba que a finales del siglo XX, Estados Unidos llegaría a tener 300 millones de habitantes padeciendo como consecuencia, entre otras calamidades, la ya mencionada. Sin embargo, lo esencial radica en que la sociedad extravía el sentido de la convivencia -al que se refería Rousseau como la voluntad general y el bien común en El contrato social- y se encamina hacia su autodestrucción. A propósito de Harrison, su relato El topo fue una de las fuentes primigenias del cineasta ucraniano Konstantin Lopushansky para su espléndida propuesta postapocalíptica Cartas de un hombre muerto (1986): el planeta después de una catástrofe nuclear. Conmovedora y con un aliento poético del que carece, por ejemplo, la más reciente El último camino (The Road, 2009), sobre la novela de Cormac McCarthy, ganadora del premio Pulitzer.

Por eso no deja de parecerme simpático, el hecho de que Aldous Huxley le haya pasado factura al cine cuando decidió escribir la mayor parte de su novela Mono y esencia (Ape and Essence) a la manera de un guión cinematográfico. Al principio se plantea una reflexión sobre la recién acontecida muerte de Mahatma Gandhi -la novela fue publicada en 1948 y Gandhi fue asesinado en enero de ese mismo año-, en estos términos: "Lo matamos porque, después de haber tomado parte breve, y fatalmente, en el juego político, rehusó continuar soñando nuestro sueño de un Orden nacional y una Belleza social y económica; porque intentó hacernos volver a los hechos concretos y cósmicos de la gente real y la Luz interior." Y continúa considerando que: "Los títulos que yo había visto aquella mañana eran parábolas: el suceso que registraban, una alegoría y profecía. En aquel acto simbólico, los que tanto anhelábamos la paz habíamos rechazado el único medio posible de lograrla y habíamos hecho una advertencia a todos los que, en el futuro, pudiesen abogar por procederes que no fuesen los que conducen inevitablemente a la guerra."

Un productor junto con un escritor, en su búsqueda de temas para filmar, se topan entre los libretos rechazados por el estudio en espera de ser incinerados, con el de Mono y esencia. El supuesto guión trata sobre el futuro de la humanidad después de un conflicto nuclear, y la estructura narrativa de la novela da el giro hacia el libreto al que se refiere.

"Voz en off: Este nuevo, claro día, es el veinte de febrero de 2108, y estos hombres y mujeres son miembros de la Expedición Redescubridora de América proveniente de Nueva Zelanda. Respetada por los beligerantes de la tercera Guerra Mundial (obsta decirlo, no por alguna razón humanitaria, sino simplemente porque, como el África Ecuatorial, era demasiado remota para que valiese la pena arrasarla), Nueva Zelanda sobrevivió y aún progresó de manera moderada en un aislamiento que, a causa de la peligrosa contaminación radioactiva del resto del mundo, fue casi absoluto durante más de un siglo. Pasado el peligro, acá vienen sus primeros exploradores, a redescubrir América desde el oeste."

La sorpresa que se llevan al toparse con que la costa californiana está habitada, pero por monos que han sometido a la especie humana -todos ellos clones de Albert Einstein-, a la condición de perros. No conozco otra sátira de Huxley más delirante que Mono y esencia, con un estilo tan alejado de, por ejemplo, Contrapunto, tanto que por momentos hasta parecerían obras de distinto autor. La literatura se desquitó en esta ocasión del cine, al robarle el formato para esta novela, sin embargo, me parece que la última vuelta de tuerca se dio cuando partieron de esa misma idea los productores del serial El planeta de los simios.


Jules Etienne

La ilustración correspondiente proviene del blog de David Greenfield.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Los poetas enamorados de Lupe Vélez


Se dice que José Gorostiza, el autor de Muerte sin Fin, estuvo enamorado "qué pureza de contornos, qué piel de flor", de Lupe Vélez, "de pie ligero como pluma de pájaro", durante la época en que ella era tiple en la ciudad de México "sobre la música de tu mirar".*

El pintor Rufino Tamayo contaba en su discurso Mi lenguaje: la pintura, que "Nosotros, nuestro grupo, nos reuníamos todos los sábados por la tarde para ir al Sanborn's de Madero o a jugar billar y luego al teatro Lírico donde veíamos a Celia Montalbán y a Lupe Vélez. El teatro de revista llegó a interesarnos tanto que hasta escribimos una obra que se llamó Café negro. Salvador Novo, Pepe Gorostiza, Villaurrutia y Jaime Torres Bodet escribieron los sketches; Lazo y yo hicimos la escenografía. Para estar a tono con la moda que llegaba de Estados Unidos, José Gorostiza le puso letra en español a una canción muy famosa que llegó acá por ese tiempo y se llamó Rose-Marie."

Muchos años después, en 1970, el periodista tampiqueño Luis Terán publicó en un suplemento literario una entrevista con el propio José Gorostiza, quien aclaraba: "Yo no hacía teatro popular con la intención de concederle importancia literaria a esos sketches, que por otra parte no todos fueron míos. Además, el autor que firmaba esas pequeñas diversiones teatrales era un señor Juan de Nadie, que por cierto, no existió nunca. Los sketches unas veces eran míos, otras ocasiones de Xavier Villaurrutia, otras más de Ortiz de Montellano, aparte de la gente que escribía normalmente para el Teatro Lírico. Lo hacíamos puramente como una diversión de muchachos, a quienes les complacía el teatro de Lupe Vélez y de las artistas más renombradas de esa época con quienes solíamos cenar y bailar. Si nuestra participación en esas cosas produjo un mejoramiento del teatro de revista mexicano, no soy yo quien pueda juzgarlo, y en todo caso fue puramente accidental. Estas obritas no existen. Por encargo de mis amigos y compañeros, yo las retiré del Archivo de la Sociedad de Autores, y las destruí cuando ya no éramos suficientemente jóvenes; temíamos que con el tiempo pudieran dañar nuestra reputación de gente seria."

Guillermo Sheridan, en el ensayo Los contemporáneos ayer, refiere la amistad entre Eduardo Luquín y Gorostiza, sobre la que menciona: "Luquín intenta sacar a Gorostiza de su aislamiento, lo arrastra a los bailes y al teatro, donde tampoco cambia de carácter, aunque sí se enamora de la actriz Lupe Vélez, quien le cuenta todas sus desgracias."

Sin embargo, el de Gorostiza no sería el único caso de un poeta seducido por su belleza durante aquella etapa primitiva en el bataclán. Gabriel Ramírez en una acuciosa biografía, Lupe Vélez, la mexicana que escupía fuego, señala: "Al coro de admiradores de Lupe, se agregaría la voz de los jóvenes bohemios y poetas (entre ellos Ponciano Guerrero, Renato Leduc, Juan Bustillo Oro, Jesús Flores Aguirre, José Valenzuela Rodríguez) del grupo Ateneo de la Juventud, que el 30 de agosto de 1925 darían a conocer su pasión hacia ella en un arrebatado y comprometedor

Lupe Vélez
Pequeña coribante de núbiles caderas
maravillosamente capciosas, como el jazz;
tú enseñas a los hombres las Fórmulas Primeras
con tus piernas exactas y finas de compás.
Tu cuerpo en que la gracia se vuelve hiperestesia
-Oh, flapper, arquetipo de un libro de Platón-
tu cuerpo hubiera sido la flor del Satyricón...
Sintéticas manzanas del árbol de la Ciencia
tus senos, deleznables como una sugerencia,
transforman en pecado la rígida virtud...
Los hombres te perdonan el mal que les hiciste
con tal que tú les digas de que país viniste:
¿Hawaii o Samarkanda? ¿París o Hollywood?"

Al pie de una foto de Lupe Vélez, el poeta yucateco Ermilo Abreu Gómez escribió: "Si no existiera Sor Juana, tú serías la décima musa".


Jules Etienne

* Aunque las líneas corresponden a poemas escritos por José Gorostiza, no aluden en realidad a Lupe Vélez. Me he tomado la libertad de incluirlos como si así hubiera sido.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Páginas ajenas: ESTE DOMINGO, de José Donoso


(Fragmento)

Su padre se ponía furioso cuando le tomaba las lecciones. Por mucho que Álvaro estudiara nada se le quedaba en la cabeza. La Violeta jamás le dijo estudie, mire que va faltando poco para los exámenes y va a salir mal y va a tener que repetir el curso. No. Le decía, en cambio, oiga, don Alvarito, vamos al teatro que están dando una de la Lupe Vélez, para que se distraiga de tantos numeritos que deben estar saltándole dentro de la cabeza, porque yo le digo, de salir bien va a salir bien, se lo aseguro yo, no se preocupe. Y sus ojos brillaban y sus carrillos colorados brillaban con una sonrisa y Álvaro le decía ya, bueno, ya está, vamos, pero si salgo mal en el examen es culpa tuya y te acuso con mi mamá. (Página 37)

José Donoso (Chile, 1924-1996)

La primera edición de la novela Este Domingo apareció en 1966.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Páginas ajenas: EN DEFENSA DE LA ENVIDIA, de Sealtiel Alatriste


Crónica de la verdadera muerte de Lupe Vélez

(Fragmento inicial)

Mi único instante de gloria es un recuerdo o, si se quiere, un recuerdo que proyectado hacia el futuro resulta glorioso, pues yo, Uriel Eduardo Alatriste, como todos los mortales tuve un primer amor, pero al contrario de muchos mortales, el mío fue con un mito, con la Afrodita azteca, con The Mexican Spitfire, nada más y nada menos que con Lupe Vélez.

Ahora todo el mundo sabe que Lupe fue una envidiosa de lo peor, pero entonces, cuando se inició nuestro romance, nadie tenía la menor idea de que un cuerpecito tan redondo y suculento como el de ella fuera capaz de almacenar tanta envidia. Tengo una foto en la que (sentada frente a un tocador, vestida con un camisón transparente, de espaldas a la cámara, su rostro se refleja en un espejito de mano) muestra su portentosa anatomía. La dedicatoria es un insulto y prueba que, además de envidiosa, en los años en que dejé de verla se dejó crecer en vanidad sin límites: “Para que veas lo que te perdiste”. Alude a nuestro romance, cuando todavía se llamaba Guadalupe Villalobos y no era famosa; cuando nos íbamos dizque a platicar a la sombra del ahuehuete que estaba en la esquina de casa de su abuelito, y yo le sobaba los senos mientras ella me contaba la película que había visto esa tarde, mezclando la anécdota con descripciones casi pornográficas de los hombres que habían aparecido en la pantalla, y, para variar, terminábamos haciéndonos promesas de matrimonio, pidiéndonos que no nos fijáramos ni en otros hombres ni en otras mujeres, medio jadeantes, sin que yo hubiera acabado de comprender nada de lo que me había contado.


Sealtiel Alatriste (México, 1949)

viernes, 14 de diciembre de 2012

Diciembre: UNA SERENATA PARA LUPE (La última madrugada)


(
Fragmento del capítulo 1: Despedida en voz baja)*

Eran casi las cuatro y la señora Kinder la esperaba despierta. Todavía le preguntó si se le ofrecía algo, pero en realidad Lupe no necesitaría gran cosa, acaso un frasco de seconales y redactar unas notas de despedida. A veces me siento como si tuviera cien años, como si fuera una anciana lista para el asilo. ¡Dios santo! ¿Cuánto habré vivido que ni siquiera lo noté? Entre tanto frenesí, había dejado de sumar los trozos de sueños y pesadillas para sustraer una última resta con lo que ya nunca sería.

Empezó a escribir con su letra de rasgos infantiles, unas líneas para Harald y recordó el día en que lo había conocido. ¿Por qué tuviste que atravesarte en mi camino? ¿Cómo fui a enredarme con un inútil que no sirve ni para anudarse los zapatos? Su arraigado catolicismo se empecinaba en convencerla de que la vida es como un mapa trazado por un ser supremo y es muy poco lo que puede hacer la voluntad. Había vivido y moriría bajo la sombra de su determinismo religioso. Y pensar que hasta llegué a imaginarme que juntos podíamos compartir la vida. Visitaba el foro en el que filmaban El Pirata y la dama para encontrarse con Arturo de Córdova, cuando un desconocido llamó su atención: un joven aventurero, atractivo, de origen confuso y pasado fantasioso, pensó que se prestaba para incitar los celos de aquél. Aunque de Córdova solía mantener la tibieza, sobre todo en materia de amores, y fiel a su estilo se habrá dicho a sí mismo: "No tiene la menor importancia", para dar vuelta a la página y cerrar el capítulo que llevaba el nombre de Lupe Vélez. Estoy tan cansada de todo el mundo. La gente cree que peleo por capricho, por puro gusto. pero en realidad siempre he tenido que pelear por todo. Desde que era una niña no he hecho otra cosa que pelear.

A través de la ventana percibió una brisa templada que provocaba el murmullo de las hojas al caer presagiando el fin del motoño. A la distancia se escuchaba la tonada de Serenata a la luz de la luna. Algún vecino debería estar rindiendo una suerte de homenaje premonitorio a Glenn Miller, quien desaparecería al día siguiente en un vuelo militar que nunca llegó a París, su destino original, tal vez derribado por la artillería alemana. Eran tiempos de guerra, pero Lupe ya tenía la suya propia como para todavía andar pensando en las guerras ajenas. Había luchado tanto y estaba por perderlo todo.

Ni siquiera tengo derecho de quejarme. Pude ver cuando brillaba mi nombre en las marquesinas de los cines, tuve todos los abrigos y las joyas que se me dio el capricho de que fueran míos, hombres a los que jamás conocí se enamoraron de mí, me escribieron cartas de amor apasionadas a las que respondí enviándoles fotografías con alguna dedicatoria. En mi cama, esta misma cama que mandé hacer a la medida de mi antojo, se acostaron hombres con los que tantas mujeres se tienen que conformar apenas con soñarlos.

Su memoria se aferraba a lo que le quedaba de vida, como un tramposo acto de prestidigitación para que vomitara los setenta y cinco seconales junto con los recuerdos que ahora se enredaban en desorden y escuchó con la nitidez del presente las voces de aquellos que habitan en los huecos que va dejando el tiempo en la memoria, ésos que permanecieron durante años en el olvido, y ahora recuperaban la forma de sus rostros mientras que un eco con el sonido de su voz, de cada palabra dicha, de cada risa, rebotaba en las paredes del pasado como si no hubieran transcurrido tantos años...

Jules Etienne

* Lupe Vélez fue encontrada sin vida la mañana del 14 de diciembre de 1944.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Páginas ajenas: LA SILLA DEL ÁGUILA, de Carlos Fuentes


(Fragmento que refiere el final de un sexenio)

Carta del expresidente César León a Tácito de la Canal

Piénsalo, Calígula, y decídete a cambiar de piel antes de que te la arranquen. Para desollados, El Xipe Totec del Museo de Antropología. Cada seis años hay que cambiar de lealtades, de esposas (bueno, de querida en tu caso), de convicciones. Prepárate mi leal amigo. Prepárate. Tú nomás mantén una ilusión:
- Esta noche dormiré en la cama del vencido.
Lo malo es que si llegas a ese lecho, vas a dormir debajo del colchón. Porque encima estaré yo. No lo dudes.

Augusto

Posdata: ¡Cómo odio los sexenios! Son como como un pastel dividido en rebanadas que no puedes terminar de comer cuando de veraste entra el gusto.


Carlos Fuentes (México, 1928-2012)

La ilustración corresponde a la portada de La silla del águila,
publicada por Editorial Alfaguara como parte de su colección Biblioteca Carlos Fuentes:

viernes, 30 de noviembre de 2012

De los diarios de Franz Kafka: 30 de noviembre


(30 de Noviembre de 1914; mientras escribía El proceso)

«No puedo seguir escribiendo. He llegado al límite definitivo en el que tendré que permanecer otra vez muchos años, luego comenzaré, a lo mejor, otra historia, que probablemente también quedará inconclusa. Este destino me persigue. También estoy frío y confuso, sólo me ha quedado el amor senil a la completa tranquilidad. Y como un animal cualquiera apartado del hombre vuelvo a balancear el cuello y quisiera intentar conseguir de nuevo a F durante el tiempo intermedio. Realmente lo volveré a intentar, si las náuseas que me causo a mí mismo no me lo impiden»

Franz Kafka (Escritor checo en lengua alemana, 1883-1924)

jueves, 29 de noviembre de 2012

Páginas ajenas: EN LAS LLUVIOSAS TARDES DE NOVIEMBRE..., de Andrés Trapiello


En las lluviosas tardes de noviembre
de pesadumbre llenas,
con un libro de románticas rimas
que habla de hojas secas
me siento a ver el fuego
junto a la chimenea.
En esas cortas tardes otoñales,
poca la luz de perla
en el salón, a solas, sin testigo,
las cosas se sombrean
con azulado tedio
de indefinible esencia.
¡Veladas de borroso calendario
y avara somnolencia,
de vacíos laureles y jardines,
agrias tardes eternas
que tienen del olvido
la misteriosa rueca!


Andrés Trapiello (España, 1953)

martes, 13 de noviembre de 2012

VESTIGIO (del poemario Mitología del olvido)


Aquí yacen en silencio, bajo montones de piedras,
pulsiones derramadas con el último delirio;
al final, los sueños serán ceniza
como los hombres que los soñaron.

Largas fueron las auroras, breve el ocaso,
infinito el cielo sin estrellas
oscuridad sin tiempo, voluntad traicionada,
habremos de morir cuando se haya agotado el amor
y no alcancemos a escuchar su voz,
su eco será el lamento de los días
confundido entre las huellas que deje el viento.

Un ángel de polvo cubrirá los nombres,
mantendrá en secreto palabras dichas
y el ansia malograda de las que debieron decirse.
La vida llega desnuda, también se irá desnuda,
el deseo y la muerte son una misma paradoja.


Jules Etienne

La ilustración corresponde a una fotografía de Onkel Wart.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Páginas ajenas: SÓLO LA MUERTE, de Pablo Neruda


Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.


Pablo Neruda: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (Chile, 1904-1973)

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Páginas ajenas: EL SEÑOR PRESIDENTE, de Miguel Ángel Asturias


(Fragmento del capítulo IV: Cara de ángel,
en el que se hace referencia a los fieles difuntos)

Los árboles se cubrían de zopilotes ya para salir del barranco y el miedo, más fuerte que el dolor, hizo callar al Pelele; entre tirabuzón y erizo encogióse en un silencio de muerte.

El viento corría ligero por la planicie, soplaba de la ciudad al campo, hilado, amable, familiar...

El aparecido consultó su reloj y se marchó deprisa, después de echar al herido unas cuantas monedas en el bolsillo y despedirse del leñador afablemente.

El cielo, sin una nube, brillaba espléndido. Al campo asomaba el arrabal con luces eléctricas encendidas como fósforos en un teatro a oscuras. Las arboledas culebreantes surgían de las tinieblas junto a las primeras moradas: casuchas de Iodo con olor de rastrojo, barracas de madera con olor de ladino, caserones de zaguán sórdido, hediendo a caballeriza, y posadas en las que era clásica la venta de zacate, la moza con traido en el Castillo de Matamoros y la tertulia de arrieros en la oscuridad.

El leñador abandonó al herido al llegar a las primeras casas; todavía le dijo por dónde se iba al hospital. El Pelele entreabrió los párpados en busca de alivio, de algo que le quitara el hipo; pero su mirada de moribundo, fija como espina, clavó su ruego en las puertas cerradas de la calle desierta. Remotamente se oían clarines, sumisión de pueblo nómada, y campanas que decían por los fieles difuntos de tres en tres toques trémulos: ¡Lás-tima!... ¡Lás-tima!... ¡Lás-tima!...

Un zopilote que se arrastraba por la sombra lo asustó. La queja rencorosa del animal quebrado de un ala era para él una amenaza. Y poco a poco se fue de allí, poco a poco, apoyándose en los muros, en el temblor inmóvil de los muros, quejido y quejido, sin saber adónde, con el viento en la cara, el viento que mordía hielo para soplar de noche. El hipo lo picoteaba...


Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1899-1974)

La ilustración corresponde a una fotografía antigua de la calle del santuario, en Gutemala.

martes, 6 de noviembre de 2012

Páginas ajenas: VELAS, de Constantino Cavafis


Los días futuros se yerguen ante nosotros
como una hilera de pequeñas velas encendidas,
iluminadas, tibias, vivas.

Quedan atrás los días pasados:
una triste línea de velas consumidas;
aún humean las más cercanas.
Velas frías, derretidas, deformes.
No las quiero ver, me entristecen sus formas
y me aflije el recuerdo de su primera luz.
Veo hacia adelante, a mis velas encendidas.
No quiero tornar al pasado,
no quiero estremecerme al verlo.

Qué rápido se alarga la línea sombría;
cuán pronto se multiplican las velas extintas.


Constantino Cavafis (Grecia, 1863-1933)

Cavafis escribió este poema en agosto de 1893 con el título de Años fugaces.
Luego de su publicación los lectores prefirieron denominarlo Velas
y a él se le conoció desde entonces como "el poeta de las velas". 

(Traducido del griego por Cayetano Cantú)

viernes, 26 de octubre de 2012

Páginas ajenas: LA CARICIA PERDIDA, de Alfonsina Storni



Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al rodar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida, ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida rodará... rodará...

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va,

si no ves esa mano ni la boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de llamar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida ¿me reconocerás?
 
 
Alfonsina Storni (Argentina nacida en Suiza, 1892-1938)

jueves, 25 de octubre de 2012

ALFONSINA STORNI (1892-1938): Es un soplo la vida

 
Por la blanda arena que lame el mar
su pequeña huella no vuelve más...
 
Alfonsina Storni murió un 25 de octubre...
 
Muchas veces, Alfonsina, me he preguntado: ¿Cuándo se mueren los poetas? ¿al decidir que ya expresaron todo lo que tenían que decir o al tomar conciencia de que su sensibilidad contrasta con la banalidad del mundo? O, tal vez, al ver a la realidad reflejarse en el espejo de su propia crueldad. ¿Por éso se suicidan los poetas? Como Sylvia Plath, por el abandono amoroso; como Yukio Mishima por su concepto -tan japonés- del honor; por el fracaso literario que no fue capaz de soportar Vladimir Maiakovski ("Lo difícil no es morir, sino seguir viviendo"); por intoxicación alcohólica como Dylan Thomas, Serguéi Esenin o Malcolm Lowry; mejor aún, como Cesare Pavese ("Vendrá la muerte y tendrá tus ojos..."), por la imposibilidad de vivir. O como tú, Alfonsina, para cortar de una vez el sufrimiento.
 
Un sendero de pena y silencio
llegó hasta el agua profunda...
 
Para esos poetas, lo dijo Ciorán: "Todo ha sido posible, salvo su vida." Pero ¿cómo mueren los poetas suicidas? Gabriel Ferrater cuando tenía treinta años, amenazó que nunca llegaría a los cincuenta y uno. Cumplió su palabra. Se asfixió atándose una bolsa de plástico en la cabeza antes de que eso sucediera. La poeta austríaca Ingeborg Bachmann, hizo realidad el viejo deseo -tan poético, habría que subrayarlo-, de una cama en llamas, pero no por las pasiones amorosas, sino que se quemó viva prendiéndole fuego. Un borracho encontró el cadáver de Gérard de Nerval ("Hoy no me esperes, porque la noche será blanca y negra..."), cubierto de nieve, luego de que se había ahorcado colgándose de una reja en un callejón de París. Paul Celán se arrojó al río Sena, Hart Crane saltó de la cubierta del buque Orizaba y su cadáver jamás fue encontrado en las aguas del Atlántico ("En la borda, el sabor a salitre/ me llama a ser océano./ Valoro la distancia/ y alzo el vuelo.") y tú, Alfonsina, simplemente te fuiste a perder en el mar.
 
Un sendero sólo de penas mudas
llegó hasta la espuma.
 
Y ¿qué cantan los poetas cuando van a morir? Georg Trakl había dicho: "No he vivido, lo sé.../ Tan sólo he muerto", y en su poema póstumo se lamentaba: "La llama ardiente del espíritu nutre ahora un tremendo dolor: ... los nietos nonatos." José Agustín Goytisolo escribió: "Ocurrió que fue siempre un solitario/ ocurrió que la vida dejó de interesarle." Anne Sexton en El Deseo de Morir aseguraba: "Los suicidas traicionan al cuerpo de antemano." Alejandra Pizarnik en su carta póstuma a Antonio Beneyto terminaba escribiendo: "Y aquí te dejo para ir a despachar la carta a un correo lejano que no cierra por la noche." Y también tú, Alfonsina, en un poema premonitorio lo advertías:
 
"Un día estaré muerta, blanca como la nieve,
dulce como los sueños en la tarde que llueve.
 
Un día estaré muerta, fría como la piedra,
quieta como el olvido, triste como la hiedra.
 
Un día habré logrado el sueño vespertino,
el sueño bien amado donde acaba el camino.
 
Un día habré dormido con un sueño tan largo
que ni tus besos puedan avivar el letargo."
 
La muerte desconoce el pasado y el futuro. Es el silencio del tiempo. El pasado ya no importa y el futuro se desvanece. Sea en el olvido o permaneciendo en la memoria ajena, la muerte, nuestra muerte, nos pertenece a cada uno de nosotros al igual que nos ha pertenecido la vida. El suicidio es, entonces, la voluntad de cancelar la memoria. Será una tarea para los vivos, los sobrevivientes, interpretar los motivos del suicida o lo que nos quiso legar en sus poemas.
 
Te vas Alfonsina, con tu soledad.
¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
te requiebra el alma y la está llevando,
y te vas hacia allá en sueños dormida,
Alfonsina, vestida de mar.
 
Y ahí, en cada estrofa de un poema, en cada palabra, se percibe un fragmento de vida de quien lo escribió. En eso radica su inmanencia. De entre todas las muertes de poetas suicidas, me quedo con la tuya, Alfonsina. Elegiste un martes primaveral, el último acto fue tu mejor poema trágico: "Y el alma mía es como el mar." No creo que alguien lo haya expresado mejor:
 
"La vida mía debió ser horrible,
debió ser una arteria incontenible
y apenas es cicatriz que siempre duele."


Jules Etienne


La ilustración corresponde a una fotografía de Toni Frissell,
que fue publicada en la revista Harper's Bazaar, en 1947.

Esta es una liga al video con una de tantas versiones
(las hay desde Mercedes Sosa y Nana Mouskouri hasta Shakira) de la canción
Alfonsina y el mar, cuyas estrofas sirvieron como leitmotiv de este texto: